Cerveza y espuma

En este Hamlet, el escenario muerde varias filas de butacas, y las luces de platea no se apagan ni un instante. Llu¨ªs Pasqual lo ha montado conforme los brit¨¢nicos suelen, con un par de diferencias: ellos no meten tijera, y sus actores j¨®venes est¨¢n m¨¢s hechos porque tienen m¨¢s oportunidades.

La puesta en escena de Pasqual gira en torno a Eduard Fern¨¢ndez, un pr¨ªncipe de Dinamarca neurast¨¦nico y proteico, que habla con sordina. El actor saca una energ¨ªa enorme de su cuerpo menudo, desmadeja al protagonista, lo abufona; lo hace laxo, escurridizo, peligroso. Ser¨ªa un gran Ricardo III. Lo importante es que, en ese estilo, da sentido a cuanto dice, hace llegar cada giro del texto con nitidez, lo desliza en el o¨ªdo del espectador como el rey Claudio desliza el veneno en el o¨ªdo de su hermano. Fern¨¢ndez usa recursos c¨®micos que le hemos visto a Dick van Dyke o a Jerry Lewis. Se le aceptan. Hiperact¨²a, pero est¨¢ sujeto. Camina por el filo de la navaja sin herirse.

Hamlet es un t¨ªtulo exprimido: no es f¨¢cil sacarle savia nueva. Pasqual no lo consigue, o no lo intenta. Su montaje, ¨¢gil, directo, sin cuarta pared, volcado asim¨¦tricamente sobre la platea por el escen¨®grafo Paco Azor¨ªn, podr¨ªa estar m¨¢s dicho a p¨²blico, como El jard¨ªn de los cerezos que puso en escena en el Lliure.

?l mismo ha hecho esta versi¨®n recortada: corre muy bien. Se ve que contrast¨® muchas, y supo escoger. Las actualizaciones que ha introducido no estorban ni a?aden. La interpretaci¨®n dista de ser homog¨¦nea. Jes¨²s Castej¨®n hace de Polonio el prototipo del cortesano huero. Tiene gracia. Est¨¢n tambi¨¦n especialmente bien Francesc Orella (el capoc¨®mico) y Lander Iglesias, un sepulturero con txapela, acento vasco y o¨ªdo para entonar aires populares. El duelo a espada entre Fern¨¢ndez e Iv¨¢n Hermes es brillante.