Tormenta militar en un vaso de agua
Aunque la atenci¨®n medi¨¢tica desatada a partir de las declaraciones del teniente general Jos¨¦ Mar¨ªa Mena y de algunas reacciones reprochables pudieran indicar lo contrario, sigue siendo v¨¢lida la idea de que en Espa?a no hay un problema militar tal como se entend¨ªa en los primeros a?os de la transici¨®n democr¨¢tica. Que las declaraciones de un alto mando militar hayan generado tal pol¨¦mica resulta triste y chocante. En el an¨¢lisis de lo ocurrido con ocasi¨®n de su discurso en una fecha tan se?alada como la Pascua Militar, cabe establecer una distinci¨®n entre lo que supone el comportamiento del ya ex jefe de la Fuerza Terrestre y las reacciones pol¨ªticas subsiguientes.
Con respecto al primer punto, escenificado en una ocasi¨®n en la que ostentaba la representaci¨®n del jefe del Estado, no cabe la tibieza: es, sin ning¨²n g¨¦nero de dudas, un hecho inaceptable y contraproducente. Tras m¨¢s de treinta a?os de servicio, el general Mena conoc¨ªa sobradamente las normas que imponen recortes en sus derechos pol¨ªticos a todo militar profesional (imposibilidad de sindicaci¨®n o de pertenencia a partidos pol¨ªticos, entre otros). Conoc¨ªa la prohibici¨®n de manifestar p¨²blicamente opiniones pol¨ªticas. En consecuencia, cuando decidi¨® dar publicidad a su pensamiento pod¨ªa intuir alguna de las consecuencias que sus declaraciones han tenido.
Pudo pensar, por ejemplo, que expresaba as¨ª lo que muchos otros sent¨ªan, dada la evidente tensi¨®n que el proceso de aprobaci¨®n del Estatuto catal¨¢n est¨¢ generando (y as¨ª parecen demostrarlo epis¨®dicas reacciones, igualmente fuera de lugar, de otros mandos). Pudo, asimismo, dar salida a una preocupaci¨®n, incluso sincera, de su ideario personal, entendiendo que, a escasas fechas de su obligado retiro por edad, eso le tranquilizar¨ªa interiormente y, ya como oficial retirado, le reportar¨ªa un ilusorio aplauso en los c¨ªrculos en los que se mueva a partir de ahora. Convertido en portavoz de facto de ese estado de opini¨®n, no debi¨® de calibrar, sin embargo, el notable efecto negativo que su decisi¨®n personal ha tenido para las Fuerzas Armadas (FAS). Su apelaci¨®n al art¨ªculo 8 de la Constituci¨®n, seg¨²n el cual las Fuerzas Armadas son las encargadas de la defensa de la independencia, la soberan¨ªa y la integridad territorial de Espa?a -dando a entender que las FAS podr¨ªan verse obligadas a actuar si el proceso de aprobaci¨®n del Estatuto sigue adelante-, es una aberraci¨®n. Por imperfecta que sea la redacci¨®n de ese art¨ªculo, no hay nada en el ordenamiento pol¨ªtico espa?ol que otorgue a las FAS ning¨²n tipo de poder aut¨®nomo con respecto a la autoridad civil del Estado. Los ej¨¦rcitos son un mero instrumento a disposici¨®n del poder civil, que ser¨¢ activado exclusivamente cuando los ¨®rganos de decisi¨®n pol¨ªtica as¨ª lo decidan. Bajo ning¨²n supuesto puede imaginarse hoy una actuaci¨®n militar al margen de las instancias pol¨ªticas del Estado y, por tanto, ni en ¨¦ste ni en cualquier otro caso cabe entender que un mando militar por separado, o incluso el conjunto de la c¨²pula militar, puedan actuar de manera independiente para tomar parte en el debate pol¨ªtico, y mucho menos en el proceso de toma de decisi¨®n.
Con sus declaraciones, el mando militar ha da?ado a las FAS ante la sociedad. S¨®lo con grandes esfuerzos se ha logrado en estos veinte a?os una apreciable recuperaci¨®n de la imagen que de las FAS tiene la ciudadan¨ªa. Su participaci¨®n en operaciones internacionales de paz, su profesionalizaci¨®n y una profunda reestructuraci¨®n han permitido superar la imagen de la etapa franquista de unos ej¨¦rcitos ocupantes en su propio territorio y con influencia directa en los asuntos pol¨ªticos. Superado el trauma del 23-F, aquella visi¨®n hab¨ªa pasado a la historia y as¨ª lo demuestra la valoraci¨®n social de las FAS en las encuestas. Desde esa perspectiva, cabr¨ªa calificar de nefasto el ¨²ltimo servicio que el citado general ha prestado a la instituci¨®n.
En cuanto a las reacciones provocadas por el discurso, el comportamiento de algunos representantes pol¨ªticos resulta a¨²n m¨¢s preocupante y contraproducente que el mismo hecho en s¨ª. Mientras cabe calificar de adecuadas las medidas adoptadas por el ministro de Defensa (arresto domiciliario, cese de su cargo y pase inmediato a la reserva), las declaraciones de algunos altos representantes del Partido Popular son, si cabe, a¨²n m¨¢s negativas que las del propio militar. En lugar de sumarse, como ha hecho el resto de los partidos del arco parlamentario, a la condena sin paliativos de lo declarado por Mena y de dar por buena la reacci¨®n del ministro del ramo, han intentado rentabilizar lo ocurrido a favor de su agenda pol¨ªtica.
Lo malo no es la petici¨®n de comparecencia parlamentaria del ministro, intentando de alguna manera responsabilizarlo del nombramiento de Mena (olvidando tal vez que de su ascenso a general y de todos sus ¨²ltimos destinos, excepto el ¨²ltimo, es responsable precisamente un Gobierno del PP). Lo radicalmente inaceptable, y desestabilizador, es que se consideren esas declaraciones como "inevitables" y que se alimenten los posicionamientos pol¨ªticos de los militares, echando por tierra las bases fundamentales sobre las que se asienta el orden pol¨ªtico democr¨¢tico. Mostrar simpat¨ªa y comprensi¨®n por la actitud del general Mena significa, sin m¨¢s rodeos, alimentar comportamientos antidemocr¨¢ticos, cuando no directamente golpistas; algo que deber¨ªa estar absolutamente descartado para quien ha ocupado las responsabilidades del Gobierno y para quien aspira, alg¨²n d¨ªa, a asumirlas. Por esa v¨ªa, inspirada por el inter¨¦s coyuntural de sumar argumentos a su rechazo al Estatuto de Autonom¨ªa catal¨¢n, se abre una puerta que a todos deber¨ªa interesar que se mantenga cerrada para siempre.
S¨®lo cabe esperar que, por encima del no siempre ejemplar comportamiento de algunos partidos pol¨ªticos y de algunos miembros de las FAS, la sociedad espa?ola sea consciente de que lo ocurrido no es m¨¢s que una tormenta en un vaso de agua, magnificada por algunos al servicio de sus no siempre ejemplares intereses, y de que en Espa?a no hay hoy un problema militar.
Jes¨²s A. N¨²?ez Villaverde es director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acci¨®n Humanitaria (IECAH, Madrid)
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