Equipaje
Los ba¨²les con que viajaban los pasajeros de anta?o en las traves¨ªas transatl¨¢nticas ten¨ªan tapas forradas de loneta blanca con herrajes de cobre y dentro de ellos anidaba un mundo secreto, que era la proyecci¨®n del alma de sus due?os, de aquellos millonarios, divos famosos, aventureros enigm¨¢ticos y habitantes de las colonias con trajes color manteca, acompa?ados de mujeres con collares de perlas hasta la cintura, que sub¨ªan a cubierta de los barcos sabiendo que su valija ser¨ªa tratada con el mismo respeto que exig¨ªan para sus personas. Hubo una ¨¦poca en que el viajero se defin¨ªa por su equipaje. Algunos ba¨²les y maletas tra¨ªan etiquetas con nombres de lugares fascinantes que hac¨ªan so?ar a sus cargadores. Llevar en la mano un malet¨ªn de fuelles era el mejor pasaporte y a ning¨²n aduanero se le hubiera ocurrido violar la intimidad de unos personajes que emanaban felicidad por todos los poros del cuerpo. A lo largo de los a?os el placer de viajar se ha degradado en la misma medida en que el equipaje ha perdido misterio. Ahora, en los aeropuertos multitudinarios las maletas son escarbadas, golpeadas, sometidas al esc¨¢ner como bultos peligrosos, una sospecha que tambi¨¦n se proyecta sobre sus propietarios. En la sala de recogida de equipajes ruedan ahora unas maletas iguales, oscuras, anodinas cuya vulgaridad se corresponde con la mediocridad de los pasajeros que las esperan cansados, desvencijados, agolpados junto a las cintas met¨¢licas. Pero el otro d¨ªa ocurri¨® un hecho curioso. De regreso de un viaje yo era uno de esos pasajeros que esperaba recuperar el equipaje en la selva infame del nuevo aeropuerto de Barajas. La cinta rodaba y a medida que cada maleta encontraba a su due?o la sala iba quedando vac¨ªa. Lleg¨® un momento en que todos los pasajeros hab¨ªan desaparecido y yo era el ¨²nico ser vivo que quedaba en aquel espacio. Mi equipaje se hab¨ªa perdido, si bien la cinta a¨²n funcionaba. Al poco rato por la boca del t¨²nel emergi¨® una maleta forrada de loneta blanca con cantoneras y herrajes de cobre. La maleta rodaba, se met¨ªa en el t¨²nel y volv¨ªa a aparecer una y otra vez. Era medianoche cuando la cinta se par¨® definitivamente y la maleta se qued¨® sola, sin ning¨²n viajero que la reclamara. Llevaba s¨®lo un viejo adhesivo del hotel Metropol de Alejandr¨ªa sin ninguna etiqueta ni n¨²mero de embarque. Pens¨¦ que su due?o ser¨ªa uno de aquellos viajeros de entreguerras perdido en el tiempo como su valija, en una ciudad que tampoco estaba ya en ning¨²n mapa.
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