El sentido se va de vacaciones
El espa?ol puede parecer un idioma grave, adusto, que pesa y tira, al menos -como comentara Octavio Paz- mientras el poeta cubano Orlando Gonz¨¢lez Esteva no lo haga cantar y bailar.
Y a¨²n insiste Paz en la inventiva, frescura y desparpajo de sus poemas, juguetes vivos que reintegran al encorsetado espa?ol su porci¨®n de irracionalidad y de insolencia. Desde que en 1981 se publicara Ma?as de la poes¨ªa, los versos del poeta se proponen salvar del tedio, de lo impostado solemne, mediante altas dosis de gracia para, fugaces, elevarse en un aire que se inflama con la materia descarada de sus met¨¢foras.
De hecho, en Orlando Gonz¨¢lez Esteva (Palma Soriano, Cuba 1952) la palabra es un instrumento dichoso, un ¨²til de felicidad y m¨²sica, antes que el veh¨ªculo informativo de lo comunicable. Lejos de la ambici¨®n del silogismo o de la nomenclatura, con ella, risue?a y sobre todo amable, comienza la vacaci¨®n del sentido, no su impostura. Por la palabra las cosas no significan, los referentes no dicen, m¨¢s bien se alegran en los giros sin m¨¢s de su enunciaci¨®n, part¨ªculas leves de una pasi¨®n que bebe, come, parrandea y se anima: la pasi¨®n de la lengua que no se?ala, s¨®lo goza, devuelta ahora a su vital condici¨®n, h¨²meda, cantarina, nadadora.
CASA DE TODOS
Orlando Gonz¨¢lez Esteva
Pre-Textos. Valencia, 2005
76 p¨¢ginas. 12 euros
As¨ª, por ejemplo, uno de los libros m¨¢s originales del poeta, Elogio del garabato (1994), celebra la escritura en tanto gr¨¢cil l¨ªnea y la conmemora en su gestaci¨®n m¨¢s l¨²dica. El garabato no es sino un texto sin papel y sin pretensiones, un escrito que declara el hilvanarse y seguirse de sus trazos, rasgueo que tiembla, oscila, se contorsiona, danza.
Ahora bien, toda esta cele-
braci¨®n del ingenio y del juego que es la poes¨ªa de Gonz¨¢lez Esteva no reduce, sin embargo, la hondura del baile y menos a¨²n libera del protocolo estipulado de sus pasos. Al contrario, en pocos lugares encontraremos tanto rigor, tanta disciplina. Orlando reconduce esa dicha po¨¦tica, enmarc¨¢ndola en el ejercicio de la m¨¦trica cl¨¢sica, recuperando los ritmos de lo tradicional e incurriendo as¨ª en la curiosa paradoja de una juerga reglada. Porque s¨®lo desde ¨¦sta, desde el goce l¨ªrico, puede comprenderse su respetuoso entusiasmo por lo formal, como si la fidelidad a dicciones en desuso se convirtiera en parte imprescindible de la fiesta, igual que el orden fijado para los invitados en la mesa.
Repetir las viejas f¨®rmulas, las antiguas rimas, no significa, para ¨¦l, sino incorporarse a un banquete, festejar esa comida comunitaria y grupal en que consiste la tradici¨®n. ?sta no conlleva servidumbre; se nos regala, en cambio, como una herencia en la que Gonz¨¢lez Esteva, inmune a miopes acusaciones de anacronismo, es capaz de escuchar oportunidades y riqu¨ªsimos matices. Si su empleo deja al poeta fuera de una modernidad mal entendida, le permite ingresar de golpe en otra direcci¨®n del presente que no anula sus tratos con lo anterior. Al contrario, lo defiende como la manera extrema de una nueva actualidad.
Por eso, en su ¨²ltimo libro, Gonz¨¢lez Esteva se empe?a con una de las escrituras m¨¢s innegociables que existen. En Casa de todos, retuerce hasta lo imposible el haiku japon¨¦s que, constituido por tres versos, constituye un modelo inimitable de rigidez esclava.
El esfuerzo es tan atroz que
no siempre rinde beneficios y el resultado, como una ortodoncia innecesaria, no puede ocultar los sudores de su milagro forzado. Pero en ocasiones, esa forma r¨ªgida en la que el poeta se ampara obtiene hallazgos que consiguen rentabilizar sus piruetas dificultadas por el cors¨¦ nip¨®n. As¨ª uno de los poemas del libro articula un descubrimiento genuinamente brotado de lo esquem¨¢tico de la estrofa. Es su breve angostura la que lo posibilita y el poeta observa que "Nadie habla solo / ni siquiera el silencio:/ Casa de todos".
De este modo, la ¨²nica comunidad, el ¨²nico encuentro se funda no tanto en el discurso como en su omisi¨®n. El lugar conjunto que habitamos es un lugar t¨¢cito, pleno de cosas no dichas. Esa mudez compartida la declara el poema gracias al haiku, oraci¨®n brev¨ªsima, de complexi¨®n casi inapreciable, que linda con su propia extinci¨®n, con su mutismo. De r¨ªgida estructura, cuenta las posibilidades de comuni¨®n que duermen en la aquiescencia sin palabras, en el contacto sin voz, mueca de acuerdo mudo en la casa silenciosa que compartimos.
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