Un vigilante, dos personalidades
El presunto homicida de Correos era una persona normal para sus vecinos y violenta seg¨²n sus colegas
El chico de largas pesta?as, alegre, amante de los animales, que pasaba los fines de semana en La Adrada (?vila, 2.200 habitantes) en casa de su madre, mat¨® el pasado lunes a dos de sus ex compa?eros vigilantes en la vieja sede de Correos en Madrid, dej¨® malherida a otra guarda y luego se vol¨® la cabeza. Para sus amigos y vecinos de la localidad abulense, Manuel Ram¨ªrez, de 35 a?os, era Manolo, "el hijo de Angelines", un hombre sin problemas, descrito con todos los t¨®picos de una persona "normal¨ªsima". Su madre es una mujer muy querida en La Adrada. El presunto homicida, que tiene dos hermanas ya casadas, sal¨ªa con ella a dar largos paseos. La mujer se desviv¨ªa por atenderle.
Angelines lleg¨® a La Adrada ya viuda, en compa?¨ªa de sus tres hijos peque?os y procedente de un pueblo de Guadalajara. ?l se cri¨® en el pueblo abulense. "Era un chaval muy majo, estupendo, muy bueno, muy bueno. No s¨¦ como ha podido, el muy...", exclama, emocionado, Luis B¨¢rdenas, un cazador amigo de la destrozada familia. La sorpresa entre los residentes del pueblo fue may¨²scula cuando se enteraron de los asesinatos. "Nosotros le ve¨ªamos mucho por el Ayuntamiento porque ven¨ªa, siempre muy amable, a consultar los boletines oficiales por si hab¨ªa trabajo", agrega el alcalde, Hilario Gabriel.
En cambio, para sus compa?eros de trabajo de Madrid, Manuel Ram¨ªrez era Ram¨ªrez a secas: una persona violenta, obsesionada con la caza, que se pasaba las guardias nocturnas encerrado en el vestuario y que llevaba al trabajo machetes "tipo Rambo". En Nochebuena se meti¨® en el habit¨¢culo con una caja de langostinos, una botella de sidra y una televisi¨®n en blanco y negro. Luego ech¨® el pestillo.
El homicida entr¨® en la empresa de vigilancia Orma Seguridad el 19 de noviembre, y firm¨® su baja voluntaria el pasado 27 de diciembre. Antes de irse dijo algo a un compa?ero que result¨® truculentamente premonitorio: "Tranquilo. Me volver¨¢s a ver de cacer¨ªa en Correos." El lunes pasado cumpli¨® su promesa: regres¨® a Correos por la tarde, aparc¨® su coche en la entrada y entr¨® vestido con una cazadora tipo bomber negra, un pantal¨®n vaquero y unas botas de estilo militar. Llevaba un machete a la espalda, un pasamonta?as tap¨¢ndole la cara, dos cananas a la cintura y una escopeta de caza de marca Beretta que le hab¨ªa costado 1.100 euros. Mat¨® a tiros a dos compa?eros y malhiri¨® a una tercera. A otro trabajador le perdon¨® la vida despu¨¦s de que, de rodillas, le suplicara piedad. Luego se vol¨® los sesos de un disparo.
No era la primera vez que iba a su lugar de trabajo con su escopeta de caza. Ya lo hab¨ªa hecho el 16 de diciembre pasado. "Empez¨® a apuntarnos indistintamente como si fuese un ni?o y estuviese jugando", cuentan sus compa?eros, a¨²n con cara de terror.
Ese incidente marc¨® un punto y aparte en el comportamiento del homicida. Se volvi¨® hura?o, se encerraba en el vestuario, no hablaba si no era para proferir amenazas. Todo lo que hac¨ªan sus compa?eros lo apuntaba en una libreta, de forma obsesiva.
"Al principio era una persona normal. Se relacionaba y com¨ªa con nosotros. Es verdad que s¨®lo le interesaba la caza. No hablaba de otra cosa, ni de deportes, ni de chicas... Pero bueno, eso tampoco es malo", explica uno de sus colegas. Luego cambi¨®. Si un compa?ero se sentaba en una silla, ¨¦l se sentaba detr¨¢s, a su espalda. "Est¨¢bamos siempre mosqueados por si nos hac¨ªa algo. Ten¨ªamos que ponernos hasta arriba de caf¨¦ y Coca-Cola para estar siempre alerta", cuentan los vigilantes.
Sus compa?eros no le conoc¨ªan novia. En La Adrada tampoco, salvo una chica del pueblo con la que sali¨® hace ya tiempo. Las f¨¦minas del pueblo, cuando era m¨¢s joven, beb¨ªan los vientos por ¨¦l. "Coment¨¢bamos entre nosotras que estaba buen¨ªsimo, con su Ford Sierra y sus ojos claros. Luego, como muchos, se ech¨® a perder", comenta una vecina treinta?era.
En La Adrada, el vigilante tampoco ten¨ªa una pandilla tumultuosa de amigos y, aunque era miembro de la Asociaci¨®n de Cazadores del pueblo, le gustaba salir a cazar solo. Sin personas ni perros. Un d¨ªa intent¨® incluso que sus compa?eros de Madrid se apuntaran a una cacer¨ªa en su pueblo con ¨¦l. Peg¨® un cartel en el puesto de trabajo informando sobre la quedada. "Alguno se apunt¨®, pero yo les dije que no ten¨ªa licencia de armas y que si le pillaban los forestales se iba a buscar un problema. Pero a Manuel no parec¨ªa importarle, nos comentaba que en La Adrada no pasaba nada", cont¨® un trabajador.
Uno de los trabajadores recuerda que le sorprendi¨® que Manuel Ram¨ªrez no recordara los lugares que le ense?aba del edificio al hacer las rondas. "Pensaba que como era nuevo y el edificio es laber¨ªntico era normal. Pero al pasar el tiempo y ver que no era capaz de recordar lugares muy concretos, pens¨¦ que estaba agotado, porque ten¨ªa otro trabajo", explica uno de los guardas.
Y es que Ram¨ªrez cont¨® al resto de trabajadores que cuando sal¨ªa de su trabajo nocturno en Correos a las 7.00 se iba a trabajar como guarda de campo a ?vila. Una vida laboral de locura que, seg¨²n sus compa?eros, no aderezaba con ning¨²n vicio: "Apenas beb¨ªa, ni tomaba drogas. Aunque ten¨ªa fotos de setas gigantes metidas en el m¨®vil y, cuando nos las ense?aba, presum¨ªa de que tomaba setas alucin¨®genas".
"Saldremos en la prensa"
"?Un d¨ªa vamos a salir todos en los peri¨®dicos!", amenaz¨® el pasado mes de diciembre Ram¨ªrez a sus compa?eros de Correos. "Estaba todo el d¨ªa as¨ª, amenaz¨¢ndonos y se?al¨¢ndonos con el dedo. La ¨²ltima vez que le vi, el 27 de diciembre [el d¨ªa en que Ram¨ªrez firm¨® su baja voluntaria de la empresa] le dije: 'Que te vaya bien, no s¨¦ si nos volveremos a ver'; y el me contest¨®: 'Tranquilo, volver¨¢s a verme cazar en Correos", explica uno de sus compa?eros del turno de noche.
A otro compa?ero le amenaz¨®, con una bala entre los dedos, con que con ella le iba a partir en dos. "?l siempre nos dec¨ªa frases como: 'T¨² ten cuidado conmigo, que yo estoy paranoico", afirman los vigilantes.
Su lenguaje amenazante estaba lleno de referencias de caza. Los compa?eros eran presas; los jefes, cabecillas de la manada. "Todo lo relacionaba con la cineg¨¦tica; si ten¨ªa que comparar tama?os, siempre era con animales", concluyen los guardas.
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