Dem¨®cratas relativos
Es lo que trae el uso inmoderado del adjetivo leg¨ªtimo. Que llega un momento en que, salvo pegar a la madre y cosas as¨ª, todo lo dem¨¢s se considera leg¨ªtimo. Ahora mismo, y cuando parece iniciarse el final del terrorismo, vuelven los nacionalistas vascos a proclamar al un¨ªsono que, "sin violencia, todos los proyectos pol¨ªticos son leg¨ªtimos". Sin entrar en honduras, creo entenderles que en ese supuesto cualesquiera iniciativas p¨²blicas tienen derecho a su reconocimiento legal. Y como la nuestra es una legalidad democr¨¢tica, habr¨¢ que sobrentender que esos proyectos son leg¨ªtimos precisamente por ser democr¨¢ticos. Les confieso que tengo mis dudas ante una democracia de tantas tragaderas y unos dem¨®cratas tan relativos.
Para empezar, se me escurre el significado de esa ausencia de violencia. Su abandono -o la renuncia a secundarla- no nos aclara si responde a razones de principio (porque asesinar pisotea un derecho humano elemental) o instrumentales (resulta in¨²til para el objetivo apetecido). Por el momento, de los terroristas y sus c¨®mplices directos a¨²n no hemos o¨ªdo la primera clase de razones. Pero el caso es que, se entienda en un sentido o en el otro, esa falta de violencia no vuelve ella sola leg¨ªtimo lo que esencialmente no lo era ni puede serlo. Tampoco los medios decentes justifican un fin indecente. Entre nosotros muchos piensan todav¨ªa, gracias a pasar por alto el porqu¨¦ y el para qu¨¦ mataba, que la maldad de ETA se agotaba en sus cr¨ªmenes y que, muerto el perro, acabar¨¢ la rabia. Para ¨¦stos el hecho de mantenerse dentro de los l¨ªmites de la ley basta para declarar democr¨¢ticos pronunciamientos que, bien mirados, dar¨ªan toda la impresi¨®n de totalitarios.
Quiz¨¢ le malinterpreto, pero es lo que parece sugerir nuestro presidente de Gobierno en una entrevista reciente. Cuando Flores d'Arcais le plantea si las ¨²ltimas ense?anzas papales en esta materia no revelan una "pulsi¨®n antidemocr¨¢tica" por parte de la Iglesia Cat¨®lica, el presidente Zapatero responde: "No, sinceramente no, porque creo que la democracia se basa en la disputabilidad de las decisiones del poder. Aun desde posiciones que est¨¢n equivocadas (...), tienen derecho a negar incluso algunos de los fundamentos m¨¢s esenciales de la libre convivencia, tienen derecho a manifestarse (...). Lo que no tienen derecho es a imponer".
Uno se pregunta c¨®mo armoniza con esa disputabilidad la creencia que se arroga ser la administradora de la Verdad absoluta, incluida la pol¨ªtica. Fuera de eso, ?qui¨¦n desvelar¨¢ el profundo misterio de que no deba tacharse de antidemocr¨¢tica una doctrina que socava las bases de la vida democr¨¢tica? Y aun si un gobierno le concediera graciosamente el derecho a su libre expresi¨®n, ?por qu¨¦ iba a transformarse el autoritarismo as¨ª expresado en algo acorde con el ideal de democracia? Muy sencillo: porque lo democr¨¢tico en las decisiones del poder consistir¨ªa tan s¨®lo en ser disputables, sin que haya norma previa o m¨¢s honda para calificarlas. ?Acaso no hab¨ªa "posiciones equivocadas" por negar los puntales de la democracia? S¨ª, pero ese pecado les ser¨¢ perdonado como acepten participar en la disputa.
Al fijar entonces la no imposici¨®n como primero y hasta ¨²nico criterio legitimador de los actos y proyectos pol¨ªticos, viene a consagrarse como m¨¢xima prueba de legitimidad su respeto a lo que salga de los procedimientos democr¨¢ticos. ?Ser¨¢ entonces sin m¨¢s aceptable un proyecto en cuanto consienta someterse a la concurrencia electoral y asumir los resultados que arroje la regla de la mayor¨ªa? Tan reductora simplificaci¨®n de la democracia resulta muy gratificante para la pereza general, pero interesada y falsa. El ser o no ser de una democracia no se juega tan s¨®lo en los medios que emplea un gobierno o su oposici¨®n, sino adem¨¢s en las premisas que invocan y en los fines que persiguen. En realidad, y a poco que el principio de no contradicci¨®n valga tambi¨¦n en pol¨ªtica, ser¨ªa incluso impensable que todos esos proyectos pudieran ser leg¨ªtimos. La raz¨®n pr¨¢ctica no puede justificar la afirmaci¨®n y negaci¨®n simult¨¢neas de un derecho para las mismas personas.
?Que nadie conoce programas pol¨ªticos despreciables, por m¨¢s que se atengan a las formas democr¨¢ticas ordinarias? Ser¨¢ que nadie quiere complicarse la vida. Desde su misma inspiraci¨®n, no parecen leg¨ªtimos por antidemocr¨¢ticos partidos y proyectos que arranquen de la desigualdad en derechos pol¨ªticos de los sujetos por razones de etnia, clase social o de otra especie. Tampoco es f¨¢cil que lo sean los que defienden la anterioridad y prevalencia pol¨ªtica (por sangre, lengua, religi¨®n, historia) de una comunidad particular sobre la comunidad general de la ciudadan¨ªa. O los que asientan su programa en unos derechos colectivos y del pasado antepuestos a los individuales y del presente... Si despu¨¦s miramos a sus objetivos encubiertos o declarados, ?llamaremos democr¨¢tico al prop¨®sito de instaurar una sociedad cuyas partes gocen de libertades pol¨ªticas distintas?; ?y ser¨¢ justifica
ble postular unas metas que, por exigir un infundado proceso de secesi¨®n y de anexi¨®n territorial, inducen al enfrentamiento de sus gentes? Es la idea misma de democracia la que se resiste a amparar nada que, aun invocando su nombre, presuponga o se proponga desiguales derechos pol¨ªticos entre los ciudadanos.
Pero eso que la pura idea de democracia tiene que rechazar han de admitirlo hasta cierto punto las democracias reales. Exactamente hasta ese punto que arriesgue la pervivencia o traiga la degradaci¨®n del r¨¦gimen democr¨¢tico. Cuando tal riesgo exista, no deber¨ªa causar esc¨¢ndalo que lo ileg¨ªtimo fuera prohibido, porque m¨¢s escandaloso ser¨ªa dejar indefensa la comunidad que nos hace ciudadanos. Aquel absurdo y blando prohibido prohibir de hace unas d¨¦cadas expresa el vaciamiento de una conciencia colectiva que, carente de criterio moral firme, ya no sabe juzgar qu¨¦ resulta o no leg¨ªtimo ni se atreve a discernir entre lo democr¨¢tico y lo que no lo es. Ser¨ªa un sinsentido conceder el derecho a servirse de ciertas libertades pol¨ªticas (de manifestaci¨®n, asociaci¨®n o voto) para restringir o eliminar esas mismas libertades. No cabe liquidar "democr¨¢ticamente" la democracia.
Si damos por conjurado semejante peligro, en cambio, a nuestras instituciones les tocar¨¢ arrriesgarse y acoger en su seno incluso a quienes las desde?an. Lo que era ileg¨ªtimo seguir¨¢ siendo ileg¨ªtimo, y as¨ª lo argumentaremos en la plaza p¨²blica, pero con las precauciones debidas habr¨¢ pasado a ser legal. Ser¨¢ un paso m¨¢s debido todav¨ªa cuando su contrapartida sea la protecci¨®n de vidas humanas y la vuelta de un clima pol¨ªtico regular. Eso s¨ª, quedar¨¢ claro a los reci¨¦n ingresados que su acogida como miembros de la comunidad no se debe tanto a sus m¨¦ritos como al de las instituciones que ellos han combatido. Y todos hemos de saber tambi¨¦n que el reconocimiento legal de su proyecto p¨²blico est¨¢ lejos de otorgarle un certificado de democr¨¢tico. No vayamos a malentender la democracia ni a maleducar al ciudadano.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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