Lecci¨®n de pol¨ªtica
El acuerdo alcanzado, la pasada semana, para la rescisi¨®n del contrato entre el Ayuntamiento de Alicante y Lluis Cantallops pone fin a la relaci¨®n del arquitecto con la ciudad. Falta s¨®lo un peque?o tr¨¢mite para que el compromiso se firme y sea oficial. A partir de entonces, un nuevo equipo de t¨¦cnicos se encargar¨¢ de la redacci¨®n del Plan General de Ordenaci¨®n Urbana. No hace falta una gran perspicacia para prever que el nuevo Plan que se redacte habr¨¢ de parecerse poco al que propugnaba Cantallops. Nos encontramos ante un suceso cuyas consecuencias afectar¨¢n de un modo importante al futuro de la ciudad, de modo que quiz¨¢ sea un buen momento para reflexionar sobre lo que ha supuesto para Alicante el despido de Lluis Cantallops.
Cuando, hace ahora seis a?os, el arquitecto fue contratado para elaborar el Plan General de la ciudad, qued¨® impresionado por el ritmo de la construcci¨®n que percibi¨® en ella. "Lo que ocurre en Alicante no lo he visto en ning¨²n otro municipio", declar¨® en su presentaci¨®n a los periodistas. Sus primeras manifestaciones a favor de la calidad frente a la cantidad, ya pusieron sobre aviso a los constructores locales, poco acostumbrados a estas sutilezas. A medida que se fueron conociendo sus opiniones, las diferencias no hicieron m¨¢s que aumentar. La ciudad que defend¨ªa el urbanista -restaurar y rehabilitar las ¨¢reas y barrios m¨¢s deteriorados- no pod¨ªa ser aceptada por los empresarios de la construcci¨®n: supon¨ªa un freno para su negocio que no estaban dispuestos a permitir. El Alicante que pretend¨ªa Cantallops buscaba el beneficio de los ciudadanos, pero no era, ni mucho menos, el que conven¨ªa a los industriales.
En la pugna entre los constructores y el redactor del Plan General, el alcalde, D¨ªaz Alperi, tom¨® partido de inmediato a favor de aquellos. La identificaci¨®n de D¨ªaz con los intereses de los empresarios fue absoluta desde el comienzo, y la tensi¨®n con Cantallops no tard¨® en saltar a las p¨¢ginas de los diarios. En un momento determinado, cuando las relaciones ya se encontraban muy deterioradas, D¨ªaz declar¨® a la prensa que el arquitecto era un empleado del Ayuntamiento y deber¨ªa hacer lo que se le ordenara. Cantallops, sin embargo, no pod¨ªa aceptar las condiciones que le exig¨ªan sin da?ar seriamente su prestigio. En esta situaci¨®n, el despido del arquitecto s¨®lo era cuesti¨®n de tiempo, de encontrar el momento propicio para evitar que se convirtiera en un esc¨¢ndalo.
En la resoluci¨®n del conflicto, se ha querido ver un triunfo de D¨ªaz Alperi sobre Cantallops. No estoy convencido de que las cosas hayan sido exactamente as¨ª. A fin de cuentas, el arquitecto ha cobrado sus honorarios y ha mantenido a salvo, de un modo discreto, su dignidad profesional. Mi opini¨®n es que, en este asunto, los grandes perdedores han sido los alicantinos. Es desde esa perspectiva como debemos ver la situaci¨®n. Reducirla a una pugna personal, como se pretende, no beneficia m¨¢s que al propio alcalde y a quienes le han apoyado. El suceso tiene unas consecuencias colectivas cuya gravedad se ver¨¢ conforme pase el tiempo. La codicia de los constructores ha impuesto una ciudad desestructurada, donde, por poner un ejemplo, los problemas de movilidad crecen d¨ªa a d¨ªa. Alicante es hoy, sin ninguna duda, una ciudad m¨¢s inc¨®moda y menos atractiva que la de diez o doce a?os atr¨¢s. El inter¨¦s general de los ciudadanos se ha sacrificado al de unas decenas de constructores, que han impuesto su criterio de ciudad. ?No es eso lo que ahora mismo sucede en cualquier punto de la Comunidad Valenciana?
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