Soberanismo y refer¨¦ndum
?Puede un independentista votar s¨ª al Estatuto y no traicionar sus convicciones soberanistas? Evidentemente s¨ª, siempre y cuando aceptemos que un independentista declarado puede ser presidente del Parlamento aut¨®nomo, consejero de la Generalitat o socio preferente de un Gobierno espa?ol sin que ello haya significado ninguna traici¨®n ni a su trayectoria pol¨ªtica ni mucho menos a su proyecto pol¨ªtico finalista.
Lo que est¨¢ en juego el pr¨®ximo 18 de junio no es otra cosa que una mejora de un sistema auton¨®mico espa?ol mediante la aceptaci¨®n plebiscitaria de una ley org¨¢nica espa?ola aprobada previamente por las Cortes Generales de Espa?a despu¨¦s de una negociaci¨®n pol¨ªtica de una representaci¨®n de estas con una del Parlamento catal¨¢n, que fue el que originariamente propuso un contenido de nuevo Estatuto.
Es decir, para los soberanistas o independentistas que nunca han consentido ni legitimado el sistema auton¨®mico es evidente que su posici¨®n ante el refer¨¦ndum debe ser, por coherencia, de ignorancia del mismo o de oposici¨®n. Pero no as¨ª para quienes desde el inicio han estado desarrollando importantes funciones en ese sistema institucional y, lo que es m¨¢s relevante, que piensan seguir desarroll¨¢ndolo en el futuro. S¨®lo el anuncio de que en el futuro inmediato posterior al refer¨¦ndum los soberanistas que hasta ahora se han implicado en la gobernabilidad de la Generalitat dejar¨¢n de hacerlo e iniciar¨¢n una nueva estrategia pol¨ªtica, ser¨ªa coherente con la decisi¨®n de rechazar una mejora estatutaria.
La actuaci¨®n pol¨ªtica de las formaciones parlamentarias normalmente se rige por la mejora y el cambio gradual. Es decir, los pactos institucionales que comportan el acuerdo entre distintas formaciones no es habitualmente de plena satisfacci¨®n para ninguna de ellas. El secreto del ¨¦xito siempre est¨¢ en que nadie alcance la victoria plena y que todos cedan. As¨ª se pactan las leyes. Un ejemplo de lo que intento explicar lo tenemos en la ley de educaci¨®n aprobada este invierno por las Cortes espa?olas, donde despu¨¦s de meses y meses de negociaci¨®n se lleg¨® a un acuerdo. En clave de los intereses de Esquerra Republicana (ERC) era una mejora, pero distaba mucho de lo que a ellos les hubiera satisfecho de acuerdo con su programa. A pesar de ello ERC vot¨® a favor probablemente porque valor¨® que las mejoras, a pesar de ser insuficientes, exist¨ªan. Y as¨ª podr¨ªamos seguir con otros muchos ejemplos para concluir que dif¨ªcilmente si hay mejoras -aunque ¨¦stas sean escasas- uno se opone a un acuerdo.
Bajo ese mismo criterio, la oposici¨®n del PP al nuevo Estatuto es de pura l¨®gica. Una formaci¨®n espa?olista no puede m¨¢s que rechazar la mejora del autogobierno. Para ellos no es un paso adelante, sino un paso atr¨¢s. Era evidente que el nuevo Estatuto catal¨¢n no podr¨ªa alcanzar la unanimidad. Es verdad que Pasqual Maragall y Joan Saura insistieron en esa intenci¨®n, pero era m¨¢s un gesto para la galer¨ªa que una posibilidad real. Un trayecto compartido s¨®lo se puede realizar entre quienes van hacia una misma direcci¨®n, y es evidente que el PP y una mejora del autogobierno se encaminan a polos opuestos.
Sin embargo, el l¨ªo monumental que ha caracterizado la pol¨ªtica catalana en los ¨²ltimos a?os contamina y mucho la naturaleza de la convocatoria del pr¨®ximo 18 de junio. Sin ir m¨¢s lejos, la ¨²ltima decisi¨®n relevante del presidente Maragall de expulsar a los socios republicanos del tripartito en el Gobierno catal¨¢n alimenta en algunos sectores la convicci¨®n de que el d¨ªa 18 lo que est¨¢ en juego es mucho m¨¢s que un texto estatutario. En verdad ahora ya no es claro si el no republicano ser¨¢ argumentado m¨¢s como un no por el Estatuto que no fue o un no por su expulsi¨®n del Ejecutivo. Si hacemos caso de la capacidad interpretativa de Carod Rovira en las horas posteriores a la fin del tripartito, parece evidente que el rechazo a su expulsi¨®n del mismo ser¨¢ el eje central de sus argumentos.
Efectivamente, estamos en un escenario en el que los c¨¢lculos partidistas y los tacticismos particulares de cada uno intentan situar esta consulta en otra l¨®gica de la que nunca deber¨ªa haber salido. El enorme riesgo de marear tanto al personal y complicar tanto el discurso pol¨ªtico es que finalmente las consecuencias que se generen sean no deseadas. Hasta donde conozco y hasta donde s¨¦ interpretar, eso es, m¨¢s o menos, lo que ocurri¨® en Esquerra Republicana. La posici¨®n de la militancia favorable al no fue una opci¨®n descartada por Carod y por el resto de la direcci¨®n republicana. Defiendo que las bases de un partido tomen ese tipo de decisiones de manera democr¨¢tica, pero la contrapartida es que la direcci¨®n -que no es otra cosa que la referencia pol¨ªtica para los militantes y votantes- sea clara y act¨²e responsablemente con su proyecto. Lo peor para un partido es que las bases se alimenten de un discurso de sus dirigentes y lo conviertan en decisi¨®n estrat¨¦gica cuando ese discurso s¨®lo era puro tacticismo. Es evidente que para muchos dirigentes de ERC s¨®lo hay algo m¨¢s dif¨ªcil de aceptar que haber sido expulsados del Gobierno que ellos crearon; ese algo es decir no a un Estatuto del cual ellos son en gran medida responsables.
El pr¨®ximo 18 de junio no est¨¢ en juego la independencia de Catalu?a ni tan s¨®lo la reforma constitucional. Por eso, es perfectamente razonable que cualquier independentista -si no rechaza de lleno el actual autogobierno- apoye la mejora del mismo. El d¨ªa que los independentistas seamos mayor¨ªa en nuestro Parlamento podremos iniciar otro proceso que de pura l¨®gica ya no ser¨¢ de reforma estatutaria. Pero ese d¨ªa a¨²n est¨¢ lejano y la reforma estatutaria no nos aleja de ¨¦l. Rechazar la reforma no tiene en clave independentista mucho sentido.
Jordi S¨¢nchez es polit¨®logo.
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