Los cautivos de Tinduf
Acabo de regresar de los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia), donde he pasado una semana. Es una experiencia que recomiendo a mis conciudadanos, en especial a nuestros representantes, porque no tenemos tan a mano palpar de cerca la miseria del refugiado pol¨ªtico. En mitad de un desierto pedregoso, al abrigo precario de jaimas y escuetas construcciones de adobe, sin agua corriente ni apenas cobertura telef¨®nica y en compa?¨ªa de unas pocas cabras m¨¢s nutridas de papeles y pl¨¢sticos que de otra cosa, malviven bastantes miles de personas de cuya historia reciente formamos parte. All¨ª est¨¢n, siempre a la espera, en una provisionalidad permanente que ya dura treinta a?os, al albur de la caridad p¨²blica internacional y con la humillaci¨®n de estar condenados a recibir sin que vislumbren la menor esperanza de producir por s¨ª mismos y devolver alg¨²n d¨ªa. ?Prisioneros del desierto, como titul¨® hace poco un celebrado escritor espa?ol? M¨¢s bien, me temo, prisioneros de una red inconfesable de intereses de la que Espa?a tambi¨¦n participa.
Minas de fosfato, bancos de pesca y pozos de petr¨®leo representan al parecer mercanc¨ªas m¨¢s valiosas que cualesquiera principios y acuerdos internacionales. Por ah¨ª empieza el desastre de esta poblaci¨®n sobrante y de tantas vidas desperdiciadas, el lento vagar de esos residuos humanos salidos de un infame proceso pol¨ªtico que nadie desea reabrir. No estamos ante un gobierno derrotado o una minor¨ªa de sus fieles en el exilio, sino ante el desplazamiento de buena parte de un pueblo; hablamos de una sociedad cuyos menores de treinta a?os han nacido en los campamentos y no parecen tener otro lugar de destino que ese mismo no-lugar ausente de los mapas. ?Qu¨¦ ser¨¢ de estos perpetuos forasteros? Quienes entre ellos lleguen a obtener en el extranjero un t¨ªtulo superior se enfrentan al dilema de sacrificar a los suyos y marcharse o sacrificarse por ellos y encerrarse tras los muros de adobe. Con el f¨¦rreo control argelino al fondo y bajo el peso de la interminable sucesi¨®n de d¨ªas vac¨ªos, el visitante no acierta a imaginar expectativas para estos n¨®madas detenidos. A ese visitante le tienta concluir con Zygmunt Bauman que "se es refugiado para siempre. Los caminos de regreso al para¨ªso dom¨¦stico perdido (o, m¨¢s bien, ya no existente) han quedado casi cortados y todas las salidas del purgatorio del campamento conducen al infierno".
Es cierto que ahora mismo se detectan muchas otras bolsas de refugiados en el mundo (que contienen a unos 22 millones de personas), pero ¨¦sta resulta la m¨¢s pr¨®xima y la m¨¢s nuestra. Quiero decir que de la desolaci¨®n en la que los saharauis est¨¢n sumidos somos en buena medida responsables: lo han sido el ¨²ltimo Gobierno del franquismo y los gobiernos pasados de la era democr¨¢tica, as¨ª como lo es el Gobierno presente. Y tambi¨¦n lo somos nosotros, los ciudadanos, por haberlo consentido. No en balde, y a prop¨®sito de la culpa pol¨ªtica de la sociedad alemana por los horrores nazis, proclamaba Jaspers que "cada ciudadano es responsable de la acci¨®n de su Gobierno y administraci¨®n, a menos que hable o act¨²e abiertamente contra ellos".
Esa responsabilidad arranca de nuestra pasada condici¨®n de potencia colonial, algo que la ex colonia recuerda todav¨ªa. A¨²n recurren con frecuencia a nuestra lengua y la ense?an junto a la suya en sus escuelas. Pero la responsabilidad crece hasta tornarse pura verg¨¹enza si se considera que les dejamos abandonados en el instante en que a nosotros m¨¢s que a nadie nos tocaba devolverles su libertad pol¨ªtica. Les abandonamos a la rapacer¨ªa del vecino m¨¢s fuerte, con olvido de la palabra repetidamente dada y de los compromisos adquiridos, con absoluto desprecio de las resoluciones de las Naciones Unidas. No hay t¨¦rmino m¨¢s exacto para resumirlo que traici¨®n. Y as¨ª el S¨¢hara dej¨® de ser espa?ol dejando al mismo tiempo de ser saharaui y super¨® una moderada colonizaci¨®n para sufrir el despojo total de su territorio.
Desde entonces hasta hoy no ha faltado la ayuda humanitaria prestada por Espa?a, es verdad, lo que expresa sin duda un encomiable sentimiento de solidaridad en la sociedad espa?ola. Pero todo ello no pasar¨¢ de ser un falso consuelo, a menos que nuestro Parlamento y Gobierno se pongan a traducir tanto gesto piadoso en una verdadera acci¨®n de justicia para el S¨¢hara. Estos refugiados molestan como testigos de esa gran ignominia cometida con ellos, pero nunca es demasiado tarde (quedan bastantes supervivientes de entonces) para repararla. El sentimiento de humanidad no debe arrinconar a la justicia, ni la moral privada puede sustituir la acci¨®n p¨²blica. En suma: adem¨¢s de la presencia humanitaria, hace tiempo que all¨ª se requiere la intervenci¨®n pol¨ªtica. Cu¨¢l y c¨®mo deba ser ¨¦sta lo sabr¨¢n mejor los diplom¨¢ticos y conocedores de la coyuntura internacional, pero el impulso inicial lo debemos dar los ciudadanos espa?oles y la meta no puede ser otra que el cumplimiento de las reiteradas resoluciones de las Naciones Unidas. Es decir, la celebraci¨®n de una pertinente consulta popular en ejercicio del derecho de autodeterminaci¨®n.
Pues ¨¦se es un derecho que en su actual situaci¨®n les asiste a cada uno de los saharauis y as¨ª debe ser reconocido. No se trata de dejarles decidir por capricho lo que pol¨ªticamente quieren ser, ni declarar una arbitraria voluntad de secesi¨®n respecto de Marruecos. No tienen que inventar una historia remota en apoyo de sus pretensiones ni exhibir originarios e improbables derechos colectivos. El Tribunal Internacional de La Haya (y a consulta del propio monarca marroqu¨ª) dej¨® ya sentado el 16 de octubre de 1975 que no detectaba "ning¨²n lazo de soberan¨ªa territorial entre el territorio del S¨¢hara Occidental y el reino de Marruecos o el complejo mauritano. As¨ª pues, el Tribunal no ha encontrado lazos jur¨ªdicos (...) que modificaran la descolonizaci¨®n del S¨¢hara Occidental y en particular el principio de autodeterminaci¨®n a trav¨¦s de la libre y genuina expresi¨®n de la voluntad de los pueblos del territorio".
El derecho de autodeterminaci¨®n con miras a la independencia pol¨ªtica, seg¨²n los mejores estudiosos actuales (que nuestros nacionalistas, claro est¨¢, se honran en desconocer), tiene un fundamento "terap¨¦utico". Consiste en ser el ¨²ltimo remedio al alcance de una comunidad pol¨ªtica particular para poner fin a la discriminaci¨®n o atropello duraderos por parte de su Gobierno central, al desprecio de los derechos humanos en ese territorio o, en fin, a su anexi¨®n por la fuerza a un Estado invasor. De ah¨ª que el campo preferente para el ejercicio de tal derecho hayan sido las anti-guas colonias. Juntos y por separado, aqu¨¦llos son requisitos que all¨ª y desde hace al menos treinta a?os se cumplen con creces.
Miren por d¨®nde, de ello se seguir¨ªan otros beneficios adicionales. Y es que as¨ª se depara a nuestro Gobierno una excelente ocasi¨®n, al adoptar esa iniciativa hacia fuera, de hacer pedagog¨ªa pol¨ªtica de puertas adentro. La ciudadan¨ªa espa?ola tendr¨ªa entonces la oportunidad de entender por qu¨¦ un derecho incuestionable en el caso del S¨¢hara frente a Marruecos carece de fundamento leg¨ªtimo en el de Euskadi dentro de nuestras fronteras. Todo cuanto se aduzca a favor de aqu¨¦l tendr¨¢ que argumentarse en contra de ¨¦ste. De modo que, por si faltaran razones, ya s¨®lo la presunci¨®n de este persuasivo efecto lateral debiera animarnos a favorecer el proceso de autodeterminaci¨®n saharaui.
No s¨®lo eso. Los riesgos pol¨ªticos ser¨¢n muchos, sin ninguna duda, pero Espa?a recuperar¨ªa en la escena mundial el reconocimiento que empez¨® a ganar con la primera providencia de pol¨ªtica internacional dictada por el actual Gobierno. Es hora de que nuestro Rey, en lugar de melifluas caranto?as hacia el r¨¦gimen alauita, haga memoria de la palabra que empe?¨® de pr¨ªncipe el 1 de noviembre de 1975 ante las gentes de El Aai¨²n. Es tambi¨¦n el momento de pedir al presidente Zapatero que ese coraje del que hizo gala retirando las tropas espa?olas de Irak lo muestre ahora sosteniendo la causa saharaui. Porque se trata de una deuda cuyo pago ya no pueden aguardar m¨¢s estos sufridos acreedores.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.