Domingos
Por donde quiera que uno vaya, en los caf¨¦s, en los aeropuertos, en las terrazas, en las viviendas, palpita una pantalla en colores con los jugadores internacionales disputando un partido y simult¨¢neamente la voz de los enviados subrayando en una modulaci¨®n reglada las peripecias del juego.
Este panorama lit¨²rgico compuesto de estampas y salmodias forma, tarde tras tarde, un tapiz que cubre la realidad de festividad y no de una celebraci¨®n cualquiera, sino de una esencia infantil y dominguera que trasforma la idea de la existencia.
Baudelaire hablaba del arte como "los domingos de la vida". Pablo Nacach acaba de publicar un libro en Lengua de Trapo titulado El f¨²tbol. La vida en domingo. La vida en domingo o viceversa: el domingo en la vida. F¨²tbol y domingo compusieron un par irrompible en los tiempos de la infancia cuando la semana s¨®lo ten¨ªa ese d¨ªa como fiesta y no hab¨ªa llegado ni la llamada semana inglesa.
Por entonces, en los a?os cincuenta, cuando quedamos cuartos en Brasil, las festividades se presentaban muy ordenadas y santas. El domingo, d¨ªa del Se?or, conten¨ªa el regalo del f¨²tbol. No todos los domingos, adem¨¢s, sino cada dos semanas, puesto que sin televisi¨®n no hab¨ªa otra opci¨®n que acudir al campo cuando tocaba en casa. Esos domingos con partido reproduc¨ªan el tono de la fiesta mayor. Era el tiempo que empezaba en la sobremesa, con los bares atestados de aficionados con caf¨¦ y puro, y conclu¨ªa invernalmente al atardecer, cuando la luz natural no permit¨ªa seguir viendo el bal¨®n, aut¨¦nticamente de color cuero.
El humo del tabaco que anublaba las gradas con una manta de felicidad y el est¨ªmulo que se recib¨ªa de los pelotazos marcaban parte de la representaci¨®n dominical. La misa de las doce constitu¨ªa su otro polo. Uno y otro se parec¨ªan por la exaltaci¨®n de vivir y se diferenciaban en que el primero, en plena juventud, se cargaba de erotismo mientras el otro pertenec¨ªa a una virilidad sin recuerdo del sexo. El f¨²tbol nunca tuvo ni el molesto ahogo de la marea sexual ni tampoco la duplicidad del humor.
Jugar al f¨²tbol, hablar de f¨²tbol, ver f¨²tbol, pensar en el f¨²tbol, son partes de una pasi¨®n que ni siquiera se consideraba deportiva. El deporte hac¨ªa entonces referencia a la gimnasia y poco m¨¢s. El f¨²tbol no figuraba como deporte, sino que se trataba llanamente de un juego. El juego m¨¢s importante y principal. El rey del juego y, en consecuencia, no cab¨ªa otra cosa que emplazarlo en domingo y a la luz. Los partidos nocturnos y la disputa en otros d¨ªas ech¨® abajo su car¨¢cter sagrado.
Desde estas variaciones el balompi¨¦ rod¨® hacia lo profano, lo mercantil y la raz¨®n adulta. Fue girando as¨ª de la ilusi¨®n infantilizadota a la calculada raz¨®n del espect¨¢culo. Pero ahora, en pleno Mundial, envueltos en la asidua cinta de las pantallas, reinauguramos aquella emoci¨®n primordial. La semana que perdi¨® el domingo ¨²nico se ha transformado en domingo entero. ?ste fue, de otra parte, el anhelo de las vanguardias: que el arte se encontrara por todas partes y que, al fin, vivi¨¦ramos en domingo como forma de vida.
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