Call me Stone
Yo deb¨ªa tener once o doce a?os cuando vi El malentendido, en el Poliorama. Dirig¨ªa Marsillach, uno de mis h¨¦roes televisivos desde Habitaci¨®n 508. La funci¨®n era "fuerte". Me colaba mi papi, que era poli, un poli, bendito sea, enamorado del teatro. Yo era un ni?o considerablemente g¨®tico, pero no ten¨ªa ni idea de qui¨¦n era Camus, ni de qu¨¦ iba la obra. Es m¨¢s, cre¨ªa que iba de espionaje. Por la gabardina ("trinchera", dec¨ªan entonces) de Fernando Guill¨¦n, y por las miradas casi b¨²lgaras de todos. "Todos" eran Guill¨¦n y Alicia Hermida, la pareja inocente, creo recordar, y la Ponte y la Cuervo, las malas mal¨ªsimas.
Muy posiblemente Joan Oll¨¦ y servidor comparti¨¦ramos entonces platea sin saberlo, porque Oll¨¦, otro ni?o g¨®tico, tampoco se perd¨ªa una. Lo digo porque Joan Oll¨¦ acaba de presentar en el Lliure una nueva versi¨®n del tragedi¨®n de Camus (El malent¨¨s, traducida al catal¨¢n por Ferran Toutain) y releyendo el programa de mano de Marsillach encuentro puntos en com¨²n: "He querido primar", dec¨ªa don Adolfo, "la austeridad del decorado y la simplicidad rectil¨ªnea de los movimientos". Esas cosas quedan grabadas en la memoria infantil, vaya que s¨ª. El humor se lo ha puesto Oll¨¦, no porque Marsillach no lo tuviera, sino porque en aquella ¨¦poca -1968, en pleno estado de excepci¨®n- conven¨ªa apretar los dientes.
A prop¨®sito de El malent¨¨s, de Camus, dirigido por Joan Oll¨¦ en el Lliure de Barcelona
Oll¨¦, mejor dicho, le ha saca
do brillo al humor de Camus. Yo no me lo cre¨ªa cuando me lo cont¨®. ?Humor? S¨ª, como cuando Howard Hawks le dijo a John Wayne que har¨ªa en clave de comedia la secuencia de la amputaci¨®n de su dedo en R¨ªo Rojo. Bueno, pues premio para Oll¨¦: El malentendido tiene humor (negr¨ªsimo, por supuesto) y yo no hab¨ªa sabido verlo. Un humor glacial, ritual, que a ratos recuerda al Genet de Las criadas, y tambi¨¦n a Orton, como si Orton hubiera reescrito "en tragedia" Ars¨¦nico y encaje antiguo. Y Oll¨¦, que a veces se pasa varios pueblos, ha abrillantado los metales justos, concisos. En la primera parte convierte a Marta, la hija (Marta Marco: tocayas) casi en una criatura de high black comedy. Y funciona, porque El malentendido, pese a su brevedad, permite que sus personajes tengan much¨ªsimo "recorrido", como se dec¨ªa antes.
Tambi¨¦n es incre¨ªble su fuerza seminal, todo lo que anticipa. A Genet, desde luego, pero tambi¨¦n a Kolt¨¨s: la ret¨®rica del di¨¢logo entre Marta y Jan, su hermano, sobre su deal, sobre lo que puede y no puede obtener como cliente, parece la nuez de En la soledad de los campos de algod¨®n.
Tambi¨¦n hay ecos del Garc¨ªa Lorca m¨¢s conciso y fulminante, y hasta de Pavese, cuando el pobre Jan (Jordi Collet) habla de las luces y las flores y el paso de las estaciones en su tierra adoptiva. Me encanta el estilo, el estilazo, de El malentendido. Y sus reverberaciones, pasadas y futuras. Su estructura de t¨²nel, como la de Macbeth. Y su atm¨®sfera: una Europa sin sol, sin cielo, sin esperanza. Otro eco futuro: la Europa 51 de Rossellini. Estamos ah¨ª, y, al final, en la mism¨ªsima Capital del Dolor de Eluard: el espacio desde el que hablan la madre, la hija y la esposa tras la muerte, absurda, ineluctable, de Jan.
La madre es la impresionante ?ngels Poch, que interpreta su personaje como si fuera la Claire Lannes de L'amante anglaise de la Duras: un coraz¨®n seco, una locura seca. La esposa, Mar¨ªa, es Cristina Plazas. Ella es la depositaria (menudo encargo) de toda la pasi¨®n, toda la vida de la pieza. Cristina Plazas es un nervio en carne viva, una sensibilidad actoral instant¨¢nea: un chasquido de dedos y brota la verdad a chorro, empap¨¢ndolo todo. Aqu¨ª hay carne para todos. Jordi Collet tiene su gran momento en la "escena pavesiana", tendido en la cama, agrietando, sin saberlo, la estatua de su terrible hermanita. No es el mejor papel de la funci¨®n, porque no interesa tanto lo que ¨¦l intenta escrutar sino a la inversa, lo que la madre y la hermana creen adivinar en ¨¦l, rel¨¢mpagos de sospecha que hacen aflorar deseos y ternuras pret¨¦ritas, petrificadas. La madre tiene su momentazo, muy a la griega, pura anagn¨®risis, cuando cae la venda de sus ojos, encaminada hacia las aguas negras: "Il suffisait de la douleur pour tout transformer. C'est cela que mon fils est venu changer. Je vis ¨¤ nouveau, au moment o¨´ je ne puis plus supporter de vivre". Uno de los pasajes m¨¢s bellos de la historia del teatro franc¨¦s, de ah¨ª la cita en original.
A continuaci¨®n llega el ca
reo, rotundamente existencialista, entre Martha y Mar¨ªa. La hermana que decide convertirse en piedra furiosa, arrojada como una moneda sin retorno; la esposa que invoca a un Dios que no guarda silencio, como en Bergman, sino que responde un "no" salvaje, como una puerta met¨¢lica cerr¨¢ndose de golpe. En la escena de la petrificaci¨®n, Marta Marco est¨¢ "casi Huppert". ?Palabras mayores! Le falta una mejor colocaci¨®n (literal: no puede empezar la escena, como hace, sentada en el mostrador del hostal) para llegar a esa cima. La Plazas es, en su chasquido, todas las hero¨ªnas tr¨¢gicas arrojadas a cualquier abismo. Oll¨¦ ha conseguido en El malentendido lo que no acab¨® de conseguir en su Fedra: una tragedia pura, esencial, abriendo y cerrando los grifos con la precisi¨®n de un fontanero rumano (que, como todo el mundo sabe, son los mejores).
Lo ¨²nico que me molest¨® (un poquito) fue la escenograf¨ªa de Xavier Jansana, muy austera, s¨ª, pero que a veces te hace pensar que est¨¢s en un hotel de la cadena NH. Dura poco esa sensaci¨®n. Marsillach, por cierto, ambient¨® la obra en la Francia ocupada. Mientras ese "no" radical sonaba en el Th¨¦?tre des Marturins, en 1944, Camus trabajaba para el "s¨ª" desde las sombras ("l'arm¨¦e des ombres", como llam¨® Kessel a la Resistencia) preparando la edici¨®n clandestina de Combat, abriendo paso a la luz. Le Malentendu no fue precisamente un ¨¦xito, como hab¨ªa sido el Huis-Clos de Sartre, pero lanz¨® a Mar¨ªa Casares, que interpretaba a Martha. Poco despu¨¦s, Camus y la Casares vivieron su gran historia de amor: v¨¢yase lo uno por lo otro. Y vayan ustedes a ver El malent¨¨s, que vale mucho la pena (nunca mejor dicho).
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