Un nuevo Estado en Europa
Cetinje es la capital hist¨®rica y cultural de Montenegro. Podgorica le rob¨® la condici¨®n de capital administrativa, pero no su discreto glamour. Esta peque?a poblaci¨®n, con sus 14.000 habitantes, es una met¨¢fora de este pa¨ªs europeo reci¨¦n resucitado. En sus calles sorprenden unos palacios miniatura pintados con una variada gama de colores pastel. Son las embajadas, a escala del pa¨ªs, construidas en la antesala de la I Guerra Mundial, cuando Montenegro era independiente bajo el rey Nicol¨¢s I. Montenegro es un pa¨ªs peque?o, abrupto y monta?oso, cuya viabilidad econ¨®mica no ser¨¢ evidente si la Uni¨®n Europea no acude pronto a su rescate.
Nicolas Petrovic, el pr¨ªncipe heredero, arquitecto franc¨¦s izquierdoso sin especiales aspiraciones pol¨ªticas, lo ha dicho con toda claridad: no ten¨ªa sentido mantenerse en una rep¨²blica guiada por criterios ¨¦tnicos y no por el principio democr¨¢tico de ciudadan¨ªa. Esta raz¨®n que el pr¨ªncipe aduce es la m¨¢s leg¨ªtima a favor de la independencia. A Montenegro le corresponde ahora demostrar en la pr¨¢ctica -el pa¨ªs tiene el 40% de montenegrinos y el 30% de serbios- lo que el pr¨ªncipe dice de palabra. Los montenegrinos, temerosos siempre de que Serbia les ocupara, entre otras cosas porque eran su ¨²nica salida al mar, jugaron sus cartas con prudencia, y han sabido aprovechar la coyuntura internacional para, una vez desmembrada Yugoslavia, buscar la independencia del modo menos traum¨¢tico posible despu¨¦s de llevar ya algunos a?os practic¨¢ndola de hecho frente a una Serbia derrotada y sin moral. En una tienda de Cetinje, hace ya algunos a?os, una mujer ten¨ªa una foto de Tito en la pared: "?C¨®mo es que todav¨ªa tiene usted este retrato?". "Yo no lo puse, yo no lo quitar¨¦", contest¨® la mujer. Pura desconfianza montenegrina. Me gustar¨ªa saber si alguien ha quitado ya la foto.
La independencia de Montenegro significa la creaci¨®n de un nuevo Estado en Europa, en un proceso apoyado por la Uni¨®n Europea, y, al mismo tiempo, la culminaci¨®n del proceso de desintegraci¨®n de la antigua Yugoslavia. Desde que Milosevic condujo a Serbia a la locura de querer imponerse al conjunto de la antigua federaci¨®n, ¨¦sta se ha ido rompiendo en pedazos hasta construir el puzzle actual. El nacionalismo es, a menudo, una pasi¨®n mortal. Lo que Tito hab¨ªa conseguido mantener unido con represi¨®n, pero tambi¨¦n con las compensaciones y equilibrios suficientes para que no estallaran los recelos y resentimientos ¨¦tnicos, se lo carg¨® el nacionalismo serbio al pretender ejercer de potencia dominante. Si el proceso ha empezado y terminado con dos separaciones pac¨ªficas -la fuga inicial de Eslovenia y la partida de Montenegro-, entre medio, los Balcanes han sido asolados por la sangre y los odios. Miles de muertos y de desplazados, para convertir la vieja Yugoslavia en un rompecabezas de nichos ¨¦tnicos encerrados en s¨ª mismos con licencia para odiar al vecino. El multiculturalismo se hizo carne en los Balcanes, y lo m¨¢s grave es que la consagraci¨®n de la limpieza ¨¦tnica que ha caracterizado el proceso se ha hecho con la aquiescencia de la comunidad internacional. Y encima se le llama paz.
En plena guerra de los Balcanes, cuando los odios estaban ya en la punta de los ca?ones, fui convocado por Nicolas Petrovic a un debate sobre la limpieza ¨¦tnica en la misma Cetinje. En aquellos momentos el tema era una provocaci¨®n, y s¨®lo la autoridad carism¨¢tica del pr¨ªncipe impidi¨® la prohibici¨®n. Pero Petrovic quiso dejar claro cu¨¢l ten¨ªa que ser el camino de Montenegro. A los montenegrinos corresponde demostrar que su independencia no es el ¨²ltimo episodio del juego de separaciones ¨¦tnicas, sino una apuesta por el principio de ciudadan¨ªa frente al etnicismo exclusivista dominante. Montenegro ha esperado para entonar el adi¨®s a que Serbia estuviese suficientemente debilitada como para no ser una amenaza. Ha sido un proceso largo, minucioso, que ha cumplido todos los requisitos desde el punto de vista de la legalidad internacional. Pero Montenegro es un pa¨ªs peque?o, que corre el riesgo de quedar secuestrado por el sector de las ¨¦lites locales que ha conducido el proceso de independencia. Ahora tendr¨¢ que demostrar que, ciertamente, sus habitantes han ganado en derechos de ciudadan¨ªa y que no han pasado de una tutela a otra.
En el nacionalismo independentista catal¨¢n todo lo que se mueve sirve. Esto explica que en su imaginario tengan un rinc¨®n m¨¢s importante Lituania o Montenegro que la Lombard¨ªa, pongamos por caso, como ejemplo de una regi¨®n del m¨¢ximo nivel de desarrollo. El culto de lo peque?o y pobre pero aut¨®nomo pesa mucho en unos sectores del nacionalismo a los que siempre les cuesta ver m¨¢s all¨¢ de su nariz ideol¨®gica. El problema es que el culto se construye a imagen y semejanza de la idea que uno tiene de s¨ª mismo. Decidme a qui¨¦n admir¨¢is y os dir¨¦ qui¨¦nes sois.
Las semejanzas entre Catalu?a y Montenegro se acaban pronto. Fue el poeta Nyegosh el que aliment¨® espiritualmente el ideario nacional, que la dinast¨ªa que lleva su nombre representa. En 1918 perdi¨® la independencia que le hab¨ªa durado 30 a?os, aunque en la II Guerra Mundial fue brevemente reinstalado como Estado por los italianos. El rey Nicol¨¢s queda como s¨ªmbolo de los escasos a?os de gloria. Montenegro dif¨ªcilmente hubiese pensado en su independencia si los vientos de Yugoslavia no hubieran ido en la direcci¨®n que tomaron cuando Milosevic abri¨® la caja de los temporales entre vecinos y sus intelectuales establecieron que el nuevo sujeto pol¨ªtico de la posmodernidad era el sujeto ¨¦tnico. Al final de esta tr¨¢gica historia, Montenegro no ha querido quedarse sola con el principal agresor.
El independentismo ya tiene una nueva referencia, pero es muy limitada. Primero, por lo que representa Montenegro -estamos listos si estos son los pueblos con los que tenemos que compartir destino-, y segundo, por el proceso que llev¨® hasta aqu¨ª: la explosi¨®n de Yugoslavia. El Estado espa?ol en el que Catalu?a est¨¢ inscrita no tiene el componente ¨¦tnico entre los criterios determinantes de la identidad ni practica estas formas de inclusi¨®n. S¨®lo en el Pa¨ªs Vasco algunos sectores nacionalistas han introducido el discurso ¨¦tnico en Espa?a.
Montenegro sirve para reivindicar demag¨®gicamente un refer¨¦ndum contra otro refer¨¦ndum. La fluidez del discurso es una caracter¨ªstica de la demagogia: la rapidez con la que se pasa del s¨ª, pero al no y del no al refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n es de manual. En pol¨ªtica todo se aprovecha. Pero los modelos no se pueden tomar por partes: Montenegro no estar¨ªa donde est¨¢ sin la gran explosi¨®n.
?Es posible en Europa una separaci¨®n pac¨ªfica? Por supuesto. ?sta est¨¢ siendo bendecida por las autoridades europeas. Pero la independencia de Montenegro no puede aislarse de sus antecedentes, como si la rep¨²blica de Serbia y Montenegro fuera un Estado pac¨ªfico ajeno a los hechos que pusieron patas arriba los Balcanes. A Montenegro hay que reconocerle la prudencia y el sentido de la oportunidad. Pero, como todos los cambios de fronteras que ha habido recientemente en Europa, la independencia de Montenegro no es separable del trauma poscomunista y de las inacabadas guerras ¨¦tnicas y nacionales con que algunas poblaciones pretendieron resolver el duelo del hundimiento de los reg¨ªmenes de tipo sovi¨¦tico. Tanto Rusia como Serbia fracasaron en sus pretensiones hegem¨®nicas. Rusia ha concentrado el sadismo de sus frustraciones en Chechenia y Serbia se ha quemado en el incendio que ella misma provoc¨®.
Para promocionar la independencia de Catalu?a habr¨¢ que buscar modelos m¨¢s estimulantes. Tengo la impresi¨®n de que el precio que los catalanes querr¨¢n pagar por ella ser¨¢ siempre muy limitado. La torturada historia de la pobre y aislada rep¨²blica de Montenegro (con sus escasos 700.000 habitantes) ni tiene nada que ver con la historia de Catalu?a, ni es un buen ejemplo para convencer a los catalanes sobre la buena relaci¨®n entre costo y beneficio.
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