Obsesiones y asimetr¨ªas nacionalistas
Es tan atinada la observaci¨®n del profesor P¨¦rez Royo ("Tampoco el Estatuto andaluz cita a Espa?a y nadie se rasga las vestiduras", EL PA?S, 15 de enero de 2006), que parece oportuno desglosarla para apoyar un di¨¢logo sin prejuicios, que logre ese nuevo marco de convivencia que se plantea desde Catalu?a. Para empezar, no se puede exigir a los catalanes que se constri?an a lo que se proclama como incuestionable desde las filas del nacionalismo espa?ol. Es m¨¢s, habr¨ªa que sacudirse esa perniciosa obsesi¨®n con Catalu?a. La hay tambi¨¦n con el Pa¨ªs Vasco, pero quiero centrarme en las relaciones con Catalu?a. Se fomenta el prejuicio, ese criterio lanzado sin fundamento suficiente. Adem¨¢s, el nacionalismo espa?ol juega con una doble ventaja, la de erigirse en exclusivo defensor del Estado, pretendiendo dictaminar lo que todos deben sentir y hablar en cualquier rinc¨®n de Espa?a, y tambi¨¦n la de contar con una mayor¨ªa, es cierto, de ciudadanos identificados con las proclamadas esencias espa?olas. Es una posici¨®n asim¨¦trica indudable a favor del nacionalismo espa?ol, pero ya sabemos que democracia no s¨®lo es el gobierno de la mayor¨ªa, sino adem¨¢s el respeto y di¨¢logo con las minor¨ªas, y, por tanto, el m¨¦todo para alcanzar acuerdos razonables para una m¨¢s justa convivencia. No basta, pues, con reclamar a los nacionalistas catalanes o vascos que se despojen de esencialismos y prejuicios; tambi¨¦n hay que exig¨ªrselo a los espa?olistas, quienes han convertido en norma una vara de medir doble y perversa. Cuanto m¨¢s airean las maldades existentes en el tripartito catal¨¢n y en sus textos, m¨¢s pareciera que tratan de ocultar sus complejos e incapacidades, pues ni pueden borrar a los millones de espa?oles que tambi¨¦n se sienten catalanes o vascos o gallegos, ni logran cerrar Espa?a, por m¨¢s que traten de detener la historia en 1978.
Basten algunos ejemplos ilustrativos. Si, por ejemplo, el pre¨¢mbulo del Estatuto echa mano de la historia, entonces no s¨®lo es una interpretaci¨®n discutible, sino una manipulaci¨®n intolerable, mientras que, por el contrario, no se desvela que el art¨ªculo 2 de nuestra Constituci¨®n fosiliza las fronteras existentes en 1978 como fundamento de la naci¨®n y de la unidad de Espa?a (?Ceuta y Melilla, para siempre espa?olas!), ni se airea que el art¨ªculo 56 otorga a la Corona el s¨ªmbolo de una esencia unitaria inalterable, como si la Monarqu¨ªa, instituci¨®n tan afectiva como ajena a la racionalidad democr¨¢tica, fuera consustancial a Espa?a, y esto sin recordar el desafortunado art¨ªculo 8. Hay otros muchos ejemplos, m¨¢s cotidianos y que enciza?an la opini¨®n p¨²blica. Recordemos que cuando Maragall promovi¨® una eurorregi¨®n, se toc¨® a rebato por romper Espa?a, mientras que eso mismo ya existe, con sede y presupuesto, entre Galicia y Portugal, impulsado por Fraga. Si Gas Natural quiere comprar otra empresa, es imperialismo catal¨¢n, pero si Telef¨®nica compra una operadora inglesa o Repsol invierte en Am¨¦rica, entonces se trata de un desarrollo empresarial tan leg¨ªtimo como necesario para Espa?a. De igual modo, si Catalu?a o el Pa¨ªs Vasco se promocionan en el exterior, est¨¢n haciendo pol¨ªtica segregacionista, pero si la Comunidad de Madrid firma acuerdos con el Estado de Florida, u otros gobiernos auton¨®micos viajan en pleno a China, Jap¨®n o EE UU, entonces se presume de ampliaci¨®n de mercados, un beneficio para todos. Pero cabe interrogarse sobre estas asimetr¨ªas que circulan cotidianamente: si el presidente de Extremadura gobierna con tres veces m¨¢s funcionarios por habitante que el Gobierno catal¨¢n, ?acaso se trata de pol¨ªticas de creaci¨®n de empleo? O cuando defiende la igualdad de los ciudadanos, ?no sabe que los ciudadanos de la provincia de C¨¢ceres est¨¢n sobrerrepresentados en las Cortes, frente a los ciudadanos de Madrid o Barcelona? ?O acaso cuando los gobiernos de Arag¨®n y Castilla-La Mancha proclaman que "el agua es m¨ªa", esgrimen s¨®lo argumentos ecol¨®gicos y de desarrollo, o albergan actitudes de cierre territorial de recursos? Por otra parte, ?por qu¨¦ el PP que gobierna en la Diputaci¨®n de ?lava, o en Navarra, absorbido por la UPN, no explica que en esos territorios hay aut¨¦ntica independencia fiscal y que nunca ha propuesto anular unos "conciertos econ¨®micos" cuyos fundamentos son tan discutibles hist¨®ricamente como insolidarios socialmente?
Son algunos casos para ilustrar c¨®mo se excita el miedo con el fantasma de la ruptura de Espa?a, incluso con declaraciones de supuesta superioridad, como las realizadas por el presidente del CGPJ, infravalorando el idioma catal¨¢n. Por eso es necesario subrayar como punto de partida para todo di¨¢logo entre nacionalistas, que no existen diferentes tipos de naciones, sino distintas formas de argumentar y defender una naci¨®n. En consecuencia, todo lo que afecta a cualquier nacionalismo, sea el catal¨¢n o el espa?ol, corre el peligro de convertirse en un escurridizo rompecabezas para toda la ciudadan¨ªa, sea del color que sea. La historia quiz¨¢s nos ense?e poco, pero hay algo que probablemente ser¨ªa aceptado por todos: que las fronteras, como dijera con magisterio Pierre Vilar, son todas ellas cambiantes. Remont¨¦monos por un instante al momento fundacional: la naci¨®n espa?ola no se fragu¨® en exclusiva en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, sino desde todos los territorios hispanos. As¨ª, Espa?a tuvo su primera definici¨®n y organizaci¨®n pol¨ªtica no sobre ni desde el territorio peninsular, sino a partir de unos extensos territorios hispanos y con un impulso constitucional procedente tanto de las tierras americanas como de la propia metr¨®poli. Ocurri¨® a partir de 1808, se plasm¨® en las Cortes de C¨¢diz y en la primera Constituci¨®n de nuestra historia. La expresi¨®n de "las Espa?as" -que tanto se usa ahora, incluso en la f¨®rmula de la "Espa?a plural"- indicaba el conjunto de territorios y habitantes donde la Espa?a europea y la Espa?a americana formaban un cuerpo pol¨ªtico com¨²n.
En todo caso, la Constituci¨®n de 1812 nos remite a la condici¨®n gen¨¦tica de la naci¨®n pol¨ªtica en Espa?a. Ya entonces se discuti¨® la escasa representaci¨®n que ten¨ªan los habitantes de la parte americana de la naci¨®n espa?ola, adem¨¢s de plantearse los l¨ªmites sociales del concepto de ciudadan¨ªa. Y si la naci¨®n espa?ola experiment¨® muy pronto una amplia amputaci¨®n de territorios, sin duda qued¨® como propio de todo parto constitucional la necesidadde establecer las relaciones entre Estado, naci¨®n, territorio y ciudadan¨ªa. Se reavivar¨ªa posteriormente el debate cuando se desarrollasen los nacionalismos catal¨¢n, vasco y gallego. Una secular historia de tensiones que alcanz¨®, al fin, en la Constituci¨®n de 1978 el pacto del Estado de las Autonom¨ªas. Suficiente en su momento, probablemente inconcluso ante nuevas realidades y expectativas. De hecho, se han rebasado las previsiones del t¨ªtulo VIII. Adem¨¢s, el contexto espa?ol ha cambiado con la incorporaci¨®n a la Uni¨®n Europea. Son otros, por tanto, los contenidos y las relaciones dentro de Espa?a, porque el Estado ya no se puede expresar s¨®lo a trav¨¦s del Gobierno central. Tambi¨¦n existe Estado cuando act¨²a y gobierna un Ejecutivo auton¨®mico. Este principio deber¨ªa quedar claro constitucionalmente para el nacionalismo espa?ol, para que ni monopolice el sentido de Estado ni dogmatice su cultura o su idioma como lo propio de todos los espa?oles.
Por lo dem¨¢s, las tensiones son l¨®gicas en toda sociedad que quiera aplicar, por un lado, el principio de igualdad ciudadana contra las desigualdades sociales, y, por otro, conjugar la igualdad y el derecho a la diferencia, tanto entre individuos como entre colectivos sociales. Si el disenso es la base de la democracia, el reto consiste en encontrar soluciones sin excomuniones y a sabiendas de que nunca ser¨¢n eternas. Ser¨ªa saludable, a este respecto, rehabilitar el valor de las soluciones federales, por ser probablemente las que permitan soluciones tan negociadas como abiertas a los cambios propios de la historia. Por nuestra parte, los historiadores podr¨ªamos apoyarlo con una pedagog¨ªa de la pluralidad conociendo las v¨ªas y expectativas que hubo en el pasado, no para revivirlas mim¨¦ticamente, sino para saber que toda historia est¨¢ llena de contingencias.
Juan Sisinio P¨¦rez Garz¨®n es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Castilla-La Mancha.
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