M¨¢scara
INVITADO POR la familia de su esposa que acababa de fallecer a contemplar el rostro de la difunta, el viudo mir¨® el cad¨¢ver con cierta aprensi¨®n, quedando de inmediato horrorizado por el rictus que deformaba sus rasgos fision¨®micos inertes. Cuando se sobrepuso, pidi¨® a los familiares que le dejasen solo con la muerta, y, tras salir ¨¦stos, no pudo evitar tratar de recomponer trabajosamente la mueca que deformaba la cara de su mujer muerta. Tras un largo tiempo indeterminado entregado a esta macabra tarea, los parientes ausentes retornaron a la habitaci¨®n f¨²nebre y, entonces, la madre de la difunta, al volver a contemplar el rostro de su hija, exclam¨®, emocionada: "El esp¨ªritu humano es algo que asusta. Ella no pod¨ªa morir del todo hasta que usted regresara. Todo lo que usted hizo fue dirigirle una mirada y su rostro se ha relajado... Est¨¢ bien. Ahora ella est¨¢ bien". ?ste es uno de los cuentos, que fue escribiendo, entre 1924 y 1972, el escritor japon¨¦s Yasunari Kawabata (1899-1972), ahora publicados en castellano con el t¨ªtulo Historias en la palma de la mano (Emec¨¦), a mi juicio, una de las manifestaciones m¨¢s impresionantes y turbadoras escritas en este g¨¦nero durante el siglo XX.
Son setenta brev¨ªsimos relatos, en los que se abordan las historias m¨¢s variadas desde todos los ¨¢ngulos posibles, aunque casi todas cortadas por el mismo registro pesimista, no exento del surrealista humor negro, que caracterizaba a Kawabata, por no hablar de la fuerza po¨¦tica de sus im¨¢genes, que no tiene parang¨®n. En cualquier caso, un tema recurrente es, como en el cuento antes resumido, 'El episodio del rostro de la muerta', la idea de la m¨¢scara, asociada, de una u otra manera, a la muerte. Puede ocurrir, como en 'El hombre que no sonre¨ªa', que, tras contemplar un marido c¨®mo su mujer convaleciente se pon¨ªa una hermosa m¨¢scara para complacer el deseo de sus hijos peque?os, se percatase, al ¨¦sta quit¨¢rsela, no s¨®lo del envejecimiento y la fealdad de su esposa, estropeada por la enfermedad, sino del absurdo de su propia vida en com¨²n. Tambi¨¦n, en 'La m¨¢scara mortuoria', c¨®mo un amante, que fue el ¨²ltimo en cortejar a una mujer de intensa vida alegre, a cuyos ¨²ltimos momentos asiste, se queda estupefacto al comprobar que la mascarilla de yeso que hab¨ªa hecho sobre el bello rostro de la difunta un amigo artista, ha borrado por completo la determinaci¨®n sexual de esta mujer tan rabiosamente femenina. O, en fin, en 'Maquillaje', c¨®mo un hombre, cuya casa se asoma sobre el ventanal de una funeraria, observa a las mujeres enlutadas pintarse la cara con aparente indiferencia...
Como es sabido, el t¨¦rmino "persona" procede del griego y significa originalmente "m¨¢scara", lo cual indica que nuestro rostro determina sus rasgos en el cruce de miradas con los dem¨¢s. En este sentido, despersonalizarse o desenmascararse es equivalente a morir, porque, al no observar, ni ser observados, perdemos toda expresividad y nuestra personalidad se confunde con la del resto de los mortales. En el sutil intersticio de nuestra movilidad facial, un artista, Kawabata, extrae toda la poes¨ªa que nos hace vivos y memorables.
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