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LECTURA

El rescate de Neruda

Pablo Neruda descendi¨® con el sombrero en la mano del autom¨®vil que le hab¨ªa trasladado desde Burdeos hasta la localidad de Pauillac, en el estuario de la Gironda, y se qued¨® extasiado contemplando la silueta alargada del Winnipeg. Estaba anclado en el muelle de Trompeloup, con las chimeneas echando humo y el casco oscuro, reci¨¦n calafateado y pintado, listo para cruzar el Atl¨¢ntico. Un grupo de estibadores convertidos en una cadena humana descargaban cajas de mercanc¨ªas de los camiones que hac¨ªan cola ante sus escalerillas y las adentraban en las bodegas. El ajetreo en torno al buque era intenso, lo mismo que ocurr¨ªa en el interior.

El poeta tomaba nota mentalmente de algunos detalles de aquel milagro en el que conclu¨ªan tantos esfuerzos y tantos desvelos. Al fin, los sue?os se estaban volviendo realidad y, antes de una semana, cerca de dos mil refugiados espa?oles estar¨ªan navegando a bordo en direcci¨®n a su pa¨ªs. Ensimismado en sus pensamientos, con la mente surcada por ideas dispersas y una emoci¨®n muy profunda, ni siquiera repar¨® en la ortograf¨ªa perfecta del nombre: Winnipeg llevaba dos enes y ¨¦l siempre lo hab¨ªa escrito con una.

El texto dec¨ªa: "El vapor franc¨¦s 'Winnipeg' zarpar¨¢ el 8 de agosto con destino a Valpara¨ªso, llevando a su bordo 1.260 hombres y 540 mujeres, todos refugiados espa?oles que han sido sacados de campos de concentraci¨®n en Francia"
Nadie mejor que el propio Neruda, escritor excepcional y testigo desde la primera fila de esas escenas, para recordar la emoci¨®n y el dramatismo en el muelle de Trompeloup

Su pierna a¨²n dolorida tuvo que sortear montones de cascotes, maderas y m¨¢quinas herramientas; en medio de una nube de polvo y serr¨ªn, descendi¨® a las bodegas, donde se alineaban las improvisadas literas listas para acoger a los pasajeros. Un oficial le explic¨® las obras de acondicionamiento que hab¨ªan tenido que efectuar, las dificultades que hab¨ªa sido necesario vencer y los obst¨¢culos insalvables con que iba a encontrarse el pasaje. El barco no estaba concebido para transportar personas y, aunque los t¨¦cnicos hab¨ªan hecho un excelente trabajo, no tendr¨ªa las comodidades ni la funcionalidad de un vapor de pasajeros.

Las propias cocinas adolec¨ªan de capacidad suficiente para elaborar tantas comidas, y hasta los comedores, con un aforo m¨¢ximo de cuatrocientos o cuatrocientos cincuenta comensales, obligar¨ªan a servir los almuerzos y las cenas en varios turnos. La tripulaci¨®n hab¨ªa sido reforzada, aunque en su opini¨®n no lo suficiente. Hab¨ªa sido necesario aquilatar mucho los costes, en los trabajos de acondicionamiento se hab¨ªa invertido una fortuna, y...

El oficial se encogi¨® de hombros.

-?De cu¨¢ntas plazas dispondremos, finalmente? -pregunt¨® Neruda.

-Mil ochocientas, quiz¨¢s alguna m¨¢s -respondi¨® el oficial-. Apretando las literas y aprovechando algunos pasillos para colocar algunas supletorias, quiz¨¢s se podr¨ªa llegar a las dos mil. Pero con muchas incomodidades, muchas. La cifra de mil ochocientas es la correcta. La capacidad, adem¨¢s, no la establecen solamente las camas. Tambi¨¦n las despensas, las cocinas, los comedores, todo tiene sus l¨ªmites.

El oficial estaba orgulloso del trabajo de acondicionamiento. Se hab¨ªa hecho en un tiempo r¨¦cord, trabajando de d¨ªa y de noche en varios turnos, y el resultado de tanto esfuerzo no pod¨ªa ser m¨¢s satisfactorio. Hizo una pausa y agreg¨®:

-Los barcos, a veces, tal parece que dan de s¨ª. Es como si fuesen de goma. Tienen una capacidad de carga y de volumen que luego, cuando empiezan a llenarse, suele ampliarse sin que nos demos cuenta. Suena a broma, pero es la realidad. Ahora, yo recomiendo no abusar de esa elasticidad.

Neruda, que hac¨ªa c¨¢lculos mentales mientras escuchaba, se qued¨® con aquella apreciaci¨®n tan poco cient¨ªfica del marinero. Alrededor de trescientos pasajeros ser¨ªan ni?os, ni?os que llegar¨ªan de los campos de refugiados mal nutridos y en condiciones de salud precarias, y le alegr¨® especialmente saber que el servicio a bordo que hab¨ªa sido m¨¢s reforzado era el sanitario. Estaba previsto que embarcasen dos m¨¦dicos m¨¢s, aparte del titular, el doctor Chr¨¨tien: la doctora Marcelle Cachin, hija del fundador del Partido Comunista Franc¨¦s, y su esposo, el doctor Hertzog, a los que se sumar¨ªan varias enfermeras y una jefa de enfermer¨ªa, Philom¨¨ne Gaubert. Todos compart¨ªan un claro compromiso social y hab¨ªan asumido el encargo como militantes del PCF y en una actitud de solidaridad con la causa de los exiliados espa?oles.

Todo a punto

Todo estaba a punto en teor¨ªa y todo estaba en el aire en la pr¨¢ctica. El 2 de agosto, la agencia United Press difundi¨® desde Burdeos un cable que fue recogido por la mayor parte de los peri¨®dicos chilenos. "El pr¨®ximo jueves zarpar¨¢ hacia Valpara¨ªso el barco Winnipeg con 1.800 refugiados espa?oles", titulaba El Mercurio. El texto, muy escueto, y con alg¨²n error de fechas, se limitaba a informar de la inminente partida de la expedici¨®n: "El vapor franc¨¦s Winnipeg zarpar¨¢ el jueves 8 de agosto con destino a Valpara¨ªso, llevando a su bordo 1.260 hombres y 540 mujeres, todos refugiados espa?oles que han sido sacados de diversos campos de concentraci¨®n en Francia".

Ning¨²n diario apostill¨® aquel d¨ªa la noticia. La pol¨¦mica desatada por la admisi¨®n de los exiliados espa?oles llevaba casi una semana sin despertar nuevas reacciones. Incluso un art¨ªculo muy duro de La Cr¨®nica, de Lima, recibido en Santiago con retraso, hab¨ªa sido rese?ado en las p¨¢ginas de alguno de los matutinos de derechas, pero sin especial relieve. El art¨ªculo criticaba de manera muy desagradable al Gobierno chileno del Frente Popular por lo que consideraba "su locura de brindar hospitalidad a elementos que han renegado de todo, y que estando a las ¨®rdenes de una ideolog¨ªa desastrosa para el orden social, nunca querr¨¢n convertirse en seres ¨²tiles y provechosos".

Pero la dura campa?a de la insolidaridad no estaba consiguiendo sus objetivos. Pablo Neruda y sus colaboradores ten¨ªan que multiplicar su esfuerzo para hacer o¨ªdos sordos a las cr¨ªticas, acusaciones y falacias, y no desmayar en la b¨²squeda de soluciones para tantos y tan variados problemas de todo tipo como estaban surgiendo en los ¨²ltimos momentos. Aunque muchos detalles continuaban en el aire y aparentemente el plan segu¨ªa prendido con alfileres, la realidad empezaba a demostrar que nada hab¨ªa sido dejado al albur, y en Trompeloup todo estaba a punto para que el Winnipeg pudiese levar anclas hacia la esperanza de su pasaje.

La llegada al embarcadero

"Los trenes llegaban de continuo hasta el embarcadero. Las mujeres reconoc¨ªan a sus maridos por las ventanillas de los vagones. Hab¨ªan estado separados desde el fin de la guerra civil. Y all¨ª se ve¨ªan por primera vez frente al barco que los esperaba. Nunca me toc¨® presenciar abrazos, sollozos, besos, apretones, carcajadas de dramatismo tan delirantes".

Nadie mejor que el propio Neruda, escritor excepcional y testigo desde la primera fila de esas escenas, para recordar la emoci¨®n y el dramatismo de aquellas horas de comienzos de agosto en el muelle de Trompeloup. Centenares y centenares de refugiados espa?oles, en su mayor parte reci¨¦n salidos de los campos de internamiento, iban llegando en busca de un pasaje para el futuro en el Winnipeg.

A pesar de la penuria de medios, de la precipitaci¨®n y las dificultades, todo estaba bastante bien organizado. La noticia de que part¨ªa un barco con inmigrantes para Chile hab¨ªa corrido por todo el sur de Francia, y a los refugiados que hab¨ªan sido seleccionados estaban sum¨¢ndose otros deseosos de incorporarse a la expedici¨®n si a¨²n exist¨ªa alguna posibilidad o quedaba alg¨²n puesto libre. La imagen de los excombatientes republicanos resultaba inconfundible. Aunque muchos vest¨ªan la ropa nueva que les hab¨ªan proporcionado en los campos, su aspecto desmejorado era un espejo en el que se reflejaban los sufrimientos que acumulaban. Dec¨ªa luego el poeta: "Yo los puse en mi barco. / Era de d¨ªa y Francia / su vestido de lujo / de cada d¨ªa tuvo aquella vez, / fue / la misma claridad de vino y aire / su ropaje de diosa forestal. / Mi nav¨ªo esperaba/ con su remoto nombre / Winnipeg / pegado al malec¨®n del jard¨ªn encendido / a las antiguas uvas ac¨¦rrimas de Europa. / Pero mis espa?oles no ven¨ªan / de Versalles / del baile plateado, / de las viejas alfombras amaranto...".

Las pensiones y hoteles baratos de la comarca, reservados por los agentes del SERE, se llenaron enseguida, y los ¨²ltimos tuvieron que acabar aloj¨¢ndose en los galpones del puerto y dormir sobre el asfalto, en el mejor de los casos con la cabeza recostada en un mont¨®n de redes, cuidando de sus escasos equipajes, y siempre entre el olor a pescado podrido que tanto encanto suele restar al ambiente portuario. Los que se hallaban separados de su familia, que eran bastantes, deambulaban de un lado para otro, auscultando entre la multitud desorientada las caras y las maneras de andar con la esperanza de encontrar a la esposa, al marido, al hermano, al padre. Tambi¨¦n lo recordaba Neruda, muchos a?os despu¨¦s, en una de sus brillantes p¨¢ginas en prosa: "En el mismo sitio de embarque se juntaron maridos y mujeres, padres e hijos, que hab¨ªan sido separados por largo tiempo y que ven¨ªan de uno y otro conf¨ªn de Europa o de ?frica. A cada tren que llegaba se precipitaba la multitud de los que esperaban. Entre carreras, l¨¢grimas y gritos, reconoc¨ªan a los seres amados, sacaban las cabezas en racimos humanos por las ventanillas".

Los reencuentros

Familiares que ignoraban su suerte, amigos que se cre¨ªan muertos, compa?eros de trincheras olvidados... La espera para el embarque acab¨® convirti¨¦ndose en una oportunidad excepcional para el reencuentro. Incluso para el nacimiento de inolvidables relaciones futuras. En el ir y venir de los m¨¢s j¨®venes, surgieron amistades y flechazos. La asturiana Carmina Corbato, hija mayor de Marcelino, el teniente de alcalde del Ayuntamiento de Gij¨®n, conoci¨® al riojano Celedonio Hoyuelos, se hicieron amigos, m¨¢s tarde novios y, sin que pasase mucho tiempo, mujer y marido.

Los peri¨®dicos ra¨ªdos que otros viajeros con m¨¢s posibilidades dejaban abandonados pasaban de mano en mano. Los le¨ªan en voz alta los pocos que sab¨ªan franc¨¦s. Las noticias de la situaci¨®n en Espa?a eran escasas y poco tranquilizadoras. El nuevo r¨¦gimen segu¨ªa aplicando su pol¨ªtica de represi¨®n con la mayor dureza. Y el mundo libre no parec¨ªa preocuparse. Casi ninguno conoc¨ªa detalles sobre Chile. Les tranquilizaba saber que all¨ª gobernaba el Frente Popular, pero les inquietaba que su llegada reavivase la pol¨¦mica que hab¨ªa desencadenado el conocimiento de la expedici¨®n.

-Hay muchas minas de cobre -explicaba un minero asturiano sin ocultar su satisfacci¨®n por las perspectivas de trabajo que esperaba encontrar.

-Exportan mucho guano -a?adi¨® otro que se hab¨ªa hecho con una enciclopedia en la que se rese?aban las principales riquezas del pa¨ªs.

-Y ?eso qu¨¦ es? -se interes¨® un tercero.

-?El guano? Pues cagadas de p¨¢jaros; de aves marinas -res-pondi¨®-. Al parecer, hay monta?as en algunas zonas costeras. Sirve para abono en el campo. Es una riqueza que explotan sobre todo en el norte. Tambi¨¦n abunda en Per¨², pero Chile es el primer exportador.

Las conversaciones enseguida volv¨ªan a los recuerdos recientes del final de la guerra, a los ¨²ltimos desastres militares y a las vicisitudes vividas por cada uno en la huida hacia Francia o hacia el norte de ?frica. Algunas decenas que hab¨ªan abandonado Espa?a en barco desde Valencia proced¨ªan de campos de refugiados de Argelia, Marruecos e incluso T¨²nez. Neruda se hab¨ªa empe?ado en rescatarlos a pesar de que el traslado hasta Burdeos encarec¨ªa mucho la operaci¨®n y en territorio galo hab¨ªa aspirantes m¨¢s que suficientes para llenar unos cuantos barcos como el Winnipeg. Sin expresarlo, ten¨ªa especial inter¨¦s en que la expedici¨®n abarcase el mayor n¨²mero posible de profesiones, de or¨ªgenes regionales y de adscripciones pol¨ªticas.

Tampoco eran muchos los que sab¨ªan qui¨¦n era Pablo Neruda. Los a?os de guerra hab¨ªan aislado mucho a los espa?oles. Su obra era conocida entre los intelectuales. Pero una gran parte de los refugiados, alrededor del cuarenta por ciento, eran analfabetos o apenas consegu¨ªan descifrar una carta familiar. Cuando empez¨® a circular la noticia de que el poeta Pablo Neruda hab¨ªa llegado a Par¨ªs para seleccionar exiliados que quisieran inmigrar a Chile, su nombre empez¨® a sonar conocido. Nadie, sin embargo, le pon¨ªa cara ni edad.

-Es Pablo Neruda -cuchi-che¨® alguien cuando el poeta descendi¨® de un autom¨®vil y, con aire majestuoso, se abri¨® paso hacia el escritorio que sus colaboradores hab¨ªan improvisado con unas tablas y dos caballetes aprovechando la sombra que proyectaba el barco en el frontal de un galp¨®n.

El poeta caminaba con aire pensativo entre los refugiados, que respetuosamente le abr¨ªan paso. Detr¨¢s, Delia del Carril, cubierta con una pamela, intentaba seguirle. Neruda sonri¨® cuando tres o cuatro personas mayores, que contrastaban con el resto por sus elegantes ropas oscuras, se adelantaron unos pasos a saludarle con ligeras reverencias y las manos extendidas. Los reconoci¨® inmediatamente. All¨ª estaban los cu¨¢queros, siempre tan prestos a estrechar manos, y, lo m¨¢s importante, fieles a su promesa.

-Traemos el dinero, don Pablo. D¨ªganos, por favor, cu¨¢ntos pasajes necesitan, d¨®nde los compramos o, si lo prefiere, d¨®nde depositamos su importe. Lo que les sea m¨¢s pr¨¢ctico -fue su tranquilizador saludo.

Neruda sonri¨® de nuevo. Aquella extra?a gente no dejaba de impresionarle. Incluso le pas¨® inadvertido, despu¨¦s de estrecharles las manos, que en aquella dura y larga jornada que le esperaba a la intemperie no tendr¨ªa al alcance un aguamanil para lavarse con la frecuencia casi obsesiva con que acostumbraba hacerlo. Una de las principales preocupaciones acababa de despejarse. Habr¨ªa dinero para cubrir los gastos del traslado, del mismo modo que en Chile ya se hab¨ªan recaudado fondos para garantizarles la estancia en el pa¨ªs durante seis meses a los reci¨¦n llegados. Lo dem¨¢s se solucionar¨ªa.

-Es su mujer -continuaron los cuchicheos alrededor de Delia del Carril.

La ropa tropical de la pareja propici¨® conclusiones precipitadas sobre el clima de Chile:

-Debe de hacer mucho calor -dedujeron algunos-. Se visten como los cubanos.

-Tienen todos los climas -matiz¨® otro mejor informado-. El pa¨ªs es muy estrecho, pero muy largo. Es como una cinta paralela al mar. En el norte hace mucho calor, s¨ª, pero en el sur hay hielos perpetuos con temperaturas de cuarenta grados bajo cero. O m¨¢s.

-Pues yo prefiero el fr¨ªo -anticip¨® un aragon¨¦s.

-Pues a m¨ª, que me den calor -replic¨® un andaluz-. De fr¨ªo ya agot¨¦ el cupo en el frente de Teruel. ?Joder! Todav¨ªa tengo las cicatrices de los saba?ones en las manos.

Los tr¨¢mites para embarcar eran lentos y minuciosos. Alrededor de Neruda se constituy¨® un comit¨¦ integrado por cinco representantes de los partidos y sindicatos leales a la Rep¨²blica. Era una imposici¨®n del SERE y una idea de Neruda encaminada a impedir que se colasen elementos ajenos al exilio y a equilibrar la composici¨®n del pasaje. No quer¨ªa darle argumentos a la oposici¨®n de Chile. Los representantes de los partidos revisaban los documentos de cada uno y remit¨ªan a los aspirantes a Neruda, que ten¨ªa la ¨²ltima palabra.

Cuando se acerc¨® a la mesa Leopoldo Castedo, el a¨²n renqueante intelectual que hab¨ªa sido aprisionado en Madrid bajo los escombros causados por la explosi¨®n de un dep¨®sito de armas, uno de los miembros del comit¨¦ le formul¨® la pregunta de rigor:

-?A qu¨¦ partido pertenece usted?

-Yo, a ninguno -respondi¨® resueltamente Castedo.

Los comisarios se miraron sorprendidos. Cada uno apuntaba en un cuaderno los nombres de los refugiados de su afiliaci¨®n, y la franqueza de Leopoldo Castedo, que negaba pertenecer a ning¨²n partido, que no ofrec¨ªa pruebas de ser un excombatiente y que sin embargo ofrec¨ªa el aspecto m¨¢s t¨ªpico de un mutilado de guerra, con secuelas tan evidentes como la ceguera de uno de sus ojos, les dej¨® descolocados.

-Entonces, no puede embarcar -sentenci¨® otro.

Castedo no se inmut¨® ni perdi¨® tiempo en decirles lo que en aquellos instantes pensaba. Acudi¨® a Neruda, a quien conoc¨ªa desde hac¨ªa a?os aunque el poeta nunca se acordaba.

-Soy dem¨®crata. Siempre lo he sido. Pero no tengo militancia. Lo que tengo es el cuerpo destrozado por la metralla y los escombros. Si regreso a Espa?a, me detienen y quiz¨¢s... me acaban de matar.

Neruda no le dej¨® terminar la frase.

-No me d¨¦ explicaciones, Castedo. Pase. Chile necesita personas como usted. Aunque all¨¢ insisten en que lo que se necesitan son trabajadores manuales, y es cierto, cabezas como la suya tampoco vendr¨¢n mal. Que tenga mucha suerte en mi pa¨ªs.

Doce militantes de la CNT, que acudieron en grupo y en plan desafiante, fueron rechazados por los delegados pol¨ªticos. El representante comunista se plant¨®:

-No est¨¢is en las listas -les explicaron.

-?En qu¨¦ listas?

-En ¨¦stas -respondi¨® uno de los delegados mostrando los papeles que ten¨ªan sobre la mesa.

-Esas listas te las metes por el culo -replic¨® otro de los anarquistas.

La discusi¨®n fue subiendo de tono. Falt¨® muy poco para que estallase una batalla campal. Los cenetistas acabaron alej¨¢ndose, pero con sus gestos anticipaban que volver¨ªan. Uno de ellos se volvi¨® hacia el representante del Partido Comunista y le espet¨®:

-Sois unos cabrones. Siempre lo hab¨¦is sido.

Luz verde

Una vez con la luz verde para embarcar, los seleccionados deb¨ªan pasar a uno de los galpones, donde el c¨®nsul general de Chile les proporcionaba el visado para entrar en el pa¨ªs. Finalmente, todos eran sometidos a un reconocimiento m¨¦dico. El certificado que descartaba sufriesen enfermedades contagiosas era imprescindible, lo mismo que el visado, para acceder al barco.

"El m¨¦dico que suscribe, designado expresamente por el Consulado General de Chile en Francia, certifica que (...) se dirige a Chile en el vapor Winnipeg, que zarpar¨¢ del puerto de Trompeloup (Bordeaux), ha sido examinado profesionalmente por el infrascrito y declara que no padece enfermedades transmisibles agudas o cr¨®nicas, constitucionales o locales, como tifus exantem¨¢tico, malaria, meningitis cerebro-espinal epid¨¦mica, tuberculosis, escrofulosis, beri-beri, lepra, c¨¢ncer, tracoma, enfermedades contagiosas de la piel".

Pablo Neruda y su primera mujer, Delia del Carril.
Pablo Neruda y su primera mujer, Delia del Carril.

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