Feliz Navidad, se?or Antunes
A veces, como ahora, es as¨ª: me siento frente al papel y no sale nada, las palabras se niegan, las cosas que circulan por mi cabeza no se fijan ni bajan hasta la mano, as¨ª que sigo sentado, a la espera, en este trabajo de paciencia, viendo qui¨¦n es m¨¢s porfiado, si mi cabeza, si yo. Cosas que circulan por ella: un gato caminando sobre un muro, de patitas delicadas, como si cada una fuese el ¨ªndice de un ni?o que prueba, a escondidas, el cuenco de natillas, el perfume que las se?oras de edad dejan en los ascensores, tan espeso que se puede cortar con cuchillo y en el cual se adivinan latas de bizcochos vac¨ªas, fotos de mayores difuntos, collares de perlas falsas, vestigios que, sumados, y de la misma forma que a partir de un huesillo se logra imaginar todo el esqueleto de un animal extinguido, permiten reconstruir dinosaurios de desilusi¨®n; mujeres malqueridas que, a pesar de todo, siguen sonri¨¦ndoles a los d¨ªas, solas en la playa de s¨¢banas de la cama de matrimonio donde no vibra ni la ¨ªnfima conchilla de una esperanza y no obstante contin¨²an sonriendo, con el futuro encerrado entre los par¨¦ntesis de la boca; la vieja que hace un mes encontr¨¦ en un jard¨ªn de Lisboa compartiendo un pastel de arroz con las palomas. Me dijo
Las opiniones de las personas con ideas rotundas me asombran y aquellos que piensan por m¨ª me divierten
-He comprado la comida del almuerzo en el Pingo Doce
es decir, un segundo pastel de arroz y una botella de pl¨¢stico de agua, dijo
-Las palomas tienen m¨¢s hambre que yo
y, al levantarse, arrastraba una pierna, apenas consegu¨ªa andar. De vez en cuando se apoyaba en un tronco y casi me enfad¨¦ con Dios. All¨¢ iba ella por Pr¨ªncipe Real, bajo los ¨¢rboles, con una bufanda llena de migas: a la altura del Bairro Alto la dej¨¦ de ver. No era una persona triste: parec¨ªa haber vencido a la muerte. Intelectuales de ojo avizor, cargados de libros, discutiendo cosas inteligentes en una mesa al lado de la m¨ªa. No me gusta discutir cosas inteligentes. Ni est¨²pidas. No me gusta discutir nada, pero las opiniones de las personas con ideas rotundas me asombran y aquellos que piensan por m¨ª me divierten. Uno de los intelectuales me reconoci¨®, cuchiche¨® con los colegas y me miraron todos a una, sobre docenas de tazas de caf¨¦. Apagaban cigarrillos apresurados en los posos, como si en cada cigarrillo hubiese un argumento definitivo, vital. Me horroriz¨® la hip¨®tesis de ser le¨ªdo por tipos tan necios, decididos, tremendos. Hombres de barba l¨²cida, mujeres con anillos tortuosos en los pulgares, cabellos te?idos de color naranja que dol¨ªan en los ojos. ?Qu¨¦ desear¨ªan ser cuando fuesen grandes? La vieja que hab¨ªa comprado el almuerzo en el Pingo Doce estar¨ªa en alg¨²n cuchitril, en otra parte: ninguna paloma llegaba all¨ª. Ganas de preguntarle qu¨¦ opina ella del posmodernismo. La botella de agua de pl¨¢stico abollada. El chal que daba pena. No me mienta, ?qu¨¦ opina usted, sinceramente, del posmodernismo? ?Del cine experimental japon¨¦s? ?De los valores human¨ªsticos impl¨ªcitos en las ciencias exactas? ?La habr¨ªan olvidado las palomas en sus fraques sucios? De vez en cuando la vieja apoyada en un tronco: no meditaba, recobraba fuerzas. Unos ni?os, tenebrosos de gritos, corriendo entre las sillas: han de pasar directamente de los gritos al an¨¢lisis del posmodernismo, que es otra forma de gritar. Yo soy solamente un individuo simple que hace libros, casi un iletrado. Leonardo da Vinci se presentaba de esa forma:
-Leonardo, iletrado
y entiendo muy bien lo que quer¨ªa decir. Ant¨®nio, iletrado, y m¨¦tanse el cine experimental japon¨¦s en el culo.
Hoy es d¨ªa de Navidad. Ahora escribo esto en el coche, con el papel apoyado en el volante, en la estaci¨®n de servicio de Oeiras. Surtidores de gasolina, una muchacha con chaqueta larga rega?ando a su hijo, banderas que no paran de tremolar al viento, un autom¨®vil con un barco (tengo la impresi¨®n de que es un barco) en el techo, hojas que hacen cabriolas, un individuo digno paseando al perro con esos collares que se estiran y se encogen, y la extra?a sensaci¨®n de que es el perro quien lo pasea a ¨¦l: dentro de poco el se?or digno se anima, alza el zapato contra un neum¨¢tico, husmea, concentrado, el neum¨¢tico siguiente, alza el zapato de nuevo y el perro aprovecha para responder la llamada del m¨®vil. ?Qu¨¦ opinan ustedes dos de los valores human¨ªsticos impl¨ªcitos en las ciencias exactas? ?Alguna noci¨®n, alguna revisi¨®n cr¨ªtica, alguna, como dicen los necios, idea creativa? La muchacha de la chaqueta larga se recoge el cabello hacia atr¨¢s con un movimiento s¨²bito del cuello y con ese movimiento, y a pesar de la chaqueta, se queda desnuda. Dentro de poco se siente la noche a ras de tierra murmurando confidencias, misterios, conversando con nosotros. ?De qu¨¦? Los surtidores de gasolina se iluminan, la muchacha, que ha renunciado a recogerse el pelo, vestida de nuevo. Me apetece un pirul¨ª de fresa. Me apetece nacer. El perro abre la puerta trasera de un jeep para que suba el se?or digno, se instala al volante, desaparece. ?Un pirul¨ª de fresa o de lim¨®n? De lim¨®n, listo, de esos transparentes, que se ve el palito. Me apetece tener el ment¨®n pegajoso. Que me limpien la boca
(-Est¨¢te quieto)
con el pa?uelo, que me pidan -?Ten cuidado con los asientos, anda!-, la sonrisa de las mujeres solas en la playa de las s¨¢banas tiembla como un pabilo de aceite en el oratorio cuando una corriente de aire trae los chopos de la hacienda, junto con las congojas del molino del riego chillando, chillando. La sonrisa, casi apag¨¢ndose, se inclina, se dobla, vuelve a ponerse derecha, resiste: las marcas de las comisuras de la boca la aumentan, dos dientes la redondean, la infancia, por un instante, regresa y ninguna amargura, ning¨²n miedo. En la mesilla de noche libros, un aparato de radio, la fotograf¨ªa de los hijos, la blusa escurri¨¦ndose de la colcha, amonton¨¢ndose en el suelo, deshabitada, la cadena de oro que se dilata y disminuye seg¨²n respiran. Los ricitos m¨¢s claros de la nuca, aquellos tendones de atr¨¢s que es tan bueno morder. Cuando el pirul¨ª de lim¨®n se acaba podemos hacer como si el palito fuese un puro. Yo lo hago, y luego la voz de nadie, a mi lado -?T¨² no vas a crecer nunca?- No voy a crecer nunca: me compro un pastel de arroz, elijo un banco de Pr¨ªncipe Real y me pongo a echarles migajas a las palomas. Son capaces de tener m¨¢s hambre que yo.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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