La fiebre del suelo
La historia econ¨®mica de los pa¨ªses est¨¢ llena de fases alocadas en las que las sociedades caen en la tentaci¨®n de dedicarse compulsivamente a ganar dinero de forma f¨¢cil (a maximizar su renta nacional, seg¨²n la expresi¨®n de los economistas), explotando alg¨²n recurso natural o sobrevenido. En general, se trata de fases cortas, pero de efectos duraderos y desestructuradores. Para describirlas los historiadores y economistas acostumbran a utilizar el t¨¦rmino fiebre.
Cualquier cosa puede ser susceptible de originar uno de esos episodios febriles. As¨ª, se habla de la fiebre del tulip¨¢n, que padecieron los Pa¨ªses Bajos en el siglo XVIII, durante la cual se pagaban verdaderas fortunas por un bulbo de esa planta tra¨ªda de Oriente, especialmente el tulip¨¢n negro; de la fiebre de las Indias, que padecieron los espa?oles en la b¨²squeda de los tesoros de las Am¨¦ricas; de la fiebre del oro en Estados Unidos en la segunda mitad del XIX (los catalanes tambi¨¦n se vieron pose¨ªdos por una febre d'or a finales de ese siglo); de la fiebre del oro negro (el petr¨®leo) o, m¨¢s recientemente, de la fiebre del gas que experimentaron Holanda y Noruega en los a?os setenta del pasado siglo, y que ahora padece Rusia y comienzan a sufrir algunas ex rep¨²blicas sovi¨¦ticas, como Kazajist¨¢n.
Nosotros estamos pasando una. La podr¨ªamos llamar la fiebre del suelo. Aunque tiene relaci¨®n, no se debe confundir con la fiebre de la vivienda, expresi¨®n palpable de la globalizaci¨®n que padecen pr¨¢cticamente todos los pa¨ªses del globo, basada en la creencia de que los precios de las viviendas seguir¨¢n subiendo por los siglos de los siglos. El s¨ªntoma m¨¢s visible de la fiebre del suelo es una actitud compulsiva que consiste en hacer que cualquier trozo de tierra -ya sea costa, interior o monta?a, regad¨ªo o secano- sea susceptible de ser calificada como suelo urbanizable para poner encima segundas residencias, grandes superficies comerciales, parques tem¨¢ticos, campos de golf o cualquier otra actividad residencial o recreativa. El suelo es nuestro oro negro, nuestro tulip¨¢n. Las edificaciones no crecen hacia arriba, en altura y densidad, sino a lo largo del territorio, en extensi¨®n. En Catalu?a se ha urbanizado en los ¨²ltimos a?os m¨¢s suelo que en toda la historia anterior. Es una locura. Y todos estamos encantados con ella.
Nadie parece estar a salvo. El Gobierno nacional ha encontrado en la explotaci¨®n de este recurso el modo f¨¢cil de maximizar la renta nacional; y est¨¢ entusiasmado en ense?ar que Espa?a va bien y crece m¨¢s que los otros pa¨ªses europeos. Los gobiernos aut¨®nomos, que son los que ahora tienen las competencias de ordenaci¨®n del territorio, est¨¢n desenfrenados elaborando leyes permisivas para la conversi¨®n de todo su territorio en suelo urbanizable. Los ayuntamientos ven en las plusval¨ªas del suelo la fuente de ingresos que no pueden recaudar con otros impuestos m¨¢s razonables, y el deseo oculto de todo alcalde es que desaparezcan de su municipio las industrias, las f¨¢bricas y las huertas y poder recalificar ese suelo.
Por su parte, abogados, notarios, arquitectos, urbanistas, agentes de la propiedad y corredores de fincas tambi¨¦n se ven beneficiados. Los propietarios de suelo, m¨¢s que contentos. Los promotores y constructores y especuladores no digamos. Los propietarios de viviendas en alquiler o venta, esperando que los j¨®venes les transfieran rentas. Los bancos y cajas, ilusionados con el cobro de intereses de hipotecas a 30 a?os. Los ecologistas, tolerantes y concentrados en oponerse a la industria y a las infraestructuras. La poblaci¨®n donde nunca ha habido industria o agricultura, o donde han desaparecido, contentos con la llegada de jubilados y turistas del norte.
Lo que me resulta dif¨ªcil comprender son las motivaciones que pueden haber llevado a un conjunto de peque?os agricultores y propietarios valencianos a denunciar a su Gobierno delante de las autoridades europeas. Quiz¨¢ sean unos rom¨¢nticos trasnochados que desean vivir del trabajo agr¨ªcola o industrial en vez de las rentas del suelo. Pero, en todo caso, es todo un s¨ªntoma el que hayan tenido que recurrir a las autoridades europeas. Nos est¨¢n diciendo que las espa?olas han sido capturadas por esa fiebre. De hecho, debemos ser el ¨²nico pa¨ªs desarrollado en el que un alcalde, concejal o consejero de ordenaci¨®n territorial puede ser a la vez promotor inmobiliario de su localidad o comunidad. El zorro al cuidado de las gallinas.
?Cu¨¢les pueden ser las consecuencias? ?De qu¨¦ viviremos cuando se agote el suelo? Para responder a estas preguntas podemos recurrir al diagn¨®stico de la bien conocida "enfermedad holandesa". Holanda experiment¨® en los a?os setenta los efectos de una riqueza casi inmediata derivada del descubrimiento de abundantes recursos naturales de gas. El Gobierno y la sociedad se dejaron llevar por la f¨¢cil tentaci¨®n de incrementar la renta nacional basada en la explotaci¨®n de ese recurso. La inversi¨®n en el conjunto de la econom¨ªa se traslad¨® del sector de los bienes comercializables (sobre todo manufacturas) al sector de bienes no comercializables (principalmente bienes de consumo y servicios). En muchos casos, las industrias locales empezaron a cerrar o a reubicarse en el exterior. Los salarios, el gasto p¨²blico y la inflaci¨®n se dispararon. La moneda se apreci¨®. Sobrevino una p¨¦rdida de competitividad y de fuerte desequilibrio exterior.
Por suerte, los holandeses supieron ver a tiempo que no se puede pretender vivir sin trabajar duro, y que el riesgo era que cuando comenzaran a desaparecer los recursos naturales existiesen muy pocas industrias competitivas y demasiados caf¨¦s vac¨ªos. Reaccionaron a tiempo, y lograron en los a?os noventa poner en marcha una nueva v¨ªa holandesa hacia el crecimiento y el bienestar basada en las mejoras de competitividad de la econom¨ªa.
Por tanto, el diagn¨®stico y la soluci¨®n a la enfermedad espa?ola, basada en la fiebre del suelo, parecen claros. El peligro es que no lleguemos a tiempo.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Pol¨ªtica Econ¨®mica de la Universidad de Barcelona.
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