Despu¨¦s de Reyes
De Eduardo Zaplana se conoc¨ªan sus prop¨®sitos y el aparatoso reguero de sus irreparables consecuencias, todo lo contrario que con Francisco Camps, tan poco atractivo en su eterno papel de sedienta estatua de sal
Aton¨ªas
Hace muchos a?os que no se asist¨ªa en Valencia a una aton¨ªa cultural como la que ahora padecemos, una aton¨ªa que roza la inmovilidad m¨¢s estricta. No parece que tanta tristeza se deba a la mengua de atribuciones de la siempre animosa Consuelo Ciscar, sino precisamente a lo contrario, esto es, al hecho de que las tuvo y las us¨® de aquella manera. Que tanto fasto era bien poca cosa lo muestra la erradicaci¨®n del entusiasmo sobrevenido, siempre subsidiario de los m¨¢s o menos abruptos cambios de destino en la monta?a rusa del servicio p¨²blico, por as¨ª decir. Lo cierto es que en cosa de poco tiempo Valencia ha pasado de ser referente de primer orden de la cultura mundial a desaparecer de los mapas, por m¨¢s gps que se eche al asunto, y que lo que estaba en primera l¨ªnea eran las vac¨ªas argucias de su alegre promotora. Pero que no decaiga. Dentro de cuatro d¨ªas son Fallas, que viene a ser lo mismo.
Afon¨ªa presencial
No es seguro que se deba a su prop¨®sito, o a su naturaleza; tampoco cabe atribuirlo a su personalidad, ni siquiera puede afirmarse que se trate de una manera propia de hacer pol¨ªtica, pero lo cierto es que Francisco Camps alardea de un amplio repertorio de ausencias en su trayectoria como presidente de los valencianos, y de ah¨ª que siempre parezca en trance de solicitar un vaso de agua a cualquiera que pase por su lado, como si su presteza colindara por lo com¨²n con el vah¨ªdo. Es de esa clase de tipos ante el que cualquier chica con ganas de vivir se echar¨ªa a temblar caso de ser invitada a bailar en una fiesta de post¨ªn, y por eso mismo la presencia del l¨ªder apenas se percibir¨ªa de no contar con el concurso de sus palmeros, de los que, por otra parte, nada se recordar¨ªa de no ser su obsequiosa diligencia gestual ante el jefe. Zaplana, eso s¨ª era un espect¨¢culo de gala de fin de a?o. Despu¨¦s de tanta zarabanda, el personal echa de menos algo m¨¢s de ritmo en el cuerpo.
Pocos d¨ªas despu¨¦s
Dej¨® de creer en los Magos de Oriente a los seis a?os, cuando vio a su hermano mayor, disfrazado de Baltasar y algo pasado de mistela, desplomarse de la escalera port¨¢til ante su ventana donde pretend¨ªa depositar un juguete (una escopeta de tapones de corcho sujetos con hilo de palomar al gatillo) y estrellarse contra la acera. La peluca era la de una de sus hermanas, y en su ca¨ªda tuvo tiempo de comprobar que el Rey fingido s¨®lo hab¨ªa intentado transformar su cabeza, quien sabe si confiando en la majestad natural de las testas coronadas o acaso persuadido de que la tarea que le hab¨ªa sido encomendada se cumpl¨ªa con un ligero retoque de la parte de su cuerpo m¨¢s visible para el ni?o, despierto todav¨ªa tras la inoportuna ventana, que se hizo al vuelo con la encrespada corona de cartulina plateada La escopeta era de tan mala calidad como la peluca, y las dos estaban en la basura el d¨ªa siguiente, cuando el mayor pregunt¨® "?Qu¨¦ te han tra¨ªdo los Reyes?" y ¨¦l se limit¨® a mostrar los restos de una corona ya bald¨ªa.
Berggasse, 19
Este a?o se cumplen los 150 del nacimiento de Freud, pero no se celebrar¨¢ como el de Mozart porque es menos result¨®n. ?No parece que hayan pasado muchos m¨¢s a?os para el primero que para el segundo? Puede ser un error de perspectiva, pero se dir¨ªa que el psicoan¨¢lisis se encuentra algo envejecido, pese al esfuerzo, algo esot¨¦rico, de los animosos lacanianos por recuperarlo. Quedan tres o cuatro ideas fuerza, cuya certidumbre permanece todav¨ªa en entredicho, y una ristra de secuelas de supermercado que la gente com¨²n designa como tener mucha psicolog¨ªa. No m¨¢s que Freud, es cierto, quien se merece un recuerdo al menos por haberse internado con tanto peligro en el territorio del inconsciente. "No saben que les traemos la peste", coment¨® a un amigo al llegar a Nueva York. Una peste que, a?os despu¨¦s, parece apenas resfriado.
El principio del fin
Qu¨¦ quieren qu¨¦ le haga si cada vez que veo una foto de George W. Bush recuerdo a El¨ªas Canetti: "Cuando se observa en detalle a un animal, sientes como si albergara en su interior a un ser humano que te est¨¢ tomando el pelo". Tambi¨¦n es verdad que donde las dan, las toman, y as¨ª es muy posible que este sea el ¨²ltimo a?o de mandato para ese r¨²stico impostor infautado, tan seguro de que el Estado sobra que no lleg¨® a darse cuenta de que es ¨¦l mismo quien est¨¢ de m¨¢s. El y unos cuantos de los que todav¨ªa le acompa?an, como ese austriaco musculoso que no contento con ser peor actor que Ronald Reagan se dispone a ser tambi¨¦n un peor gobernador de California. Bajo su ¨¦gida, como dir¨ªa Juan Benet, "El tiempo s¨®lo asoma en la desdicha y as¨ª la memoria s¨®lo es el registro del dolor".
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