Samuel Beckett siempre se escabulle
Beckett lleg¨® a ser Beckett con cuarenta a?os cumplidos. La maduraci¨®n literaria tard¨ªa fue motivo de no poco sufrimiento para alguien que desde siempre hab¨ªa querido ser escritor. Luego, naturalmente, ser¨ªa un escritor muy especial (alguien m¨¢s cerca del escritor-artista que del escritor-intelectual, para entendernos).
No cabe duda de que Beckett tuvo su ocasi¨®n y su oportunidad en la desolada Europa de posguerra, que fue la que le descubri¨® y ensalz¨®. Pero eso en realidad es perfectamente incidental, es algo completamente casual. Su mundo mental pod¨ªa encajar con aquello, pero era anterior a todo aquello. ?Y hoy? Est¨¢ su teatro, que le¨ªdo puede coger desprevenido al lector, pero que bien montado es algo formidable, un juego que se tiene en pie y emociona. Est¨¢ su prosa. La trilog¨ªa Molloy, Malone muere y El Innombrable (los textos con los que se asedi¨® a s¨ª mismo en su apartamento de Par¨ªs en la segunda mitad de los cuarenta y que lo convirtieron en un escritor famoso) son ejemplos formidables de literatura de mon¨®logo, con una mezcla de comicidad, sordidez y quieta desesperaci¨®n que fascina y conmueve. Todav¨ªa tenemos o¨ªdo para eso, pero no es una m¨²sica f¨¢cil. Sus prosas posteriores parecen el producto de una alambicada labor literaria. Es como si hubieran sido arrancadas a la duda de si hay algo m¨¢s que valga la pena de ser dicho. Exigen un esfuerzo que ofrece recompensas a los valientes que lo intentan, pero la recompensa nada tiene que ver con la diversi¨®n y la amenidad. ?A qu¨¦ tipo de lectores interesa hoy Beckett? A veces me siento tentado a responder que Beckett en realidad s¨®lo interesa a los lectores que quieren ser escritores. De ser as¨ª, ello no supondr¨ªa ninguna merma de valor ni para ¨¦l ni para sus lectores. Se puede leer a Beckett para desentra?ar algo parecido a la duda moral radical de la escritura (?para qu¨¦ escribir?, ?por qu¨¦ escribir?) sin necesidad de traicionarse con alguna respuesta concreta que vaya m¨¢s all¨¢ de la lecci¨®n beckettiana.
Pese al estereotipo, lo que ¨¦l hace no tiene nada de absurdo. Lo razonable es la desesperaci¨®n
Luego, naturalmente, est¨¢n los estereotipos: el teatro del absurdo es uno de los grandes recursos para desenfocar su literatura. Y aunque nos entendamos hablando de literatura del absurdo, la verdad es que es como si siempre habl¨¢semos de otra cosa en realidad. Lo que hace Beckett no tiene nada de absurdo o parad¨®jico y su comicidad es muy diferente de la de Ionesco, por ejemplo. Lo suyo es m¨¢s bien una especie de l¨®gica del sinsentido. Lo razonable es la desesperaci¨®n. Pero hay que saber llevarla con un cierto sentido del estilo, con un m¨ªnimo sentido del humor. Si Esperando a Godot y Final de partida son piezas indispensables en el rompecabezas del imaginario del siglo XX, ello se debe a este sentido del estilo y del humor convertido en gram¨¢tica de lo lim¨ªtrofe y lo vac¨ªo.
Otro estereotipo de acceso es Beckett y Joyce. El joven Beckett haciendo de secretario de Joyce y escabull¨¦ndose de su hija, ante el enfado de su mentor (Beckett y las mujeres: casi nadie recuerda que fue el gran amor de Peggy Guggenheim, supongo que porque resulta muy dif¨ªcil imaginarlos juntos y porque ella, ay, no fue el gran amor de Beckett). Pero la relaci¨®n de Beckett con Joyce es demasiado complicada como para resolverla con cuatro an¨¦cdotas. En cierto modo Beckett escribi¨® contra Joyce, fue su modelo y por ello tuvo que convertirlo en su antimodelo para encontrarse a s¨ª mismo como escritor.
En alg¨²n lugar cuenta que ¨¦l hizo al rev¨¦s de Joyce: el autor del Ulises llenaba, ¨¦l vaciaba. Es una verdad que roza el estereotipo, pero sigue siendo una verdad. Y luego est¨¢ su formidable ensayo sobre Proust, uno de los pocos textos de cr¨ªtica literaria que produjo, todos en su primera juventud. ?Pod¨ªa ignorar Beckett lo mal que hab¨ªa tratado Proust a su amigo Joyce? Sutiles formas de salvaci¨®n y de b¨²squeda de s¨ª mismo. Leer a Beckett es como situarse en los ant¨ªpodas de Proust. ?Pero por qu¨¦ deber¨ªamos parecernos a aquello que nos forma?
En su Carta alemana de 1937 est¨¢ el programa literario m¨¢s n¨ªtido y m¨¢s coherente para acercarnos a su escritura (o a las voces que pone en juego su teatro). All¨ª aparecen algunas claves de su moment¨¢neo abandono del ingl¨¦s a favor del franc¨¦s: "Desde luego, cada vez me cuesta m¨¢s escribir en un ingl¨¦s est¨¢ndar. Me parece algo carente de sentido. Y mi propia lengua cada vez se me antoja m¨¢s un velo que ha de rasgarse para acceder a las cosas o a la Nada que haya tras ¨¦l. La gram¨¢tica y el estilo. Para m¨ª son tan superfluos como el traje de ba?o en la ¨¦poca victoriana o el porte impert¨¦rrito de un caballero genuino. Mera m¨¢scara". (Cito la traducci¨®n de Miguel Mart¨ªnez-Lage publicada por La u?a RoTa en 2004.) M¨¢s adelante dir¨¢ que se pas¨® al franc¨¦s para escribir sin estilo. Pero Beckett ser¨¢ siempre un escritor en dos lenguas, y usar¨¢ las dos.
Y luego est¨¢ Beckett y las artes (otra forma de acceso): Beckett y la pintura de Bram van Velde, Beckett y Bruce Nauman (o m¨¢s bien: Bruce Nauman y Beckett). El escritor dispuesto a atravesar el lenguaje se interesa por los artistas que atraviesan lo visible y por aquellas pr¨¢cticas art¨ªsticas situadas m¨¢s all¨¢ de lo imaginario, en la inmanencia del velo rasgado, del desgarr¨®n mismo.
En 1937, al final de un periplo de meses por Alemania jalonado por visitas crepusculares a los museos que los nazis iban demoliendo, el escritor (todav¨ªa "en ciernes") se encontr¨® con Karl Valentin, el gran cabaretista que hab¨ªa colaborado con Brecht y que intentaba sobrevivir en medio del vendaval. Este encuentro espectral en las catacumbas de la cultura alemana podr¨ªa servir para dar con la horma del teatro beckettiano. En La ¨²ltima cinta de Krapp el escritor alude a una visi¨®n en una noche de tormenta en un espig¨®n que le permiti¨® desatascarse como escritor y saber lo que ten¨ªa que hacer. Tanto romanticismo elemental qued¨® convertido luego, seg¨²n una confesi¨®n tard¨ªa a su bi¨®grafo James Knowlson, en una revelaci¨®n tenida en el dormitorio de su madre. Estas dos ideas (la tormenta nocturna, el dormitorio de la madre) ofrecen las dos caras de lo sublime culto y de lo sublime coloquial: Beckett siempre se escabulle, siempre est¨¢ en el reverso de la cara que estamos contemplando.
El escritor cumplir¨ªa cien a?os. Nubes, truenos y rel¨¢mpagos sobre una cuna. Una voz llega de la oscuridad. ?Qui¨¦n habla aqu¨ª? ?Qui¨¦n ha dicho qui¨¦n habla aqu¨ª?
Jordi Ib¨¢?ez Fan¨¦s es profesor de Est¨¦tica de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y autor del ensayo La lupa de Beckett (Antonio Machado Libros).
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