Ahora son ellos los que vienen
Paquita Fluix¨¢ Agud naci¨® en Orba hace 94 a?os. Ha vivido toda su vida en este pueblo de la Marina Alta, y morir¨¢ aqu¨ª, en la misma casa donde muri¨® su madre a los 96 a?os. Pero no vamos a hablar de la muerte m¨¢s que lo justo. Paquita la mencionar¨¢ al final, cuando yo le pregunte cu¨¢l fue el d¨ªa m¨¢s alegre y el m¨¢s triste de su vida. Nos dir¨¢ esto: "El m¨¢s triste de mi vida fue cuando muri¨® mi madre en esa habitaci¨®n de al lado. Se quejaba sin parar. Le pregunt¨¦, ?qu¨¦ le duele, madre?, ?de qu¨¦ se queja? Y me contest¨® que le dol¨ªa vivir lo que estaba viviendo y pensar que un d¨ªa yo pasar¨ªa por ah¨ª: 'me duele dejarte para siempre", me dijo. Paquita se acuerda de su madre siempre. Cuanto m¨¢s vieja se hace, m¨¢s la recuerda.
Las mujeres del pueblo de Paquita le rindieron homenaje por su apoyo durante el franquismo
Pero el d¨ªa m¨¢s feliz de su vida fue el pasado 8 de marzo, Dia de la Dona Treballadora, porque las mujeres del pueblo le hicieron un homenaje inesperado. La nombraron algo as¨ª como Hija Predilecta de Orba, un t¨ªtulo reservado a los hombres. Paquita se emocion¨®. Tuvo que hablar ante m¨¢s de 200 personas y les dijo que estaba orgullosa de haber ayudado a las chicas que quer¨ªan emigrar en los dif¨ªciles a?os de la posguerra. En Orba, como en toda Espa?a, se pasaba hambre. Muchas j¨®venes necesitaban irse a Argelia a limpiar y a fregar. Y entonces, Paquita era la delegada de la Secci¨®n Femenina en Orba. Es decir, la encargada de entregar los certificados de haber hecho el servicio social sin los que la polic¨ªa no daba el pasaporte. Ninguna chica de su pueblo o de otros cercanos, ni una sola chica, roja o azul, perdi¨® el barco que sal¨ªa cada semana (lo sigue haciendo) rumbo a Argelia.
"Yo les daba los papeles a cambio de una camisita de reci¨¦n nacido que hicieran para alg¨²n ni?o pobre, todav¨ªa m¨¢s pobre que ellas. Ese era el servicio social, tal como yo lo entend¨ªa. Y luego las acompa?aba a Alicante y all¨ª ped¨ªamos el pasaporte. Y las chicas cog¨ªan el barco. Pasaban meses trabajando en Argel, o en Or¨¢n, en las casas de los franceses con dinero, y esto dur¨® hasta que empez¨® la guerra en Argelia. Luego ya se iban muchas a Francia. Les ense?aba lo poco que yo sab¨ªa, a leer y escribir, coros y danzas no eran mi fuerte, tampoco la gimnasia, pero les buscaba alguna profesora".
Paquita acerca una silla de anea y explica que ese trenzado de esparto lo hizo ella hace un mont¨®n de a?os, "y mire c¨®mo est¨¢, parece nuevo, no se tiraba nada, no es como ahora que todo se tira porque todas las cosas te asquean. Y la verdad es que todas las cosas siempre tienen algo aprovechable. Pero ahora el caso es gastar, mientras que en mi tiempo ten¨ªas que pensar no en acabar el mes, sino la semana. Sobre todo si te quedabas soltera, como yo porque era fea y bajita, y ten¨ªa mal genio, aunque no grito nunca pero cr¨¦ame, hay cosas que no tolero. Por ejemplo, la mentira. ?No ve c¨®mo mienten los pol¨ªticos? ?No ve c¨®mo se insultan en la tele? Antes hab¨ªa m¨¢s hipocres¨ªa, pero eran m¨¢s diplom¨¢ticos. S¨®lo con la verdad es dif¨ªcil subir donde est¨¢n los pol¨ªticos, por eso mienten".
Paquita se declara de derechas aunque dice que respeta igual a las izquierdas. "Tengo dos manos, una mano derecha y una izquierda, y necesito las dos manos para lavarme la cara cada d¨ªa. En Orba ha sido m¨¢s la gente de izquierdas la que me ha hecho el homenaje. Y eso que yo era franquista, pero siempre ayud¨¦ por igual a los que eran franquistas como a los que no lo eran, porque para m¨ª lo que cuenta es la gente y no la ideolog¨ªa".
Recuerda la guerra civil. "Entonces yo ten¨ªa 20 a?os. Y ten¨ªa miedo. Uno de los que m¨¢s mataba por aqu¨ª viv¨ªa en Ondara. En Parcent mataron a siete de derechas. Y un d¨ªa apareci¨® ese hombre a la puerta de mi casa ?Me vas a matar, miliciano?, le pregunt¨¦. A ti no Paquita, pero sabes que si no mato a alguien me matan a m¨ª, eso es lo que pasa".
Conoci¨® a Pilar Primo de Rivera y le pareci¨® una mujer altiva, muy arrogante y presumida. "Una vez me dijeron que fuera a Madrid a un acto de la Secci¨®n Femenina, all¨¢ por los a?os 40, y yo me fui con el uniforme, la camisa azul y la falda gris, con la insignia que me la puse al rev¨¦s, y el delegado de Orba, Nicasio, me dijo, ponte bien las flechas, y que no te vean esos zapatos remendados. Pero yo no ten¨ªa otros zapatos, y en Madrid todas iban muy arregladas, y me sentaron al lado de Pilar Primo de Rivera, y yo no sab¨ªa c¨®mo se usaban tantos tenedores y cuchillos, pero eso me daba igual: t¨² est¨¢s aqu¨ª con los de Falange como si fueran comunistas, lo importante es que algo se haga bien porque las mujeres lo pasan muy mal, as¨ª que yo pensaba en las chicas de mi pueblo, en ayudarlas, como me imagino que ahora lo hacen las mujeres en ?frica para ayudar a sus hijos que salen de sus pa¨ªses y vienen a trabajar donde hay trabajo; ahora les toca a ellos".
De Franco dice que "era bonach¨®n pero lo manejaban otros; Franco era el amo de Espa?a pero no era lo bastante fuerte para mandar, muchas veces lo enga?aban...".
Franco, me permito decirle a Paquita, no era bonach¨®n; Franco firmaba sentencias de muerte tomando caf¨¦, despu¨¦s de comer en familia. Si quiere le traigo el libro del historiador ingl¨¦s Paul Preston que cuenta ¨¦stas y otras cosas. Todas son verdad. Pero Paquita insiste: "Claro, si ya le digo que lo enga?aban, le pondr¨ªan un papel delante y ¨¦l lo firmar¨ªa sin saber lo que firmaba...".
Paquita tiene sus ideas, su genio y su vitalidad hecha con una mezcla de ambas cosas, pero es una mujer bondadosa y en el pueblo la quieren. Vamos paseando a un bar porque Paquita quiere invitarme a caf¨¦. La paran por la calle. La saludan. La felicitan por el homenaje. Y ella agarra su peque?o monedero y dice que la pensi¨®n que recibe es poca cosa, unos 300 euros al mes: "Cuando la gente te quiere y te muestra su cari?o, ya no necesitas m¨¢s".
De derechas o de izquierdas, aquellas chicas que sub¨ªan al barco de Argelia son ya mujeres de edad que siguen agradecidas por lo que hizo Paquita en su momento, cuando tuvieron que emigrar para sobrevivir. Algo parecido a lo que ahora hacen miles de magreb¨ªes y subsaharianos a quienes no detendr¨¢n las vallas ni el miedo a ahogarse en el mar. Tambi¨¦n conocimos aqu¨ª la misma desesperaci¨®n, pese a que algunos se empe?en en olvidarlo.
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