La marihuana de la discordia
El alcalde de Maastricht lleva los caf¨¦s que venden droga a la frontera belga
Patrick, Steven y Fabiann apenas son conscientes, pero est¨¢n entre los miles de personas inmersas en el conflicto diplom¨¢tico que enfrenta a B¨¦lgica y Holanda a cuenta de la marihuana que se consume en Maastricht. Envueltos en una nube de humo, fuman porros pl¨¢cidamente, sentados en los taburetes del Mississippi, un coffeeshop instalado en uno de los barcos anclado en la ciudad holandesa, y al que acuden habitualmente a consumir y a comprar marihuana para llevar de vuelta a B¨¦lgica. En su pa¨ªs, a diferencia de Holanda, no est¨¢ permitida la compra de estupefacientes.
Como estos tres j¨®venes obreros, unos 4.500 belgas dispuestos a gastarse el dinero en marihuana llenan cada d¨ªa los 15 coffeeshops de Maastricht, lo que, seg¨²n las autoridades de la ciudad, supone un reclamo para traficantes y carteristas, y crea serios problemas de criminalidad. Por eso, el alcalde Gerd Leers ha decidido trasladar a la frontera con B¨¦lgica siete de estas expendedur¨ªas legales de drogas blandas. La medida ha provocado la ira del Gobierno belga.
B¨¦lgica y Holanda tendr¨¢n una reuni¨®n bilateral en la UE sobre el comercio legal de hach¨ªs
"Pretenden exportar el problema a nuestra frontera", explica Jo de Ro, portavoz del Ministerio de Interior belga. De momento, B¨¦lgica ha conseguido el compromiso por parte de Holanda de suspender el traslado de los coffeeshops, pero el conflicto creado por la diferencia de legislaci¨®n sobre las drogas en B¨¦lgica y Holanda est¨¢ lejos de llegar a su fin. Por lo pronto, los primeros ministros de ambos pa¨ªses tienen previsto mantener una reuni¨®n bilateral la semana pr¨®xima, durante la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los Veinticinco, para abordar el tema de Maastricht, la ciudad que da nombre al tratado que consagr¨® el nombre de Uni¨®n Europea. Adem¨¢s, los alcaldes holandeses, belgas y luxemburgueses de esta regi¨®n fronteriza -en la que en 20 kil¨®metros se pueden atravesar los tres pa¨ªses- se reunir¨¢n antes del verano para decidir qu¨¦ hacer con los llamados turistas de las drogas.
Pero la determinaci¨®n del alcalde Leers, defensor a ultranza de la legalizaci¨®n de las drogas blandas, no parece que vaya a facilitar las negociaciones ni a pon¨¦rselo f¨¢cil a sus vecinos. La alcald¨ªa sostiene que tienen el derecho soberano a decidir sobre d¨®nde situar los coffeeshops y considera hip¨®crita la actitud del Gobierno belga ante este tipo de estupefacientes, por mantener una pol¨ªtica prohibicionista dentro de sus fronteras, a la vez que permiten las excursiones multitudinarias de sus nacionales a Maastricht.
Los planes municipales cuentan adem¨¢s con la aprobaci¨®n del sector, que ve con buenos ojos el traslado de los coffeeshops a zonas despobladas, donde los consumidores tendr¨ªan todas las facilidades para acceder. As¨ª lo explica el gerente del Mississippi desde hace 22 a?os, un hombre fornido que no quiere dar su nombre. "Es una idea perfecta. El Ayuntamiento ya nos ha adjudicado una parcela cerca de la frontera y tendr¨¢ un gran aparcamiento para los clientes". En el barco que se balancea hasta el mareo y que todav¨ªa alberga el negocio, una pizarra dicta la lista de precios: tres euros por gramo de marihuana afgana, 10 euros la nepal¨ª, y as¨ª hasta al menos 15 tipos distintos. Un dependiente corta y pesa en una balanza los talegos que piden los clientes.
Patrick, Steven y Fabiann ya han comprado su raci¨®n, que trocean con parsimonia sobre una tabla de madera. Dicen que a ellos tambi¨¦n les gustar¨ªa que los holandeses les acercaran los coffeeshops. "Ahorrar¨ªamos en gasolina", explican los j¨®venes proletarios que ni se plantean dejar de fumar ni de comprar lo que est¨¢ prohibido en su pa¨ªs. "Siempre ser¨¢ de m¨¢s calidad que lo que compremos en la calle", dice entre risas uno de ellos.
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