Mosc¨² en mi Diario
- 3 de junio. Cuando estuve hace diez a?os en Siberia, Sasha y yo entramos en una agencia de viajes para comprar billetes de avi¨®n pero lo ¨²nico que vend¨ªan al final de la cola eran huevos de gallina. Estos mismos huevos te los tiran ahora a la cara en las calles de Mosc¨² si no cedes el paso a los Mercedes de los nuevos ricos. Los atascos son enormes. Hay una mezcla de lujo y hostilidad. Adem¨¢s resucitan al un¨ªsono a Stalin y a Jesucristo. Los comunistas reivindican al dictador. Los ortodoxos a Cristo.
En el cementerio de Mosc¨² conservan el busto del primer amor de Stalin. La desdichada se suicid¨®. Y Stalin fue eliminando uno a uno a todos los miembros de su familia. ?C¨®mo se atrevi¨® a dejarlo solo?
Escribes una cosa y luego te adentras en eso mismo que has escrito y vas tejiendo una historia
A Sasha le embisti¨® el otro d¨ªa un jubilado que le hizo polvo el coche. Se salt¨® un sem¨¢foro en rojo. No ten¨ªa seguro. La reparaci¨®n en un taller ilegal le costar¨¢ dos mil euros. La mitad que en un taller legal. Porque lo legal es caro. La nueva ley es la suprema ley de la oferta y la demanda. No hay otra. Los anuncios azules del Citybank ondean en todas partes como antes ondeaban las banderas rojas con la hoz y el martillo.
Muchos restaurantes y muchos comercios est¨¢n abiertos 24 horas. Mosc¨² no cierra. Ni para. No se da un respiro. No hay horarios. Pagas y te sirven. Reconstruyeron muchas iglesias, entre ellas la enorme catedral que durante 50 a?os fue una piscina p¨²blica. Popes con voz de trueno imploran piedad. Si pudieras sentarte caer¨ªas en el sue?o m¨¢s profundo hipnotizado por las plegarias. Pero no hay asientos. O de pie o de rodillas.
- 4 de junio. Un polic¨ªa viene hacia nosotros porra en alto. Sasha se asusta ?Qu¨¦ hizo mal? Estamos en un atasco. El fin del mundo ser¨¢ un atasco de autobuses y de camiones oprimiendo a los Jaguars, Bentleys y Ferraris. As¨ª lo imagina Sasha. La lista de espera de Ferrari es tan larga como las antiguas colas del pan. Sasha saca su documentaci¨®n por la ventanilla pero el polic¨ªa no quiere papeles. Quiere felicitar a Sasha por llevar abrochado el cintur¨®n de seguridad. Eso era todo. Nadie se pone el cintur¨®n de seguridad. Sasha sonr¨ªe con una mueca kafkiana. Al jubilado le impondr¨¢n una multa de 100 rublos (tres euros) por saltarse el sem¨¢foro en rojo. Su pensi¨®n es miserable. No le alcanza para tener un seguro contra terceros.
Vamos a la Universidad donde los reci¨¦n casados se hacen la foto de boda. Llevan vodka y se emborrachan. Los j¨®venes no saben que la Universidad fue construida por presos. Como nuestro Valle de los Ca¨ªdos. Los j¨®venes gritan ?gorko, gorko! (significa amargo) y entonces los novios se besan dulcemente hasta la asfixia.
- 5 junio. No esperaba encontrar en la biblioteca de Sasha un volumen de poes¨ªa espa?ola de los primeros a?os de la victoria. Leo un poema de Gerardo Diego alabando a Jos¨¦ Antonio. Y otro de Manuel Machado ensalzando a la Falange. Esto me trae a la memoria una tarde en Valencia cuando asist¨ª a una lectura po¨¦tica del mismo se?or Diego, quien declam¨® sus versos sin sacar la mano del bolsillo, con la voz atiplada y tr¨¦mula. Me sal¨ª antes del final. Ahora me alegro.
En Mosc¨² hay 25.000 perros sin amo y sin fuerzas. Siempre te sigue un perro por la calle. Bajas al metro y el perro contigo. Doblas una esquina y el perro, tambi¨¦n. Algunos forman una manada. Nombran jefe y defienden su territorio. Si est¨¢n enfermos de rabia o est¨¢n muertos de hambre, a las autoridades no parece importarles. Y a la poblaci¨®n, tampoco. Los nuevos ricos, que vac¨ªan los escaparates de las grandes marcas, compran perros muy esbeltos, d¨¢lmatas o galgos rusos, y les ponen collares de Vuitton.
- 6 de junio. Preparo la conferencia que pronunciar¨¦ ma?ana en el Instituto Cervantes. Hablar¨¦ de mis Diarios que son como esas mu?ecas rusas de madera que siempre tienen otra mu?eca dentro, y otra, y as¨ª hasta que ya no hay espacio para meter m¨¢s. Escribes una cosa y luego te adentras en eso mismo que has escrito y vas tejiendo una historia que no es m¨¢s que la historia de tu vida, y de otras muchas vidas. En realidad un Diario tal como yo lo entiendo es una autobiograf¨ªa directa e ininterrumpida. Por ejemplo, en el regreso de mi ¨²ltimo viaje a Nueva York vine sentado junto a un anciano de 99 a?os que me cont¨® su vida. Ahora ten¨ªa que abandonar los Estados Unidos para acabar sus d¨ªas con un sobrino ya que no le quedaba nadie m¨¢s en su familia. Hab¨ªa estado en el FBI para que le extendieran un certificado de buena conducta que ahora necesitaba entregar a las autoridades espa?olas a fin de obtener el permiso para vivir (mas bien para morir) en nuestro pa¨ªs. Su vida, me dijo momentos antes de quedarse dormido, se le hab¨ªa pasado en un soplo. Lo observ¨¦ y parec¨ªa estar muerto. Me dije: ?Ser¨¦ yo este mismo hombre dentro de treinta a?os? Ten¨ªamos la misma gran nariz. Unas manos muy parecidas. Y en su expresi¨®n pude, o quise, reconocerme.
- 7 de junio. En el libro de firmas del Instituto Cervantes encuentro la de Paco Brines. La de Javier Cercas. La de Carlos Marzal. Unos han escrito frases. Otros han hecho dibujos seguramente en presencia del director del Centro, un tipo din¨¢mico llamado Victor Andresco. Me cuentan que a Brines le perdieron la maleta al llegar a Mosc¨² y tuvieron que comprarle camisas y calzoncillos en Zara. Y a Javier Cercas, el de los Soldados de Salamina, le robaron la cartera en la calle. Y Cercas se enfad¨® mucho aunque luego aprovech¨® el incidente para un art¨ªculo. El novelista fue v¨ªctima de unos timadores que utilizaron el truco de la cartera encontrada en la acera llena de billetes. Cercas pic¨®.
En mi charla no habl¨¦ yo sino el anciano casi centenario del avi¨®n. Cont¨® la verdadera historia de un doble imaginario. Y tambi¨¦n habl¨¦ de mis encuentros con el poeta Joseph Brodsky, dos de ellos cuando estaba vivo en Nueva York y el ¨²ltimo hace muy poco en el cementerio de Venecia, donde su tumba no tiene flores sino l¨¢pices y bol¨ªgrafos. Una se?ora se levant¨® entre el p¨²blico para decir que ella conoci¨® a Brodsky. Llevaba en el alma a este poeta ruso como una herida abierta. Como si fuera rusa. Porque ella tambi¨¦n tuvo que emigrar siendo muy ni?a. Era una ni?a de la guerra que a los doce a?os, poco antes de que Guernika fuera bombardeada, sus padres la pusieron a salvo. Le dieron un cuaderno y una mu?eca, y la mandaron a Rusia. Sus padres perecieron bajo las bombas de Hitler solicitadas por Franco. La se?ora estaba emocionada. ?Pod¨ªa leer un poema que hab¨ªa escrito en homenaje a su ciudad? Lo sac¨® del bolso. No encontraba las gafas y lo recit¨® de memoria. Un poema muy aut¨¦ntico y hermoso que aplaudimos todos con respeto.
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