La mujer del analista
FUE MUY curioso cuando el analista pidi¨® pasar una noche en casa del paciente. Despu¨¦s de una serie de consultas en su despacho -a veces hasta tres citas en un mismo d¨ªa- solicit¨® que se adecuara una habitaci¨®n para quedarse, en el hogar del analizado, una noche a la semana. Escogi¨® la de jueves a viernes. Adujo querer observar de cerca la conducta que mostraba en su medio habitual y dijo tambi¨¦n que deseaba evitar la interferencia que produc¨ªa el traslado del analizado al despacho. En ese desplazamiento est¨¢ la trampa, se?al¨®. El paciente, en el tiempo que mediaba entre su espacio habitual y el lugar de la consulta, contaba con un tiempo precioso para ir colocando una serie de m¨¢scaras a su condici¨®n real. Era preciso, por esa raz¨®n, estudiar su comportamiento sin que lo advirtiera. Dijo adem¨¢s que contaba con un plan meticulosamente estudiado para pasar las horas en aquella casa. Llegar¨ªa alrededor de las nueve de la noche, despu¨¦s de haber cumplido con su ¨²ltima consulta, y la abandonar¨ªa al d¨ªa siguiente, cerca de las nueve de la ma?ana. Traer¨ªa consigo una serie de textos, que ir¨ªa recitando en voz alta mientras el paciente se desenvolv¨ªa como si el analista no se encontrara presente. Los m¨¢s importantes ser¨ªan le¨ªdos al final, justo cuando el paciente estuviera acostado y listo para dormir. El analista entonces entrar¨ªa en la habitaci¨®n vestido con una bata y unas pantuflas, y se sentar¨ªa al borde de la cama, desde donde leer¨ªa p¨¢gina tras p¨¢gina de su ¨²ltima tesis hasta que el paciente se durmiera. Como se trataba de un texto bastante extenso, no importaba el tiempo que el analizado se demorara en quedar dormido. S¨®lo se ir¨ªa cuando consiguiera dejar al analizado inconsciente. Apagar¨ªa la luz y se retirar¨ªa a la habitaci¨®n asignada para su propio descanso. Los viernes eran d¨ªas en que el analista cerraba su despacho. Sol¨ªa atender de lunes a jueves. Aprovechar¨ªa la ubicaci¨®n de la casa del paciente, en el centro mismo de la ciudad, para dedicar la ma?ana del viernes a visitar una serie de librer¨ªas de viejo. Antes de irse a la zona donde se encontraba su despacho, pasar¨ªa nuevamente por la casa del analizado a manera de despedida. Afirmaba que esa visita, la del d¨ªa siguiente, era la m¨¢s importante pues pod¨ªa comprobar, de una manera concreta, los efectos que haber pasado la noche en esa casa hab¨ªan causado. Pod¨ªa darse el caso de que el paciente a¨²n estuviera dormido o que hubiera salido a la calle en la ausencia del analista. Estas dos opciones eran las ¨®ptimas. Tanto el sue?o como el abandono del hogar eran se?ales de que el m¨¦todo daba alguna esperanza. Si por el contrario, lo hallaba recluido, actuando como si nada fuera de lo normal hubiera pasado, podr¨ªa tratarse de un s¨ªntoma de que algo hab¨ªa escapado a su control. Sin embargo, una posibilidad semejante no lo har¨ªa desechar la empresa de pasar en casa del analizado una noche a la semana. S¨®lo lo har¨ªa ser m¨¢s cuidadoso al elegir los textos que leer¨ªa al paciente antes de dormir.
Cuando el paciente inform¨® en su casa que el analista ir¨ªa a pasar una noche a la semana, se desat¨® un caos. Los dem¨¢s miembros del hogar dijeron que esa noche se ir¨ªan fuera. No parec¨ªan dispuestos a aceptar una situaci¨®n semejante. Alguien dijo que seguramente el analista estaba harto de su mujer y de las injerencias que ese personaje ten¨ªa en las consultas. El paciente hab¨ªa mencionado en su casa que el despacho del analista no era lo suficientemente c¨®modo. Estaba ubicado en el cuarto donde viv¨ªa. Todo estaba a la vista. La cama matrimonial, la mesa de madera donde se com¨ªa, la esquina que serv¨ªa de cocina, las dos tablas que hac¨ªan las veces de librero as¨ª como la silla de ruedas de la mujer, quien iba interviniendo -a pesar de que el analista la callara a cada momento- comentando las palabras que tanto el paciente como el analista formulaban. El analizado dijo que le parec¨ªa absolutamente pr¨¢ctica la forma de vida del analista. Todos los elementos necesarios para la jornada diaria estaban siempre al alcance de la mano. En realidad, pensaba que para vivir no se necesitaba m¨¢s que lo que se pod¨ªa encontrar en un cuarto. El resto era un despilfarro, de tiempo y de energ¨ªa. Incluso la figura de la impertinente mujer pod¨ªa ser tomada como la presencia que toda persona cuerda deb¨ªa tener a su lado. El paciente imaginaba que al abandonar aquel cuarto -que el analista pomposamente llamaba despacho- entre ellos comentaban libremente la sesi¨®n que hab¨ªa tenido lugar. La presencia de esa mujer le era asimismo sumamente ¨²til al analizado. Por ella se enter¨® de ciertos detalles importantes. Entre otras cosas, que se trataba del ¨²nico paciente, que el analista se encontraba en una mala situaci¨®n econ¨®mica, y que en realidad la que sacaba las conclusiones finales de los casos era la mujer. Esto ¨²ltimo lo supo inesperadamente, cuando estaba a punto de acabar cierta sesi¨®n y ella interrumpi¨® los discursos, tanto el del analista como el del analizado, para decir que como lo ven¨ªa sospechando, se trataba de un caso t¨ªpico, estudiado y resuelto desde los albores de la medicina. Que lo que hac¨ªa falta realmente, en lugar de tanto intercambio de palabras, era la presencia de un buen yerbero o de alg¨²n tipo de home¨®pata que supiera administrar una serie de sustancias capaces de armonizar las energ¨ªas del cuerpo. El analista le hizo una se?a, como diciendo que m¨¢s tarde hablar¨ªan en privado del asunto. La mujer se encontraba contenta. Se le ve¨ªa en el semblante. Parece que consider¨® innecesario seguir presente en aquel cuarto. Por primera vez desde mi visita inicial la vi desplazarse en su silla. Yo hab¨ªa llegado a pensar que viv¨ªa en la inmovilidad total pero no, de pronto movi¨® los brazos con energ¨ªa y accion¨® las ruedas de la silla en la que se encontraba sentada. Se acerc¨® a la puerta, la abri¨® sin dificultad y sali¨® a la azotea donde se ubicaba el cuarto. No supe m¨¢s de ella.
Mario Bellat¨ªn (M¨¦xico, 1970) es autor de libros como El jard¨ªn de la se?ora Murakami y Sal¨®n de belleza (ambos en Tusquets) y Damas chinas (Anagrama).
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