C¨®mo acabar de una vez por todas con el teatro
Caricaturas
La actual gesti¨®n institucional de los teatros p¨²blicos es todo un modelo de c¨®mo acabar con el teatro apenas sin propon¨¦rselo, es decir, no proponiendo apenas nada que pueda suscitar el inter¨¦s o la curiosidad del espectador
Pues claro que la libertad de expresi¨®n ampara el derecho a caricaturizar lo que uno prefiera, pero eso no quiere decir que nadie est¨¦ obligado a hacerlo. Lo que llama la atenci¨®n de esas caricaturas danesas que han obtenido tanto y tan problem¨¢tico ¨¦xito, pese a su dudosa calidad y su mediocre ingenio, es su car¨¢cter innecesario y su prop¨®sito provocador, aunque justo es decir que la desaforada respuesta fundamentalista ha desbordado todas las previsiones. Una respuesta, por lo dem¨¢s, previsible, a¨²n en el caso de que se hubiera manifestado de manera menos virulenta. Tediosamente pr¨®ximos a la iconoclasia de adolescente graciosillo, los autores de esas caricaturas tal vez ignoran que en su propio pa¨ªs, por no mencionar a otros pa¨ªses de su entorno, habr¨¢n de encontrar motivos suficientes para ejercitar su guasa, con m¨¢s provecho pero qui¨¦n sabe si tambi¨¦n con mayor percepci¨®n de riesgo pr¨®ximo.
Fuster y los dem¨¢s
A estas alturas, s¨®lo alg¨²n obtuso ofuscado puede dudar de la estatura intelectual de Joan Fuster y de su curiosidad infinita. Al contrario de lo que muchos consideran sobre la interrelaci¨®n de las ¨¦pocas de bonanza y la emergencia del talento, el de Sueca se vio obligado a brillar en una ¨¦poca donde la inteligencia era sospechosa y la iron¨ªa un engorro de temibles consecuencias. El problema no reside en el reconocimiento de su figura, sino en preguntarse por qu¨¦ no ha surgido entre nosotros un talento especulativo de esa envergadura. Hay un antes y un despu¨¦s de Joan Fuster, en nuestra historia particular, pero ese despu¨¦s a menudo brilla por su ausencia salvo en forma de homenajes al maestro. Es un poco lo que pasa con la escuela valenciana de Ernest Lluch, que ni est¨¢ ni se la espera. Por no a?adir que Ernest, con toda su agudeza, no era uno de nuestros mitos fundacionales.
La timidez narrativa
Releyendo Single & Single, que dista mucho de ser la mejor novela de John Le Carr¨¦, sorprende todav¨ªa la multitud de sus tramas y subtramas, la definici¨®n exacta de los m¨²ltiples personajes por su conducta, all¨ª donde el narrador no es ya tan omnisciente, la brillantez de una progresi¨®n narrativa que no deja de enmara?arse en sus detalles hasta la resoluci¨®n final, la autonom¨ªa de los acontecimientos una vez que se desencadenan. Es una novela de intriga, as¨ª que ni estamos precisamente ante William Faulkner ni falta que nos hace para pasar de la vigilia al sue?o. Pero ?por qu¨¦ son tan malas, tan simples, tan predecibles las novelitas espa?olas de intriga o remotamente policiacas? Tan pobres en sus tramas, tan r¨²sticas en sus motivaciones, tan aburridas como el confesionario de un perdedor profesional, tan -debo decirlo- de segunda mano.
Hacer de todo
Se requiere de una paciencia rayana en la conmiseraci¨®n para soportar esos programas televisivos donde famosos m¨¢s o menos famosos en lo suyo, que a veces no se sabe ni lo que es, tratan de mostrar sus habilidades como cantantes (los que no lo son), cocineros (quienes rara vez han puesto a hervir una olla) o cualquier otra ocupaci¨®n que escape a sus, en ocasiones, dudosas competencias. La cosa tiene gracia para quienes todav¨ªa creen que las tonter¨ªas sacadas de contexto son graciosas, lo que es la clave misma de la eficacia del humor serio, y permite sobre todo ejercer esa clase de superioridad ilusoria de la que alardean tantos presentadores a la hora de sugerir a los presentados demostraciones improvisadas en las que habr¨¢n de enfrentarse a lo impresentable. Bien mirado, los presentadores siempre ganan, porque a menudo quedan en rid¨ªculo, s¨ª, pero a cambio de poco esfuerzo.
Teatros desconcertados
Una mirada a la programaci¨®n de los teatros p¨²blicos valencianos basta para inducir al des¨¢nimo al aficionado, y si no repasen la cartelera, con una versi¨®n de Hansel y Gretel para p¨²blico infantil en nuestro primer coliseo. Cierto que la situaci¨®n esc¨¦nica en el sector p¨²blico nunca ha sido muy boyante, pero ha empeorado de manera considerable desde el cese fulminante del profesor Mart¨ªnez Luciano. Se dir¨¢ que no hay presupuesto para muchas alegr¨ªas, ya que entre Zaplana, Julio Iglesias, Consuelo Ciscar y el se?or Calatrava han dejado exhaustas las arcas p¨²blicas destinadas m¨¢s o menos a la cultura. Pero de la imaginaci¨®n tambi¨¦n se vive. No s¨®lo yerran los responsables del teatro p¨²blico, es que adem¨¢s yerran mal. A fin de cuentas, tampoco se requiere de grandes presupuestos para confeccionar una programaci¨®n digna, ya sea de producci¨®n propia o ajena. Pero qu¨¦ importa la escena cuando disponemos de tan fastuosas y p¨¦treas escenograf¨ªas.
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