Sim¨®n
Creo que s¨®lo puede escribirse la necrol¨®gica de alguien a quien se ha admirado mucho, pero con el que no se ha tenido intimidad. Si no es as¨ª, el dolor lo impide y ciega la expresi¨®n. Conoc¨ª a Sim¨®n S¨¢nchez Montero durante los primeros a?os setenta, en el ya desaparecido caf¨¦ Ly¨®n de Madrid. Aparec¨ªa de tarde en tarde y despachaba con un viejo comunista, Pedro Ruiz, a quien tanto quise. Cuando acababan su conversaci¨®n, me dejaban acercar a su mesa desde una pr¨®xima donde yo estudiaba y escrib¨ªa. Sim¨®n era una leyenda viva del comunismo espa?ol, y lo merec¨ªa. Para m¨ª, tan joven, cada una de esas tertulias era un aprendizaje sobre la moral p¨²blica. En estos tiempos de banalizaci¨®n de la pol¨ªtica y en los que cotiza tan poco la honestidad, el recuerdo de Sim¨®n y la memoria de la coherencia entre su vida y su obra se realza casi hasta el infinito.
Mi experiencia pol¨ªtica nunca tuvo que ver con la de S¨¢nchez Montero, pero en estos momentos siento la necesidad militante de contar dos datos de su biograf¨ªa no suficientemente conocidos. Despu¨¦s de sus largos periodos de c¨¢rcel, y antes de que llegase la democracia a Espa?a, Sim¨®n fue detenido por en¨¦sima vez; en esa ocasi¨®n los torturadores no le tocaron ni un pelo, no porque creyesen que no deb¨ªan hacerlo (era su pr¨¢ctica habitual), sino porque sab¨ªan que, a pesar de que le golpeasen repetidamente, no delatar¨ªa a nadie. Nunca lo hizo a pesar de lo mucho que sufri¨® la ausencia de libertad.
Hace pocos a?os, S¨¢nchez Montero enferm¨® y estuvo muy grave. En aquel momento yo ejerc¨ªa como director de Opini¨®n de EL PA?S y, con esa insensibilidad que a veces caracteriza a los periodistas, llam¨¦ a Santiago Carrillo para pedirle una necrol¨®gica de su antiguo camarada, con el que hab¨ªa roto pol¨ªticamente en 1991. Como es l¨®gico, Santiago no quiso escribirla y adelantarse fatalmente a la muerte, pero me pregunt¨® en qu¨¦ hospital se encontraba internado. A la ma?ana siguiente habl¨¦ con Carrillo: hab¨ªa agarrado a Carmen, su mujer, se puso el abrigo y fue a visitar a Sim¨®n S¨¢nchez Montero al hospital. All¨ª se reconciliaron y se dieron el ¨²ltimo abrazo. Mi falta de percepci¨®n tuvo un efecto entra?able en dos viejos comunistas, del cual tanto me alegro hoy, cuando Sim¨®n nos ha abandonado. Creo que a Carrillo no le importar¨¢ que desvele esta confidencia.
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