Y se hizo la luz
La primavera sevillana es una estaci¨®n muy proclive para la cursiler¨ªa. En una ciudad tan amante del t¨®pico como ¨¦sta es obligado anunciar que el d¨ªa amaneci¨® radiante, envuelto en un penetrante olor a azahar, luminoso y sonriente. Atr¨¢s qued¨® la Pasi¨®n y Sevilla vive exultante la alegr¨ªa de una muerte resucitada. Y qu¨¦ mejor lugar de celebraci¨®n que la Maestranza -"la plaza m¨¢s bella del mundo", en palabras del dramaturgo Albert Boadella, que pregon¨® la feria por la ma?ana en una encendida y teatral defensa de los toros-, cuna del arte, historia viva, escenario de sentimientos eternos, reluciente y coqueta como cada a?o. Un templo viviente al que el sevillano se acerca con devoci¨®n, y con expectaci¨®n el forastero, convencidos ambos de que van a vivir un momento imborrable. Y as¨ª es: se reencuentran -abrazos y saludos por doquier- viejos conocidos y se constatan tristes ausencias en un emotivo acto social sin precedentes en esta ciudad.
N¨²?ez del Cuvillo / Rinc¨®n, Morante, El Cid
Toros de N¨²?ez del Cuvillo -primero y quinto, devueltos-, justos de presentaci¨®n, astifinos, mansos, inv¨¢lidos, sosos y descastados. Primer sobrero, del mismo hierro, manso y dificultoso; segundo sobrero, de Pereda, descastado. C¨¦sar Rinc¨®n: media estocada (silencio); estocada tendida -aviso- (silencio). Morante de la Puebla: media atravesada (silencio); casi entera baja (silencio). El Cid: dos pinchazos y estocada baja (silencio); estocada baja (vuelta tras petici¨®n). Plaza de la Maestranza, 16 de abril. 1? corrida de feria. Lleno.
Para colmo, la Giralda se asoma, cual fiel testigo, por el tejadillo de la plaza, y parece dar la bienvenida, un a?o m¨¢s, a los mortales que tienen la gracia de pisar otra vez los sacrosantos y duros asientos maestrantes.
Ah¨ª est¨¢n todos, de tiros largos ellas y ellos, ufanos, oteando el horizonte que circundan los ascos maestrantes. Ah¨ª est¨¢n, viendo y dej¨¢ndose ver, testigos de una ceremonia ancestral, moderna y decadente a la vez, reflejo de esta Sevilla tan singular.
Es Domingo de Resurrecci¨®n, en la plaza de la Maestranza... Qu¨¦ felicidad... Se hizo la luz en Sevilla...
Suenan los clarines. Sale el primer toro, renqueante de las manos y cuartos traseros. Oh... El t¨®pico se esfuma. La luz se torna opaca. La cursiler¨ªa deja paso a la indignaci¨®n y al aburrimiento. Qu¨¦ bonito fue mientras dur¨®... Se presiente lo peor. Despu¨¦s de tantas galas, de tantos sue?os, de tantos triunfos imaginados, llegan los toros modernos de N¨²?ez del Cuvillo y hacen a?icos la resurrecci¨®n sevillana. En un instante, la magia de la inauguraci¨®n de la temporada se ha convertido en un espect¨¢culo insufrible. Por fin, tras no pocas dudas, el presidente decide devolverlo a los corrales. Y sale el sobrero, y, despu¨¦s, el segundo, el tercero, el cuarto, y as¨ª uno tras otro, y todos igualmente inv¨¢lidos, descastados, sosos e in¨²tiles para una lidia emocionante. Fracaso, pues, del ganadero, que se carg¨® de un plumazo los deseos de felicidad de la plaza entera.
Tres primeras figuras en el cartel, que parec¨ªan figuritas de chocolate que se deshac¨ªan ante la realidad.
Qu¨¦ escasa decisi¨®n la de C¨¦sar Rinc¨®n, temeroso y a la defensiva ante un toro incierto, el primero, y pesado y vulgar en el otro, que, inexplicablemente, brind¨® al p¨²blico.
Morante compone la figura mejor que nadie, esboz¨® algunos detalles, pero tore¨® muy poco. Se le esperaba con una ilusi¨®n desmedida; se le aplaudi¨® cualquier decisi¨®n, pero es un torero para el toro bobo que va y viene.
Y El Cid fracas¨®. A punto estuvieron de darle una oreja en el sexto, lo que hubiera sido un dislate. El p¨²blico se volc¨® exageradamente con Alcalare?o, que puso dos buenos pares, que no merecieron ni la m¨²sica ni la locura de la gente en pie. El Cid brind¨® desde el anillo y ofreci¨® toda una lecci¨®n de toreo acelerado, despegado y destemplado, producto de una mala colocaci¨®n y abuso del pico. Y lo curioso es que la plaza se ven¨ªa abajo. Ser¨¢ que como no se ve nada y las entradas cuestan tan caras, hay que pas¨¢rselo bien aunque sea mentira.
Porque mentira es el t¨®pico de una corrida sin toro, y mentira es la heroicidad de unos toreros comodones y fr¨¢giles.
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