Niemeyer, la rebeld¨ªa del veterano
Son las obras de arquitectura de sus autores o de la gente para la que se construyen? Esta pregunta se la han hecho, y respondido en varios sentidos, muchos de los implicados en la pol¨¦mica que ha caldeado la terminaci¨®n en S?o Paulo del auditorio del parque de Ibirapuera, m¨¢s de medio siglo despu¨¦s de haberse proyectado. Y en el ojo del hurac¨¢n ha estado el veterano ?scar Niemeyer, autor de este edificio ¨²ltimo y del significativo conjunto de pabellones de exposici¨®n situado en el que es uno de los parques urbanos m¨¢s emblem¨¢ticos del Brasil moderno.
A comienzos de la d¨¦cada de 1950, S?o Paulo, que sobrepasaba ya en m¨²sculo econ¨®mico y en n¨²mero de habitantes a la entonces capital, R¨ªo de Janeiro, se dispon¨ªa a celebrar el cuarto centenario de su fundaci¨®n. Y decidi¨® que la ciudad tendr¨ªa un parque recreativo, cultural y de exposiciones, cuyo dise?o arquitect¨®nico se encomend¨® a ?scar Niemeyer. ?ste, entonces con 45 a?os y ya una figura reconocida por obras como la iglesia, el casino, el club n¨¢utico y la casa de baile de Pampulha, present¨® una serie de piezas para el parque en 1951. Lo que se construy¨® en 1954 difer¨ªa bastante de la propuesta original: las ¨¢reas verdes, para las que tambi¨¦n hubo un proyecto de Roberto Burle Marx, acabaron realiz¨¢ndose seg¨²n las directrices del ingeniero agr¨®nomo Ot¨¢vio Augusto Teixeira Mendes; y respecto a la arquitectura, el esp¨ªritu general de la idea de Niemeyer se mantuvo gracias a una marquesina sinuosa que vincula entre s¨ª los distintos edificios, aunque ¨¦stos sufrieron considerables modificaciones. Hubo algunos que se simplificaron -como la actual sede de la Bienal de S?o Paulo, entonces Pabell¨®n de las Industrias- y otros que se eliminaron, entre los cuales el auditorio -donde estaba previsto contar con dos gigantescos murales de Le Corbusier, am¨¦n de otras contribuciones art¨ªsticas de L¨¦ger y Moore-, que deb¨ªa hacer pareja en el conjunto con un planetario, finalmente terminado como espacio expositivo y conocido popularmente como "la Oca", nombre de las caba?as ind¨ªgenas de la zona.
El auditorio es de un blanco deslumbrante, al que pone un contrapunto rojo intenso la marquesina met¨¢lica de la entrada, que se proyecta hacia el exterior como una llamarada
La p¨¦rdida del auditorio, un tra-
pecio en planta y un tri¨¢ngulo en secci¨®n, fue especialmente dolorosa, ya que junto con la c¨¢scara de hormig¨®n de "la Oca" y la plaza c¨ªvica entre ambos se creaba un di¨¢logo de formas n¨ªtidas que funcionaba como puerta de acceso al parque. Y una prueba palpable de la importancia que para el arquitecto carioca ten¨ªa completar ese recinto de entrada es que lleg¨® a realizar, entre 1989 y 2002, un total de diez versiones distintas del auditorio, a las que se suman para llegar hasta doce las de 1951 y 1954. En un extenso art¨ªculo de la revista brasile?a Projeto Design, Fernando Serapi?o relata c¨®mo se retom¨®, a instancias de la Fundaci¨®n Rubinstein, la idea de materializar el edificio musical, describiendo cada una de las versiones, enumerando las variaciones formales y program¨¢ticas de una a otra y comentando las circunstancias que fueron posponiendo una y otra vez su realizaci¨®n.
Medio siglo m¨¢s tarde y con la ciudad embarcada esta vez en las celebraciones de su 450? aniversario, el proyecto de Niemeyer tuvo por fin v¨ªa libre, tras pasar por el v¨ªa crucis de las numerosas comisiones patrimoniales y medioambientales que protegen el parque de Ibirapuera. Y es en ese preciso momento en el que debemos hacer un alto en la historia para sazonarla con otras circunstancias de la dilatada trayectoria del maestro brasile?o, que en los ¨²ltimos a?os ha resurgido con nuevos br¨ªos. Aunque siempre ha sido admirado y respetado, entre finales de la d¨¦cada de 1980 y comienzos de la de 1990, Niemeyer no atravesaba su mejor momento de aprecio cr¨ªtico. El Memorial de Am¨¦rica Latina en S?o Paulo -una gigantesca plaza con un collage de edificios que re¨²ne todos sus tics arquitect¨®nicos, con profusi¨®n de rampas y curvas- hizo pensar que su caracter¨ªstica expresividad se estaba acartonando. Pero en 1996 demostr¨®, con el Museo de Arte Contempor¨¢neo de Niter¨®i, que quedaba Niemeyer para rato; despu¨¦s, en 2003, vimos la delicada tienda que proyect¨® como pabell¨®n de verano para la Serpentine Gallery londinense; y ahora se espera que construya, probablemente en Avil¨¦s, un museo para la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias, cuyo galard¨®n de las Artes obtuvo en 1989.
Volviendo ahora a la que de momento es la obra m¨¢s reciente de quien en 2007 cumplir¨¢ cien a?os, lo primero que puede decirse es que el auditorio de Ibirapuera conserva la planta y la secci¨®n de la propuesta inicial, aunque el tri¨¢ngulo se asienta sobre el suelo en vez de elevarse por encima de ¨¦l. Ejecutado en hormig¨®n con pintura impermeabilizante, es de un blanco deslumbrante, al que ponen un contrapunto rojo intenso la marquesina met¨¢lica de la entrada, que se proyecta hacia el exterior como una llamarada, y el gran port¨®n trasero, que con 20 metros de anchura abre el escenario al exterior para conciertos al aire libre y deja a la vista una sala m¨¢s ancha que profunda, revestida de madera. En una planta bajo rasante se encuentran el bar, las oficinas, los camerinos, una escuela de m¨²sica y la sede del Instituto M¨²sica para Todos, encargado de gestionar la escuela y el auditorio. Con todo, el Niemeyer de siempre, el m¨¢s exuberante, campa a sus anchas en el foyer; si ¨¦l ha trazado la espiral cadenciosa de acceso al patio de butacas, la artista brasile?a de origen japon¨¦s Tomie Othake ha invadido partes del techo y las paredes con una gigantesca lengua de fuego. Las curvas de uno y otra se encuentran como si se conocieran de siempre, en una simbiosis tan afortunada como la que se produjo entre la arquitectura de Carlos Ra¨²l Villanueva y la escultura de Alexander Calder en el aula magna de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas.
Pero con la esperada termina-
ci¨®n del auditorio no se acaba esta historia. El d¨ªa del concierto inaugural, el arquitecto no aparece. Ya lo hab¨ªa advertido: "Si no se me concede lo que pido, jam¨¢s volver¨¦ a Ibirapuera". Y lo que hab¨ªa solicitado y no se le permiti¨® fue eliminar un tramo de la vieja marquesina del parque, con objeto de dejar sitio a otra que, enganchada con la anterior, vincular¨ªa inextricablemente el auditorio y "la Oca", rehabilitada en todo su esplendor por Paulo Mendes da Rocha. Para Niemeyer, esta conexi¨®n de las dos piezas es obvia; lo hab¨ªa hecho expl¨ªcito en algunas de las versiones del proyecto y cree a los pol¨ªticos cuando le aseguran que conseguir¨¢n la autorizaci¨®n para llevarla a cabo. Al pasar por tantos filtros, el auditorio no logra terminarse para el 450? aniversario de S?o Paulo y, entre tanto, nunca llega el permiso para eliminar la porci¨®n de marquesina. Aunque es consciente, y adem¨¢s se lo recuerdan, de que ¨¦l y su obra forman parte del patrimonio brasile?o, Niemeyer no se siente reliquia del pasado sino parte del presente, y con derecho a modificar un proyecto que nunca dio por concluido. En su art¨ªculo, Fernando Serapi?o aventura: "Si bien no es ¨¦sta la ¨²nica soluci¨®n posible, ?por qu¨¦ contrariar al autor?" Al prefeito Jos¨¦ Serra, que inaugur¨® el auditorio y tiene mandato hasta 2008, le corresponde ahora poner el punto y final. ?Volver¨¢ Niemeyer a Ibirapuera?
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