Los enemigos
En ese cofre repleto de joyas que es el libro Conversaciones con Goethe, de Johann Meter Eckermann (magn¨ªfica edici¨®n para Acantilado de Rosa Sala, quien ya tradujera el otro pilar biogr¨¢fico goethiano, Poes¨ªa y verdad), se hace dif¨ªcil elegir, pues si juzgamos por las transcripciones del fiel secretario de los ¨²ltimos a?os la vejez del poeta de Weimer estuvo adornada por una enciclop¨¦dica lucidez. As¨ª, en su conjunto, los di¨¢logos mantenidos a lo largo de ocho a?os se convierten en el balance de toda una ¨¦poca y, por supuesto, de la entera obra de Goethe.
Tengo preferencia por la generosidad que ¨¦ste muestra en el momento de juzgar a sus contempor¨¢neos. En muchos casos la generosidad se transforma en exaltaci¨®n de la amistad, como en el de Schiller, ya muerto en el momento de las conversaciones, y al que Goethe llena constantemente de elogios, gesto todav¨ªa m¨¢s valioso si se tiene en cuenta que aqu¨¦l representa al m¨¢ximo rival con vistas a la posteridad literaria. Elocuente es asimismo el trato que Goethe concede a Byron, considerado casi un h¨¦roe mitol¨®gico pese a que el poeta ingl¨¦s no siempre mostr¨® el mismo respeto hacia su ilustre admirador.
Tambi¨¦n merece una atenci¨®n preferente el tratamiento que da Goethe a los asuntos que conciernen, o han concernido, a su propia intimidad. En este terreno procura mantener siempre un equilibrio entre la memoria y la discreci¨®n. En consecuencia, Goethe, muy bien ayudado por el tacto de Eckermann, camina con elegancia entre las sombras del pasado, a veces no tan remoto, como el que se refiere a su amor por la joven Ulrike von Levetzow, todav¨ªa vivo en el momento en que se sit¨²a el inicio del libro. Eckermann registra las dudas y titubeos de Goethe, que durante un tiempo mantiene en secreto el poema surgido de aquella relaci¨®n, la maravillosa Eleg¨ªa de Marienbad.
Por lo dem¨¢s, quien busque las claves de la obra de Goethe las encontrar¨¢, en gran medida, en estas conversaciones. Por ejemplo, la importancia que siempre concedi¨® a determinadas fuerzas irresistibles que la raz¨®n apenas puede comprender: ese car¨¢cter demoniaco que explica a personajes como Napole¨®n, Federico el Grande de Prusia o el propio Byron; o en otra direcci¨®n, su combate contra los excesos del romanticismo, un acerado diagn¨®stico de lo que estaba por venir en la cultura europea.
En igual medida, quien quiera adentrarse en el laberinto que signific¨® la largu¨ªsima escritura del Fausto -m¨¢s de 50 a?os- tiene en las Conversaciones la mejor gu¨ªa para no extraviarse. Eckermann refleja hasta qu¨¦ punto el personaje ya se ha emancipado del autor y viaja por la imaginaci¨®n de muchos artistas europeos que, como Delacroix, tratan de darle una presencia visual y unos rasgos caracter¨ªsticos. La perplejidad de Goethe ante las traducciones pict¨®ricas de sus h¨¦roes anticipa algo el desconcierto que, un siglo despu¨¦s, los escritores sintieron ante las adaptaciones cinematogr¨¢ficas de sus textos.
En el inmenso ba¨²l de sorpresas hay un par de p¨¢ginas que Goethe dedica a sus enemigos y que, pese a su brevedad, son tan significativas del talante goethiano como las incomparablemente m¨¢s extensas que ha dedicado a sus amigos. Si con ¨¦stos el poeta hace gala de generosidad, frente a aqu¨¦llos recurre a la iron¨ªa, no exenta de un imparable desd¨¦n. No podemos olvidar, por otra parte, que cuando Eckermann anota esta conversaci¨®n, en abril de 1824, Goethe ya ha cumplido 74 a?os y tiene una amplia perspectiva del significado tanto de la amistad como de la enemistad.
Al investigar las razones de sus enemigos Goethe distingue cinco grupos. El primero est¨¢ integrado por los enemigos por estupidez. El poeta tiene claro que se refiere a cuantos le han machacado a lo largo de toda su vida sin conocerle. Una masa considerable, seg¨²n le confiesa a Eckermann, que le ha producido un fastidioso aburrimiento. El segundo grupo, tambi¨¦n muy nutrido, est¨¢ constituido por los envidiosos. Goethe sintetiza la naturaleza de envidioso en aquel que no se muestra dispuesto a aceptar de ninguna manera la felicidad, la honorabilidad y el talento de los otros. La ¨²nica dicha del envidioso es la aniquilaci¨®n del envidiado. Goethe muestra mordazmente el remedio para superar la envidia: "Si yo fuera infeliz y desgraciado, me dejar¨ªan en paz inmediatamente".
El tercer grupo est¨¢ emparentado con el segundo y sus miembros se distinguen por la falta de ¨¦xito propio. A diferencia de los envidiosos sin m¨¦rito alguno, los componentes de esta cofrad¨ªa pueden ser talentudos, e incluso geniales, pero culpan a los otros de la escasa receptividad social que tienen. Son, por as¨ª decirlo, gigantes que alardean en la soledad y enanos temerosos cuando tienen que abandonar sus bravuconadas solitarias.
Goethe se muestra m¨¢s comprensivo con los dos grupos restantes, el de los enemigos con raz¨®n y el de los enemigos por diversi¨®n. Con respecto a estos ¨²ltimos no hay nada que decir puesto que encarnan la multiplicidad de las opiniones y pensamientos humanos. El poeta los considera incluso positivamente, siempre que no recurran al dogma y le permitan expresar libremente sus propias opiniones. En relaci¨®n a aqu¨¦llos, a los enemigos con raz¨®n, Goethe tambi¨¦n los acepta, pues se refieren a defectos reales, aunque no ve de tan buen grado la insistencia en la cr¨ªtica cuando el criticado ya ha avanzado por otros derroteros: "He vivido siempre en continuo progreso, de modo que muchas veces se me ha reprochado un defecto que hace tiempo que he dejado atr¨¢s".
De hecho, en estos dos grupos finales el enemigo es m¨¢s un adversario que un enemigo. La ra¨ªz de la enemistad se concentra m¨¢s bien, por tanto, en los tres primeros: la estupidez, la envidia y la frustraci¨®n. Con posterioridad Nietzsche lo resumir¨ªa insuperablemente con su met¨¢fora de la oveja que acusa al ¨¢guila: "Por tu culpa no puedo volar".
Y contra esa creencia no hay nada que hacer.
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