Bienvenida a la ciudad, Adele
El Klimt del magnate Ronald Lauder, el cuadro m¨¢s caro de la historia, se exhibe en la Neue Galerie de Nueva York
El retrato de Adele Bloch-Bauer I que realiz¨® Gustav Klimt en 1907 y adquir¨ªa el mes pasado el coleccionista multimillonario Ronald S. Lauder, al parecer por 106 millones de euros, se encuentra adecuadamente instalado como un trofeo sobre la chimenea de su Neue Galerie de arte alem¨¢n y austriaco, en el Upper East Side. La otra noche, Jon Stewart bromeaba en The Daily Show sobre cu¨¢nto debe de valer ese peque?o parche verde situado en la esquina del cuadro. No se puede contratar publicidad as¨ª.
Bueno, tal vez Lauder s¨ª. El retrato le cost¨® el equivalente al producto interior bruto de Kiribati y Santo Tom¨¦ y Pr¨ªncipe juntos. Es un gran cuadrado alucinante de espectaculares filigranas doradas. Casi parece que Adele haya metido la cabeza en uno de esos recortables de carnaval, con su delgado rostro parcialmente en sombras, oscurecido por el resplandor. Tiene la boca abierta, los p¨¢rpados ca¨ªdos y las mejillas sonrosadas. Los ojos son dos grandes almendras marrones.
le es mitad reina y mitad corista de Las Vegas, la perfecta neoyorquina
El recargado reposacabezas de la silla crea un halo con la delicadeza de un ala de escarabajo. Las letras ligeramente en relieve del monograma que lleva bordado en el vestido dan la impresi¨®n de estar en movimiento. Y ese parche verde que tanto gusta a Stewart es parte del suelo esmeralda, lo cual da profundidad al cuadro. El golpe de gracia son las manos, entrelazadas de modo que una mu?eca se ladea p¨ªcaramente, un toque decadente cl¨¢sico de Klimt. Es mitad reina y mitad corista de Las Vegas, la perfecta neoyorquina. Bienvenida a la ciudad, Adele.
Cuelga temporalmente junto a otros cuatro Klimt propiedad de los herederos de Bloch-Bauer, a quienes se compr¨® el retrato. Son damas de honor con vestidos verde lima, actores secundarios en una muestra itinerante de Klimt perteneciente a la colecci¨®n de la familia. Despu¨¦s de su marcha el 18 de septiembre, Adele se quedar¨¢ y pasar¨¢ a ser el nuevo reclamo del museo del lujo de Lauder que, ahora, gracias a ella, sin duda subir¨¢ a los primeros puestos de la lista de visitas obligadas de Nueva York, una bendici¨®n a medias para quienes siempre han sabido su verdadero valor.
Ser¨ªa una groser¨ªa que los aficionados al arte de Nueva York no agradecieran a Lauder el retrato que durante d¨¦cadas fue un s¨ªmbolo de la ciudad de Viena. Su traves¨ªa de all¨ª hasta aqu¨ª es una aut¨¦ntica saga. Ferdinand Bloch-Bauer, un rico industrial jud¨ªo, encarg¨® en dos ocasiones a Klimt que pintara un retrato de su esposa. Seg¨²n cuenta la historia, Klimt se lo agradeci¨® convirti¨¦ndola en su amante. Adele, con su esp¨ªritu c¨ªvico, don¨® sus obras de arte a Austria. En 1925, muri¨® de meningitis, a los 43 a?os.
Ferdinand tuvo que huir de los nazis 13 a?os m¨¢s tarde. ?stos confiscaron los cuadros de la familia; su castillo de Bohemia pas¨® a manos de Reinhard Heydrich, el asesino de Wannsee; la casa familiar de Viena pas¨® a ser propiedad de los ferrocarriles nacionales austriacos, que enviaban a los jud¨ªos a los campos; y la gargantilla de diamantes que luce Adele en el retrato se la qued¨® Hermann Goering para su esposa. Al parecer, Hitler rehus¨® adquirir la porcelana de la familia. Le pareci¨® demasiado cara.
Y luego, durante m¨¢s de 60 a?os, el Gobierno austriaco se neg¨® a devolver los cuadros a la familia, aunque Ferdinand hab¨ªa modificado el testamento de Adele. Por iniciativa de su sobrina, Maria Altmann, que ahora tiene 90 a?os y vive en Los ?ngeles, los herederos de Bloch-Bauer por fin ganaron una batalla judicial en enero.
En un gui?o a la ciudad en la que se instal¨®, Altmann cedi¨® el cuadro a Los Angeles County Museum of Art en abril. Mientras tanto, Lauder estaba negociando la compra de Adele, y organizando una parada de esta exposici¨®n en Nueva York.
La muestra incluye el segundo retrato de Adele, pintado en 1912. Ya no es dorado con florituras bizantinas y egipcias, sino floreado, esquem¨¢tico y con colores chillones, como un grabado japon¨¦s.
Cuando en 1970 el Metropolitan desembols¨® 4,3 millones de euros por el retrato de Juan de Pareja, de Vel¨¢zquez, fue un esc¨¢ndalo; ahora parece barato teniendo en cuenta que es uno de los grandes cuadros del pa¨ªs. Las sumas que lugares como el Museum of Modern Art despilfarran en edificios mediocres, que quedan obsoletos nada m¨¢s inaugurarse, son escandalosas.
El mercado del arte funciona siguiendo una l¨®gica propia, que tal vez no guarde relaci¨®n alguna con la calidad de las obras. Valor no equivale a precio, ya se trate de un Klimt, un jugador de b¨¦isbol o un director general al que pagan millones de d¨®lares y lleva a su empresa a la ruina.
Pero Oscar Wilde ten¨ªa raz¨®n sobre los c¨ªnicos, el precio y el valor. Es natural mostrarse esc¨¦ptico cuando el mundo del arte es un circo de despilfarro, borracho de dinero, y cuando especuladores idiotas copan los titulares al gastar fortunas en malas obras de arte. Qui¨¦n sabe cu¨¢l es la cifra m¨¢xima que se ha pagado en privado por una pintura: tal vez 106 millones de euros. Suponiendo que ¨¦sa sea la cantidad de la que se ha desprendido Lauder por su retrato de Adele, una obra maestra hedonista, se hablar¨¢ de cu¨¢ntas vidas se podr¨ªan haber salvado o cu¨¢ntas personas podr¨ªan haber salido de la pobreza por esa suma.
Es inevitable, pero rid¨ªculo. Hace dos a?os, el Met gast¨® m¨¢s de 35 millones de euros en un diminuto Virgen con el Ni?o, de Duccio, cuya modestia parece su virtud m¨¢s atractiva. El punto de inflexi¨®n entre lo atractivo y lo hedonista evidentemente ronda los 80 millones de euros. En cuanto a la frontera que separa el inter¨¦s p¨²blico de la empresa privada, nunca se ha delimitado. La Neue Galerie ahora es un anexo de Christie's, y expone cuadros que est¨¢n a la venta (acceso nueve euros, prohibida la entrada a menores de 12 a?os), cuya muestra tambi¨¦n es un servicio p¨²blico. Alg¨²n d¨ªa se ver¨¢ a Adele s¨®lo por lo que es: un hermoso regalo para la ciudad. Y quiz¨¢ 106 millones de euros lleguen a parecer una ganga.
? The New York Times
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