Par¨ªs bonsai
1
Porfirio, qu¨¦ gran nombre. El se?or padre de Porfirio Rubirosa aficion¨® a su hijo a las mujeres cuando ¨¦ste a¨²n era muy ni?o. Y el ni?o sali¨® pregunt¨®n:
-?Qu¨¦ debo hacer para enamorar a una dama, padre?
Tambi¨¦n le aficion¨® a los caballos y al boxeo, a galopar y a tener pegada. Porfirio Rubirosa ser¨ªa, con el tiempo, la imagen m¨¢s paradigm¨¢tica del playboy internacional. Para algunos, el ¨²ltimo gran playboy de la historia. Pas¨® de ser un simple macarra de una generaci¨®n precaria de j¨®venes dominicanos a ser un castigador en Nueva York y a codearse con el clan de los Trujillo, y m¨¢s tarde con el de los Kennedy, y a casarse con Barbara Hutton, la mujer m¨¢s acaudalada del mundo. Se mat¨® a gran velocidad al estrellarse su Ferrari contra un ¨¢rbol del Bois de Boulogne de Par¨ªs. ?Un homenaje a James Dean y Albert Camus al mismo tiempo?
No estoy ahora viajando a Par¨ªs exactamente para ver ese ¨¢rbol en el que se mat¨® Porfirio, pero llevo aqu¨ª en el avi¨®n la brillante biograf¨ªa sobre ¨¦l que acaba de publicar Jaime Royo-Villanova. La leo mientras vuelo hacia Par¨ªs y hacia lo que algunos llaman "el marzo franc¨¦s".
Truman Capote definir¨ªa a?os m¨¢s tarde la verga de Porfirio Rubirosa con estos sencillos t¨¦rminos: "Macana caf¨¦ con leche de 11 pulgadas, tan gruesa como una mu?eca de hombre". Tambi¨¦n el libro El ¨²ltimo playboy, de Royo-Villanova, parece tener 11 pulgadas. En su caso, 11 pulgadas de genio. A la vuelta de Par¨ªs, lo recomendar¨¦ (a seg¨²n qui¨¦n).
2
Llevo tres d¨ªas aqu¨ª y a¨²n no he visto un solo manifestante, ning¨²n joven airado de la llamada "generaci¨®n precaria". S¨¦ que hay grandes algaradas, heridos y violencia, una gran movilizaci¨®n callejera en este marzo franc¨¦s. Pero para desplazarme durante el d¨ªa utilizo el metro, voy por un Par¨ªs subterr¨¢neo y as¨ª no me cruzo con ninguna batalla campal. He visto por ahora muchos polic¨ªas, pero ning¨²n joven airado y precario. Estoy experimentando con ¨¦xito una sensaci¨®n extra?a. Tomo todas las ma?anas el sol en la terraza del caf¨¦ de Flore. Desayuno con deliberada felicidad mientras a unos metros de all¨ª, desde el boulevard Raspail, se oyen los gritos y los fragores de una batalla que intuyo muy bestia. En las guerras siempre es as¨ª: unos mueren en combate mientras que otros, a 100 metros tan s¨®lo del estruendo, hunden tostadas con mantequilla en sus humeantes caf¨¦s.
3
No hay en los ¨²ltimos a?os un solo viaje a Par¨ªs en el que, tarde o temprano, no haya visto al sempiterno clochard que est¨¢ apostado a la puerta de la librer¨ªa La Hune, en el boulevard Saint-Germain. Me atrae irremediablemente ese personaje educado, interesante intelectual. No hay persona que salude m¨¢s en Par¨ªs que este clochard, que hoy me ha hecho recordar a otros dos mendigos, tambi¨¦n de estirpe intelectual. Uno es aquel del que hablaba a menudo Roberto Bola?o: un mendigo de Santiago de Chile que, en una esquina de la calle (hoy avenida) Ahumada, se declaraba nieto de Le¨®n Tolst¨®i y ped¨ªa limosna diciendo: "Miren d¨®nde me ha dejado la Revoluci¨®n rusa". El otro es aquel mendigo de Madrid que Unamuno ve¨ªa siempre a la puerta de una iglesia y al que un d¨ªa le pregunt¨® por qu¨¦ usaba siempre la misma queja salmodiada. "Por supuesto", replic¨® el viejo mendigo, "hay otras escuelas; quiz¨¢ usted prefiera a los naturalistas".
4
Numerosos preparativos para el centenario del nacimiento de Samuel Beckett, aquel escritor que cuando en la encuesta de un peri¨®dico le preguntaron por qu¨¦ escrib¨ªa dio la respuesta m¨¢s breve, m¨¢s bonsai de los 100 interrogados; una frase sin recurrir al verbo y con s¨®lo tres s¨ªlabas: "Bon qu'a ?a" ("No s¨¦ hacer otra cosa").
Maldita la gracia que le har¨ªan a Beckett todos esos homenajes. Intuyo que acabar¨¢n convirti¨¦ndose en algo que ya muy bien definiera el propio Beckett: "Polvo de verbo".
5
Paseo melanc¨®lico por la rue de la Croix Nivert, donde en una esquina me encuentro con la tienda de peque?os arbustos Par¨ªs Bons¨¢i. Es un comercio tan curioso como elegante. Lo observo largo rato, y luego sigo mi camino por la calle silenciosa. La revoluci¨®n debe de estar en otra parte. Me acuerdo de Bons¨¢i, el sutil libro del chileno Alejandro Zambra, donde se nos dice que es mejor encerrarnos en nosotros que ver c¨®mo crece un bons¨¢i. Me pregunto si Par¨ªs en este viaje no se me est¨¢ volviendo bons¨¢i.
6
En la estaci¨®n de metro de S¨¨vres-Babylone hay un gran anuncio en el que dos amas de casa hablan entre ellas. "Es un secreto a voces, el peor guardado de la Rive Gauche", dice la publicidad en referencia a los precios rebajados del supermercado Le Gran March¨¦. "En mayo, revoluci¨®n", dice una inscripci¨®n que, a modo de verdadero secreto a voces, alguien ha insertado entre las dos mujeres. ?Tendr¨¢ la casta necesaria esa generaci¨®n precaria para hacer la Revoluci¨®n?
7
Estreno mi primer tel¨¦fono m¨®vil. Ya era hora de que tuviera uno. Llamo a Sophie Calle. Tras una pausa, ella me dice: "Hoy ha muerto mi madre". Silencio. Luego, me da algunos datos. Antes de expirar, pidi¨® a un amigo que le hablara de Spinoza. La novela Ravel de Jean Echenoz fue el ¨²ltimo libro que ley¨®. Lo ¨²ltimo que ella dijo fue: "Cuidado". Pasado ma?ana la entierran en Montparnasse, y despu¨¦s habr¨¢ una gran fiesta en su casa. Ya empezaba a aburrirme, dir¨¢ el epitafio de su tumba.
8
Paseando hacia Montparnasse, veo a un tipo casi id¨¦ntico a Monsieur Hulot. La gabardina (que no la pipa) le queda artificial, pues hoy es el primer d¨ªa de la primavera. Confirmo que tambi¨¦n va al cementerio. Sigo sin haber visto a un solo revolucionario. Es como si todo fuera muy precario y lo que es noticia en la televisi¨®n tuviera lugar m¨¢s all¨¢ de mi vida.
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