Frente al integrismo
Es tal la heterogeneidad de los materiales que se mezclan en esa avalancha de reacciones suscitadas por las caricaturas danesas de Mahoma, que quiz¨¢ sea ¨²til a la buena inteligencia del fen¨®meno pasar dichos materiales por un cierto cedazo anal¨ªtico, y separar en lo posible el mineral de la ganga.
Que las vi?etas sat¨ªricas publicadas por el hasta ahora ignoto diario Jyllands-Posten sean de muy mal gusto y que hayan podido herir los sentimientos de muchos musulmanes de buena fe resulta deplorable. Durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, aqu¨ª en Occidente, no pocos cat¨®licos se han sentido ofendidos ante determinados filmes, programas de televisi¨®n, espect¨¢culos teatrales o montajes art¨ªsticos, y hace un par de meses bastantes europeos se escandalizaron a la vista de unas vallas publicitarias austriacas donde pod¨ªa contemplarse a la reina de Inglaterra o al presidente Chirac simulando actos sexuales. En cada uno de los casos hubo protestas, cr¨ªticas, eventualmente manifestaciones o consignas de boicoteo, incluso alguna escaramuza violenta a cargo de los ultras de turno, pero a nadie se le ocurri¨® culpar de la eventual ofensa a un pa¨ªs entero, ni asaltar sus sedes diplom¨¢ticas, ni amenazar de muerte a sus nacionales.
Lo que quiero decir es que los sucesos de los ¨²ltimos 15 d¨ªas son incomprensibles si se desconoce el rol que tiene, en la cultura pol¨ªtica ¨¢rabo-isl¨¢mica, la idea preilustrada de la conspiraci¨®n. Como explica magistralmente el autor sirio-alem¨¢n Bassam Tabi en su libro La conspiraci¨®n, al-Mu'amarah. El trauma de la pol¨ªtica ¨¢rabe (Barcelona, Herder, 2001), esa pol¨ªtica y sus opiniones p¨²blicas est¨¢n impregnadas de la creencia en una conjura multisecular del Occidente enemigo (al-Gharb) contra los ¨¢rabes y los musulmanes, conjura que explica todas las derrotas y los fracasos de ¨¦stos y, de paso, les exime de cualquier culpa en tales infortunios. Este victimismo estructural, esta hipersensibilidad enfermiza a los agravios de un mundo exterior del que nada bueno puede venir ayudan a entender que baste el menor pretexto -ahora unas caricaturas, meses atr¨¢s el rumor de que en Guant¨¢namo se usaba el Cor¨¢n como papel higi¨¦nico- para alumbrar un incendio desde Marraquech hasta Yakarta.
A las reacciones espont¨¢neas surgidas de este substrato hay que a?adir los manejos de ciertos oportunistas o virtuosos de la fuga hacia adelante. Por ejemplo, el acorralado r¨¦gimen sirio de Bechir el-Assad, que alienta u organiza -es imposible imaginar otra cosa en un Estado policial como aqu¨¦l- la quema de embajadas en Damasco, y la instiga en Beirut, a modo de contraataque al asedio diplom¨¢tico y judicial que la ONU tiene puesto en torno a los asesinos intelectuales de Rafik Hariri. Mutatis mutandis, es tambi¨¦n el caso de Teher¨¢n: en plena crisis por el programa nuclear iran¨ª, con una intervenci¨®n del Consejo de Seguridad en el horizonte, el caso de las caricaturas permite a Ahmadineyad fortalecer su legitimidad interna, asustar a Occidente y, adem¨¢s, corroborar el car¨¢cter islamofascista de su Gobierno. No hac¨ªa falta, pero supone todo un rasgo de franqueza que el Estado de los ayatol¨¢s haya decidido convocar un concurso internacional de materiales antisemitas y negacionistas del Holocausto.
Mucho m¨¢s cerca de nosotros, el esc¨¢ndalo de las caricaturas de Mahoma ha espoleado de nuevo la doble moral de los hip¨®critas. ?No es enternecedor leer al periodista Robert Fisk -a Fisk el descre¨ªdo, martillo de neocons, implacable fiscal de la derecha cristiana estadounidense y del discurso religioso de Tony Blair- cuando argumenta: "el hecho es que los musulmanes viven intensamente su religi¨®n. Nosotros, no. Ellos han conservado su fe a trav¨¦s de innumerables vicisitudes hist¨®ricas...". Bien, pero, ?acaso eso justifica la violenta ira isl¨¢mica de estos d¨ªas? ?La coartada de la fe vale para unos s¨ª y para otros no? ?Y qu¨¦ me dicen de la idea -divulgada por numerosos arabistas beat¨ªficos- seg¨²n la cual dibujar al Profeta con un turbante en forma de bomba da una imagen extremista del islam, lo asocia con el terrorismo? Ingenuo de m¨ª, yo cre¨ªa que la imagen violenta y terrorista del islam la daban los atentados de Nueva York y de Bali, de Estambul y de Casablanca, de Madrid y de Londres, las soflamas de Bin Laden o esos imanes europeos que llevan a?os declarando, como el vien¨¦s Abu Muhammed: "No creo en la democracia". Pero debo de estar equivocado, porque los arabistas de guardia nunca se han manifestado en tal sentido.
Entre las incontables im¨¢genes que la crisis de las caricaturas ha generado, me impresiona especialmente una muy poco espectacular, una foto de Efe que EL PA?S public¨® el pasado s¨¢bado en su p¨¢gina 5: muestra a un pu?ado de musulmanes londinenses de la mezquita de Regent's Park portando agresivos carteles de protesta ("Muerte a quienes insultan al islam", "Al matadero quienes se burlan del islam", "Europa es el c¨¢ncer, el islam es la soluci¨®n") entre los cuales, en segundo plano, hay uno que reza: Liberalism go to hell! ("?Al infierno el liberalismo!"). En 1884, el presb¨ªtero de Sabadell F¨¨lix Sard¨¤ i Salvany public¨® un libro c¨¦lebre defendiendo exactamente la misma tesis; su t¨ªtulo era El liberalismo es pecado, y constituy¨® un best seller del integrismo cat¨®lico espa?ol y europeo durante d¨¦cadas. Y es que todos los integrismos religiosos son iguales: todos abominan de la distinci¨®n entre lo p¨²blico y lo privado, todos exigen que cuanto para ellos es pecado sea tambi¨¦n delito o est¨¦ prohibido, todos aborrecen el pluralismo y la libertad, todos anhelan una censura que proteja sus supuestos dogmas de la irreverencia de los descre¨ªdos...
Este es el fondo del asunto: no un choque de civilizaciones, sino una batalla entre integrismo y laicidad. ?Deber¨ªamos los europeos renunciar al car¨¢cter laico de nuestras sociedades para no ofender al islam? ?Tenemos que entender el di¨¢logo con otras culturas religiosas como indiferencia por la libertad que tanto nos cost¨® ganar? Mis respuestas son: no y no.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.