La venganza del ficus

Casi tres siglos despu¨¦s de la escabechina de Berwick en Almansa, Francisco Camps irrumpi¨® en el hemiciclo con el mismo ¨ªmpetu que si acabase de llegar de ese lugar de la Mancha de reparar el honor de los valencianos con su espada. Pero lo hizo sin su habitual ¨®rbita de consejeros, enjabonadores, zalameros y ganapanes. Estaba solo, como lord Galway, tras la espantada austracista. Se qued¨® ante el toril, frente a una barricada femenina zaplanista que lo acribillaba a miradas, hasta que Rita Barber¨¢ lo cubri¨® con su traje de chaqueta de color tabaco y su disuasoria coreograf¨ªa de sacudidas.

Se supon¨ªa que tras varios actos de apolog¨ªa pol¨ªtica de la reforma del Estatut, ayer, D¨ªa de las Cortes Valencianas, Camps abrir¨ªa ese mel¨®n a la sociedad, pero en realidad s¨®lo se trataba de otro ejercicio de consumo interno para los de siempre, luego ali?ado con canap¨¦s y refrescos. Lo arranc¨® Julio de Espa?a de un mazazo que ten¨ªa m¨¢s que ver con la ley de la gravedad que con la autoridad de la Presidencia de las Cortes. Despu¨¦s de haberle metido palos a la rueda de la reforma, hincaba la cerviz y se convert¨ªa en su principal valedor. Se puso de pie y trat¨® in¨²tilmente de abrochar su acampanada chaqueta. Junt¨® el ¨ªndice y el pulgar, como si fuera a componer una perorata sobre una copa de an¨ªs seco paloma, y habl¨® del 25 de abril y de la recuperaci¨®n del autogobierno, mientras la diputada Elvira Suances, con bronceado de yate, repart¨ªa sonrisas como si fuera la reina de la cabalgata.

De Espa?a coci¨® a la audiencia con sopor hep¨¢tico y el hemiciclo estuvo a un tris de quedarse pajarito, a no ser por el golpe de las gafas del diputado Joan Rib¨® sobre el parqu¨¦. Por un momento, a De Espa?a s¨®lo le faltaba una peluca austracista para parecer un juez interpretado por Charles Laugthon, pero enseguida ense?¨® la patita de fiscal malo. La oda al consenso deriv¨® hacia el desmarque de la oposici¨®n, incluso lo adorn¨® con una cita de a Luis Lucia y se permiti¨® llamarlo Luc¨ªa como si fuese una se?orita. Y Joan Ignasi Pla se qued¨® solo aplaudiendo con evidente desgana.

Luego Zaratustra habl¨® en los pasillos. Camps hizo un discurso con mucha s¨ªlaba t¨®nica ante un manojo de alcachofas. Cont¨® lo de su padre, que ten¨ªa su misma edad, y ¨¦l, que ten¨ªa la de su hijo, en la manifestaci¨®n del 1977. Sac¨® el botijo y dijo que se hab¨ªan acabado las prisas, que a partir de ahora paz y tranquilidad. La legislatura hab¨ªa muerto y all¨ª hab¨ªa quedado un epitafio muy valenciano: paz y tranquilidad. As¨ª hab¨ªa hablado Zaratustra ante la perspectiva del a?o legislativo sab¨¢tico. Debajo del socorrido ficus el servicio de catering ya hab¨ªa dado rienda suelta al piscolabis. Cruzaban r¨¢fagas de montaditos y herv¨ªa la Coca-Cola en los vasos de tubo. Pero ¨¦stos eran los ¨²nicos s¨ªntomas de festividad en el jard¨ªn, mientras el ficus, como homenaje a Newton y en venganza, dejaba caer sus frutos muertos como proyectiles sobre la concurrencia.