La agria melancol¨ªa
Entre el impulso aleg¨®rico del Miguel Espinosa de Escuela de Mandarines, el esquema de f¨¢bula de Dino Buzzati y el br¨ªo libre de un narrador sarc¨¢stico y muy pasado, a Ignacio Vidal Folch le ha salido su mejor novela desde La libertad, que era una espl¨¦ndida narraci¨®n de hace muchos a?os, demasiado olvidada hoy, y tan pol¨ªtica de fondo y asunto como lo es ¨¦sta, aunque aqu¨¦lla tratase de Rumania y ¨¦sta... ¨¦sta no trata de ning¨²n sitio aunque el Eminente se llame Parvus y tenga una mujer con una tienda de flores, como Marta Ferrusola con respecto a nuestro Honorable, y aunque haya comportamientos del poder invenciblemente afines a los capitostes del nacionalismo catal¨¢n de primera hora democr¨¢tica e incluso haya en litigio una Fortaleza, pero es una fortaleza moral, no geogr¨¢fica ni topogr¨¢fica, e incluso es seguramente la met¨¢fora central de todo, con su explanada, con su desvencijamiento final, con su aire l¨²gubre de tiempo ya muerto (como las esperanzas). En La libertad prefiri¨® una narrativa de desarrollo cl¨¢sico mientras Contramundo -eso, el rev¨¦s del mundo- es todo lo contrario: se ha organizado en la sala de montaje para una voz que habla con libertad y hasta con descaro y desplante porque renuncia a la verosimilitud y al realismo naturalista para ser precisamente novela, novela farsa, novela s¨¢tira, y no cr¨®nica novelada ni serm¨®n antinacionalista (que lo es tambi¨¦n, por supuesto). No ha de ser casual que el periodo hist¨®rico que aborda sea el mismo de la ¨²ltima novela de Eduardo Mendoza, y mientras uno ha escrito la ¨²nica novela est¨¦tica y literariamente barojiana de su obra, el otro ha huido de ese modelo para buscar el m¨¢s contrario posible, con saltos de tiempo y de estilos, discontinua, con vi?etas sostenidamente grotescas, pedazos de di¨¢logo acotados y hasta inventarios.
CONTRAMUNDO
Ignacio Vidal-Folch
Destino. Barcelona, 2006
227 p¨¢ginas. 18 euros
La lectura inmediatamente par¨®dica del nacionalismo catal¨¢n de los a?os ochenta ser¨ªa, sin m¨¢s, una lectura insuficiente de esta novela porque est¨¢ preparada y armada para lo contrario, es decir, para utilizar la historia pol¨ªtica reciente nada m¨¢s que como soporte de una desesperanzada pero no quejumbrosa novela sobre la mentira, la farsa y la flaqueza como herramientas de triunfadores de cualquier color (cualquier color patri¨®tico: seguro que en los desplazamientos y actitudes del Parvus, un castellano con imaginaci¨®n ver¨¢ tambi¨¦n a Bono, al igual que un catal¨¢n con memoria recordar¨¢ o podr¨¢ evocar en la cohorte a un Prenafeta...). Por eso en medio y poderosamente se alza la biograf¨ªa l¨ªrica y ¨¦pica del capit¨¢n Francisco de Aldana como hombre ¨ªntegro que morir¨¢ sabiendo que va a morir por lealtad a sus convicciones, all¨ª, en Alcazalquivir, siguiendo al pat¨¦tico rey don Sebasti¨¢n sometido al delirio de una ambici¨®n de poder suicida. Lo leyeron todos en la Fortaleza, muchos a?os atr¨¢s, sin saber entonces que iba a acabar siendo la imagen del contramundo, del otro mundo posible. El desd¨¦n por la trampa y el embuste, el hast¨ªo por la ret¨®rica decorativa, la falsedad de las declaraciones p¨²blicas y los intereses privados son ingredientes de la s¨¢tira pol¨ªtica y no son por tanto avatares propios del nacionalismo local sino universales, y me he ido acordando varias veces mientras le¨ªa de aquella an¨¦cdota que contaba Mario Vargas Llosa sobre el entusiasmo de un lector de Guatemala ante La ciudad y los perros... porque retrataba exactamente las cosas de su pueblo.
Esta novela trata efectivamente de nuestro pueblo, pero seamos de donde seamos, y ha sabido cuajar una desconfiada, recelosa y esc¨¦ptica urdimbre verbal, veloz y amarga, entre el pasado de un grupo de amigos y el futuro visto por uno de ellos, el testigo, la voz narrativa que no ha olvidado las convicciones de entonces, o no las ha perdido del todo, ni la lucha contra la Fortaleza, ni el empuje y la libertad que los animaba a combatir contra el poder mientras le¨ªan y le¨ªan en la biblioteca militar las cosas de Aldana y otros versos. Pero ¨¦l, el narrador, ha ido empeorando de aspecto de manera alarmante a los ojos de los pr¨®speros: "No, en serio, est¨¢s igualito que entonces, salvo por esos surcos que arrancan de las aletas de tu nariz y pasan junto a la boca, rastros indelebles de tu amargura evidente de pat¨¦tico fracasado, de las traiciones que habr¨¢s tenido que cometer contra lo mejor que hubo en ti para que sobreviva lo peor, y por tu aspecto, en general, de cad¨¢ver de permiso". Pero eso s¨®lo lo sue?a el narrador porque nadie llega a decirle eso a otro, pese a pensarlo. El empe?o de veracidad est¨¢ en la semilla de esta novela y por eso empieza como respuesta contra el maquillaje que embadurna un libro autobiogr¨¢fico que ha le¨ªdo el narrador de Contramundo y en el que no encuentra la p¨¢gina que busca porque no aparece, "esa en que verdad y vida s¨ª que dictan sentencia. La p¨¢gina invisible escrita con tinta invisible que busco en todos los libros". Yo creo que en ¨¦sta s¨ª est¨¢.
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