La 'fiesta sagrada' de don Carlos
El homenaje franquista en 1962 al principal jurista del nazismo, Carl Schmitt
Estamos en el sal¨®n de conferencias del n¨²mero 1 de la plaza de la Marina Espa?ola, sede central del partido ¨²nico denominado Movimiento Nacional. "Numeros¨ªsima concurrencia", dir¨¢n las cr¨®nicas period¨ªsticas, con la presencia de dos c¨¦lebres ex ministros de Franco, Serrano Su?er y Fern¨¢ndez-Cuesta, y numerosas personalidades del r¨¦gimen, junto con miembros de la judicatura y de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica. Convoca el Instituto de Estudios Pol¨ªticos. Su director destaca la trascendencia del acto, en el que se va a homenajear a "una de las figuras m¨¢s ilustres de la ciencia pol¨ªtica europea, especialmente vinculada a Espa?a". Se trata de Carl Schmitt. Don Carlos, en confianza, para muchos de los presentes, va a ser condecorado e investido como miembro de honor del Instituto, distinci¨®n que se concede por vez primera desde que fue creado en 1939, poco despu¨¦s de la victoria franquista. Este organismo fue concebido como una f¨¢brica de ideas de la dictadura, de legitimaci¨®n del caudillismo, inspir¨¢ndose en el modelo de abastecimiento intelectual del nazismo. Uno de los primeros directores, Francisco J. Conde, era un disc¨ªpulo directo de Schmitt. El actual, Manuel Fraga Iribarne, le va a rendir hoy admiraci¨®n y le presentar¨¢ como "venerado maestro". Estamos a 21 de marzo de 1962. La celebraci¨®n tendr¨¢ un broche imprevisto.
As¨ª que no es casual que en el homenaje que los jerarcas franquistas le rinden en marzo de 1962, don Carlos invoque a la providencia y hable de una "fiesta sagrada en el crep¨²sculo de la vida"
Schmitt hab¨ªa ingresado en el partido nazi en 1933 de la mano del fil¨®sofo Martin Heidegger, con quien quer¨ªa ir a la cueva de Plat¨®n y apropiarse del proyector de ideas
"Es una coincidencia significativa que el impulso sincero de investigaci¨®n me haya conducido siempre a Espa?a", dice don Carlos el 21 de marzo de 1962 ante las ¨¦lites del franquismo
?Qui¨¦n era aquel "venerado maestro" que merec¨ªa tal homenaje en la Espa?a de 1962? En la presentaci¨®n se hab¨ªa destacado su condici¨®n de profesor catedr¨¢tico en Colonia y Berl¨ªn y su autoridad en Derecho Constitucional. En realidad, as¨ª, sin cronolog¨ªa hist¨®rica, era una presentaci¨®n cauta. Carl Schmitt hab¨ªa sido mucho m¨¢s que todo eso. Hab¨ªa sido conocido como el kronjurist, la corona o el cerebro jurista del III Reich. El principal art¨ªfice de la arquitectura jur¨ªdica del nazismo. El dise?ador del permanente "estado del excepci¨®n", para quien la pol¨ªtica es sin¨®nimo de guerra, y el adversario o disidente, de enemigo. El te¨®rico del decisionismo, que lleva al l¨ªmite perverso la m¨¢xima de Hobbes: "Autorictas non veritas facit legem" (la autoridad, no la verdad, es la que hace las leyes). Una actualizaci¨®n de esa otra indisoluble unidad marital, la del trono y el altar, en la que el monarca absoluto es ahora un providencial F¨¹hrer o Caudillo. En la pr¨¢ctica, una justificaci¨®n de la tiran¨ªa con lenguaje futurista, para la sociedad de masas. A diferencia de otras ¨¦pocas, en las que la marca del tirano era el obsceno desprecio por la ley, la gran operaci¨®n de ilusionismo hist¨®rico de Schmitt es convertir al tirano en "supremo juez", en fuente de derecho, el que con sus pasos va imprimiendo la ley. Tras la ca¨ªda del III Reich, Carl Schmitt pas¨® un breve periodo de internamiento, entre 1945 y 1947, en el campo de Berl¨ªn-Lichterfelde-S¨¹d y en N¨²remberg, en calidad de testigo-acusado; un proceso del que consigui¨® zafarse con esa habilidad de escurridizo que caracteriza muchos de sus movimientos hist¨®ricos. Sobre esa experiencia escribi¨® Ex captivitate salus, donde aparece un ¨²nico simulacro de arrepentimiento mediante una frase latina: "Non possum scribere contra eum, qui potest proscribere". No puedo escribir, dice en aparente clave retrospectiva, contra aquellos que pueden proscribirme. Una equ¨ªvoca exculpaci¨®n en un maestro de la escritura oblicua. Sorprende ese recurso en un admirador de Melville y conocedor de la respuesta del escribiente Buterbly ante el encargo que violenta su conciencia: "Preferir¨ªa no hacerlo". Hubo quien tuvo el valor de decir que no. Por ejemplo, en el campo jurista, el valeroso Hans Kelsen, con quien Schmitt hab¨ªa polemizado sobre la democracia parlamentaria, y que, proscrito, con el estigma de "enemigo", sigui¨® defendiendo la libertad en el exilio. Hubo quien ejerci¨® al menos la resistencia del silencio ante la aplastante maquinaria totalitaria. Schmitt, no. Al contrario. Su aportaci¨®n a la ascensi¨®n del nazismo fue entusiasta y sistem¨¢tica, y lo fue en el periodo decisivo, entre 1933 y 1936. Con anterioridad hab¨ªa contribuido a minar la Rep¨²blica de Weimar, postulando un presidencialismo de excepci¨®n que prefiguraba las formas modernas de dictadura. Ya ocupaba Donoso Cort¨¦s, y el hechizo del sable, un lugar de honor en su cabeza. Schmitt hab¨ªa ingresado en el partido nazi en 1933 de la mano del fil¨®sofo Martin Heidegger, pronto nombrado rector de Friburgo y con quien compart¨ªa la voluntad de bajar a la cueva de Plat¨®n y apropiarse del proyector de ideas. "?Quien ama la tempestad y el peligro debe escuchar a Heidegger!", se dijo el 30 de noviembre de 1933 en Tubinga. ?sa era la clase de ret¨®rica que excitaba a Schmitt. Tambi¨¦n se dijo: "Cuando Heidegger habla desparece la niebla delante de nuestros ojos". Eso quiz¨¢ le importaba menos. Parte del hechizo que ejerci¨® Schmitt sobre muchos tiene que ver con sus dotes para el enmascaramiento. No obstante, cuando le conven¨ªa, con el viento a favor, abandonaba el estilo cr¨ªptico y su prosa avanzaba con peligrosa determinaci¨®n. El 1 de agosto de 1934, el ya catedr¨¢tico de Berl¨ªn escribe en Deutsche Juristen-Zeitung, principal palestra, la m¨¢s osada formulaci¨®n jur¨ªdica de la tiran¨ªa en los tiempos modernos: "El F¨¹hrer es el ¨²nico llamado a distinguir entre amigos y enemigos. El F¨¹hrer toma en serio las advertencias de la historia alemana, lo que le da el derecho y la fuerza necesaria para instaurar un nuevo Estado y un nuevo orden. El F¨¹hrer defiende el derecho contra los peores abusos cuando, en el momento de peligro, en virtud de las atribuciones de supremo juez que le competen, crea directamente el Derecho". No se trataba s¨®lo de un agasajo te¨®rico para Hitler. El texto serv¨ªa para justificar a posteriori las ejecuciones ordenadas por el F¨¹hrer el 30 de junio de ese a?o (la llamada noche de los cuchillos largos). Entre los eliminados figuraba una antigua amistad de Schmitt, el canciller Schleicher y su esposa. M¨¢s adelante, igualmente contundentes, sus aportaciones ir¨¢n tambi¨¦n orientadas a legitimar la expansi¨®n b¨¦lica del III Reich. Hay una idea que atraviesa su obra, y es la de la guerra como partera.
"... Y Ca¨ªn mat¨® a Abel. As¨ª comienza la historia de la humanidad". ?sa es la lapidaria versi¨®n de Schmitt. En una conferencia a los estudiantes de Colonia, en 1940, les alecciona para convertir ideas y conceptos en "armas afiladas". Todo su pensamiento est¨¢ marcado por una impronta belicosa. Incluso la "verdadera" pol¨ªtica, que considera inseparable de la dial¨¦ctica amigo-enemigo. Tampoco sus abundantes im¨¢genes o met¨¢foras de inspiraci¨®n religiosa son ajenas a la idea de un teocr¨¢tico totalitarismo que tanto influir¨¢ en sus amigos espa?oles. No por casualidad encontrar¨¢ las mayores afinidades en algunos de aquellos que propugnaban "la santa intransigencia, la santa coacci¨®n y la santa desverg¨¹enza". Schmitt se define como "un Epimeteo cristiano". Epimeteo desoye el consejo de su hermano Prometeo y se esposa con Pandora, quien abrir¨¢ la jarra o caja de la que saldr¨¢n las fuerzas devastadoras. "Yo soy cat¨®lico no s¨®lo de acuerdo con mi religi¨®n", dice en 1948, "sino tambi¨¦n de acuerdo con mi origen hist¨®rico, y, si se puede decir as¨ª, de acuerdo con mi raza". La m¨¢s acabada construcci¨®n de su identidad es el car¨¢cter de katechon. Ser un katechon. Un concepto extra¨ªdo de la apocal¨ªptica cristiana, y en concreto de uno de los textos m¨¢s enigm¨¢ticos del Nuevo Testamento, la segunda Carta a los Tesalonicenses, atribuida a san Pablo. Hay un poder o persona (ho katechon) que frena la llegada del "imp¨ªo" (ho anomos). Un poder que "mantiene a raya" al diablo. Aquel que se arroga el papel de katechon, y es el caso de Schmitt, estar¨ªa cumpliendo una misi¨®n providencial, sagrada. As¨ª que no es casual que en el homenaje que los jerarcas franquistas le rinden en marzo de 1962, don Carlos invoque a la providencia y hable de una "fiesta sagrada en el crep¨²sculo de la vida". ?Qu¨¦ hab¨ªa sido de ¨¦l, del kronjurist o crown jurist del nazismo, antes de llegar a la celebraci¨®n del crep¨²sculo en Espa?a?
Falsedad amable
Una falsedad biogr¨¢fica amable con Carl Schmitt le sit¨²a fuera de juego a finales de 1936 debido a intrigas interiores del nazismo. No obstante, cont¨® siempre con la protecci¨®n del todopoderoso G?ring. Continuar¨¢ siendo profesor en la Universidad de Berl¨ªn y consejero prusiano hasta el fin de la guerra. Pero el resto no ser¨¢ en absoluto silencio. Su actividad como propagandista del modelo jur¨ªdico nazi ser¨¢ intensa y se extender¨¢ hasta casi el final de la contienda por la Europa dominada o af¨ªn. En el homenaje de 1962 hace una velada alusi¨®n a su estancia en Madrid veinte a?os antes, es decir, en 1942, el momento de mayor presi¨®n para que Espa?a se implique plenamente en la guerra. Hay un rastro que lo sit¨²a entonces como secretario del Instituto Alem¨¢n de Cultura en Madrid. "En representaci¨®n de este Centro y de la Embajada Alemana" (Arriba, 22 de abril de 1942), asiste a un c¨®nclave que inaugura un capo del derecho fascista italiano, Giuliano Mazzoni. ?Fuera de juego? En realidad, ?cu¨¢l es la misi¨®n providencial que lleva a Schmitt a Madrid precisamente en esas fechas?
"Nunca olvido que mis enemigos personales son tambi¨¦n los enemigos de Espa?a", escribir¨¢ a Francisco J. Conde en una carta fechada el 15 de abril de 1950. "Es ¨¦sta una coincidencia que eleva mi situaci¨®n privada a la esfera del esp¨ªritu objetivo". Juan Donoso Cort¨¦s (1809-1853) es la clave de la temprana relaci¨®n de Carl Schmitt (1888-1985) con Espa?a, o mejor ser¨ªa decir, con su pensamiento reaccionario. El marqu¨¦s de Valdegamas hab¨ªa sido un alegre liberal extreme?o en su juventud. Hasta que, en su propia expresi¨®n, se hizo "un peregrino de lo Absoluto". Un peregrino tan amargado, y que miraba con tanto asco a la pecadora humanidad, que le lleg¨® a parecer merecedora de los peri¨®dicos sacrificios purificadores de la sangre. Una org¨ªa de malhumor reaccionario la de Donoso que escandalizaba al mism¨ªsimo Men¨¦ndez Pelayo (reaccionario, s¨ª, pero m¨¢s sobrio), quien se horroriza ante algunas afirmaciones del marqu¨¦s. Por ejemplo: "Jesucristo no venci¨® al mundo ni por la santidad de su doctrina ni por los milagros ni profec¨ªas, sino a pesar de esas cosas". Delirante, pensaba el ortodoxo Men¨¦ndez Pelayo. Pero acontecimientos hist¨®ricos posteriores en Espa?a, como la bendici¨®n episcopal y papal de la espantosa guerra de 1936 como "Santa Cruzada", llevar¨ªan la marca de ese delirio.
Tr¨ªada doctrinal
Para Carl Schmitt, el sinarquista Joseph de Maistre, el tradicionalista Louis de Bonald y el fundamentalista cat¨®lico Donoso Cort¨¦s configuran la tr¨ªada doctrinal sobre la que levantar "el nuevo orden" de un totalitarismo de cu?o teocr¨¢tico. La nueva versi¨®n del Sacro Imperio. Donoso Cort¨¦s hab¨ªa sido el autor del ¨²nico gran discurso que el integrismo absolutista espa?ol del siglo XIX consigui¨® exportar con cierto ¨¦xito al resto de Europa. No es de extra?ar. El llamado Discurso sobre la dictadura, pronunciado el 4 de enero de 1849 en el Congreso de los Diputados, es una de las intervenciones m¨¢s espantosas, en el sentido de estremecer, de las que seguramente se pronunciaron nunca en una c¨¢mara de la representaci¨®n popular. Los bravos y aplausos de la mayor¨ªa conservadora forman parte vibrante del discurso. Donoso no duda en asimilar la dictadura a un hecho divino, a una orden de la providencia. Rancio en el contenido, el impacto del discurso, el eco que alcanz¨® en la Europa conservadora, tiene que ver con el estilo directo y apod¨ªctico y su remate intimidatorio. Es probablemente el primer discurso fascista en el sentido moderno. Ya a principios de los a?os veinte hab¨ªa encandilado a Carl Schmitt, nacido en Plettenburg, Westfalia, en un ambiente cat¨®lico muy conservador. En 1929, el profesor y jurista alem¨¢n comparece por vez primera en Madrid para pronunciar una conferencia. ?De qu¨¦ habla? Viene a redescubrir Donoso Cort¨¦s a los espa?oles: "Se trata de escoger entre la dictadura que viene de abajo y la dictadura que viene de arriba: yo escojo la que viene de arriba, porque viene de regiones m¨¢s limpias y serenas; se trata de escoger, por ¨²ltimo, entre la dictadura del pu?al y la dictadura del sable: yo escojo la dictadura del sable, porque es m¨¢s noble [?bravo, bravo!]". El inter¨¦s por la historia de Espa?a tiene otro referente. En uno de los textos en que destila antisemitismo, utiliza como precedente la expulsi¨®n de los jud¨ªos en el periodo de los Reyes Cat¨®licos.
He aqu¨ª el curioso c¨ªrculo que traza la historia. El demiurgo en el que se inspiran los juristas del franquismo para presentar el ileg¨ªtimo r¨¦gimen como una creatio a Deo ("Franco, caudillo de Espa?a por la gracia de Dios"), est¨¢ a su vez inspirado en el ideario enloquecido de un reaccionario espa?ol de la primera mitad del siglo XIX. Adem¨¢s de la comunidad de ideas, en ¨¦l encontr¨® Schmitt el rasgo principal que debe caracterizar a un f¨¹hrer, duce o caudillo: "la ferocidad del discurso". Liberal en sus a?os mozos, la cr¨ªtica al liberalismo por Donoso llegar¨¢ a expresarse con una ferocidad extrema, esa que le lleva a asociar la dictadura con la forma de gobierno que corresponde a la ley divina y natural.
Pero hay un trazo del liberalismo pol¨ªtico que concentra todo su desprecio, toda su repulsi¨®n. El liberalismo es... fr¨ªvolo. ?Fr¨ªvolo! ?Dios, qu¨¦ repugnancia! He ah¨ª una marca de Donoso en Schmitt y que ¨¦ste subraya muy pronto en su cr¨ªtica al sistema liberal y a las democracias parlamentarias. La frivolidad. He ah¨ª el terrible pecado, equivalente al relativismo en religi¨®n, seg¨²n el Syllabus. Un h¨ªbrido de Donoso y Schmitt, Eugenio Montes, primero mascar¨®n de proa intelectual contra la II Rep¨²blica y luego botafumeiro del dictador, publicar¨¢ en 1934 el Discurso a la catolicidad espa?ola, tan celebrado por la derecha de la ¨¦poca, en el que deja claro que no cabe concesi¨®n alguna a la forma de gobierno: "Todo relativismo, por el hecho de serlo, ya es anticat¨®lico. Convertir la relatividad en norma ideal o h¨¢bito de conducta equivale a entregarle el alma al demonio". ?Por qu¨¦ toda la ira totalitaria se concita en esa idea cascabelera de "frivolidad" hasta convertirla en el peor de los insultos? La "frivolidad" liberal pretende que la pol¨ªtica sea un campo neutro, tratando de evitar la confrontaci¨®n. Pero la pol¨ªtica "en serio", para los Donoso de ayer y de hoy, es eso precisamente: la confrontaci¨®n con el enemigo. Y si no hay enemigo a la vista, hay que buscarlo. Ya aparecer¨¢.
Muchos sobreentendidos
"Es una coincidencia significativa que el impulso sincero de investigaci¨®n me haya conducido siempre a Espa?a", dice don Carlos el 21 de marzo de 1962 ante las ¨¦lites del franquismo. Y habla, c¨®mo no, de la guerra: "Veo en esta coincidencia casi providencial una prueba m¨¢s de que la guerra de Liberaci¨®n Nacional de Espa?a es una piedra de toque". Los presentes comparten muchos sobreentendidos. En realidad, este reconocimiento no es un hecho excepcional. En 1952, la revista Arbor, dependiente del Consejo de Investigaciones Cient¨ªficas y uno de los medios m¨¢s relevantes de expresi¨®n de la intelectualidad franquista, publica la ex¨¦gesis 'Carl Schmitt en Compostela', escrita por el romanista ?lvaro D'Ors, miembro destacado del Opus Dei y catedr¨¢tico en la Facultad de Derecho de Santiago. Ser¨¢ tambi¨¦n aqu¨ª, en 1960, donde la editora Porto y C¨ªa. publique la versi¨®n espa?ola de Ex captivitate salus (Experiencias de 1945-47). El libro es recibido y comentado por la prensa de la ¨¦poca con ciertos honores. La obra fue traducida al castellano por su ¨²nica hija, ?nima, casada con un catedr¨¢tico de Historia del Derecho, Alfonso Otero, a quien hab¨ªa conocido en Alemania. Esta edici¨®n espa?ola incluye como novedad un interesante pr¨®logo que Schmitt escribi¨® en Casalonga, una casa de campo en las afueras de Santiago, en el verano de 1958. Trece a?os despu¨¦s del hundimiento del III Reich, no hay en ese pr¨®logo ni una nota, ni una gota de arrepentimiento, ni una alusi¨®n a los horrores de la guerra y a la pol¨ªtica de exterminaci¨®n racial conocida como Holocausto. El ¨²nico campo de concentraci¨®n del que se habla es aquel en el que estuvo internado un breve periodo de tiempo despu¨¦s de la guerra y el ¨²nico lamento es el que denuncia la "criminalizaci¨®n" de la Alemania vencida. A principios de los sesenta, en las veladas compostelanas, Carl Schmitt, tan cr¨ªtico siempre con la democracia norteamericana, empieza a mostrar un inusitado inter¨¦s por un pol¨ªtico llamado Barry Goldwater, antiguo soporte de McCarthy y senador por Arizona. ?Qu¨¦ opinan de Goldwater?, pregunta don Carlos a sus amigos espa?oles. Este Goldwater ser¨¢ padrino pol¨ªtico de Ronald Reagan e inspirador del neoconservadurismo.
Ca?¨®n de largo alcance
Volvamos a Madrid, a la plaza de la Marina, en 1962. Manuel Fraga Iribarne elogia el pensamiento de Carl Schmitt, "hoy m¨¢s vigente que nunca", y expone una s¨ªntesis perfecta: "La pol¨ªtica como decisi¨®n, la vuelta del poder personalizado, la concepci¨®n antiformalista de la Constituci¨®n, la superaci¨®n del concepto de legalidad... son estas cotas ganadas de las que no se puede volver atr¨¢s". Todo el discurso del director del Instituto y de la ceremonia, ¨¦l mismo investido de la condici¨®n de jurista, es una apolog¨ªa del kronjurist. "La ley es algo as¨ª como un ca?¨®n de largo alcance", hab¨ªa escrito Manuel Fraga en la Revista General de Legislaci¨®n y Jurisprudencia en 1944. Ahora, el jurista con visi¨®n de artillero, en v¨ªsperas de ser nombrado ministro de Informaci¨®n de la dictadura, coloca la condecoraci¨®n en la solapa del "venerado maestro" Carl Schmitt. Y subraya emocionado que ¨¦ste es "un momento culminante de su carrera". Tras la salva de aplausos habla don Carlos. El hombre de la sombra se convierte en centro. Tiene 74 a?os; se conserva bien, robusto, y sabe que el uso solemne del lenguaje le va a hacer crecer en estatura ante una audiencia entregada. Hacer notar el "poder presencial" que le atribuy¨® su antiguo amigo y camarada, el escritor Ernst J¨¹nger. ?l s¨ª que parece plenamente consciente de lo que est¨¢ viviendo. El hecho ins¨®lito en el orbe de que se est¨¦ condecorando en 1962 al principal jurista del III Reich. Al fin va a transgredir en p¨²blico la consigna que se marc¨® despu¨¦s del hundimiento nazi: refugiarse en la cripta del silencio. En Espa?a encuentra su refugio intelectual y, en gran manera, vivo y triunfante, su modelo de Estado. El escenario donde ejemplificar la derrota de la democracia parlamentaria. Incluso puede gozar, como cuando se encuentra con reaccionarios cultos como D'Ors, con la ret¨®rica propia de un reducto imaginario del Sacro Imperio. Al igual que al anfitri¨®n, no se le escuchar¨¢ ni una sola palabra de autocr¨ªtica ni un trazo de duda o incertidumbre. Ser¨¢ ¨¦l quien haga su mejor elogio. A diferencia del fogoso predecesor, ¨¦l habla con calma, realza las escogidas palabras para que aflore ese "poder presencial" del que habl¨® J¨¹nger. Habla con adem¨¢n lit¨²rgico. ?Qu¨¦ ha dicho? "Una fiesta sagrada". Si, Carl Schmitt, don Carlos, proclama que este reencuentro con sus amigos espa?oles es "una fiesta sagrada en el crep¨²sculo de la vida". En ese momento, justo en ese momento, y seg¨²n el testimonio extasiado del escritor falangista Jes¨²s Fueyo, "se fue la luz". La prensa de la ¨¦poca destac¨® el acontecimiento. Se habl¨® en grandes caracteres del homenaje a Carl Schmitt. Distintos medios reprodujeron una entrevista publicada inicialmente por Arriba "por su gran inter¨¦s", seguro eufemismo del mecanismo "de obligada inserci¨®n". "Es posible que todos los pa¨ªses europeos tengan que acreditarse ante Espa?a", dec¨ªa Schmitt. Pero en ning¨²n medio, en ning¨²n peri¨®dico, se inform¨® del apag¨®n. Nadie cont¨® entonces que justo cuando el jerarca prend¨ªa la insignia en el pecho de don Carlos, el sal¨®n de actos de la sede del Movimiento Nacional se qued¨® a oscuras. Completamente a oscuras.
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