Mujeres de este pa¨ªs
Hoy me he tenido que esconder para que no me vieran llorar. He ido con mi ch¨®fer Nuri, 85 a?os (cruz¨® el canal de la Mancha hace medio siglo, a nado; fue ch¨®fer de guerra y amigo del m¨ªo de entonces, Sami, que en paz descanse; hizo de pinche de cocina para Winston Churchill durante una visita en yate -ya habr¨ªa querido Aznar-) a ver evacuaciones de libaneses. En el parque de Sanaya, donde hace poco estuve haciendo fotos digitales (ya no tomo notas: las fotos son el mejor libro de apuntes) y vi a ancianos dando de comer a las palomas, como en nuestros parques, y en donde durante la guerra anterior un letrero rezaba, a la entrada: "Se proh¨ªbe entrar con armas"... Bueno, pues en ese parque se hab¨ªan reunido personas libanesas que se establecieron en Alemania durante los malos tiempos, y que estaban pasando sus vacaciones con la familia -la mayor¨ªa eran gente del m¨¢s que castigado, por Israel, sur de L¨ªbano-, y a las que este horror les cay¨® encima hace seis d¨ªas y la eternidad.
Me han contado su tragedia, que en vez de describ¨ªrsela les ruego que se la imaginen
"?Por qu¨¦?, ?por qu¨¦ nos hacen esto? ?Qu¨¦ culpa tenemos nosotras y nuestros hijos?"
Me he subido a la verja del parque con esta torpeza y estos 63 a?os que tengo, he hecho una foto mediocre, he intentado bajar y entonces me he dado cuenta de que mi manga se hab¨ªa quedado enganchada a uno de los pinchos de hierro de la verja. R¨¢pidamente he comprendido que prefer¨ªa conservar entera mi rodilla izquierda (un decir: ya carece de r¨®tula y de menisco), y que deb¨ªa renunciar, al menos, a una manga. Y me he dejado caer. Y entonces, con una delicadeza que no tengo palabras para reproducirla, un grupo de mujeres ha rodeado a la patosa firmante, la ha cubierto, la ha abrazado y, entre tanto, mi Nuri, que est¨¢ sordo pero es un lince, ha roto el inconveniente y yo, medio desnuda (una tira de sost¨¦n al aire entre gentes del sur no es cualquier cosa, se lo aseguro), me he visto envuelta por esas damas con mi propio chal.
Me han contado su tragedia, que en vez de describ¨ªrsela les ruego a ustedes que hagan servir las neuronas y se la imaginen. La evacuaci¨®n de los siempre vencidos, de los siempre perdidos. De esas extraordinarias mujeres con velo en la cabeza que, fieramente, luchan por sus hijos y por su familia, y que, a¨²n detestando profundamente las democr¨¢ticas formas con que les estamos ayudando a que Israel se defienda, han rodeado a la occidental y la han cubierto de ternura.
No he tenido m¨¢s remedio que acudir al librero Antoine, mi amigo, para pedirle las obras completas de la poetisa libanesa Nadia Tu¨¦ni, franc¨®fona -un ¨ªdolo de los afrancesados, pero gran poeta de tr¨¢gicas vida y muerte-, cuyos poemas est¨¢n en mi piso de Barcelona, pero que ahora me hacen falta. Les leo uno titulado Mujeres de mi pa¨ªs: "Mujeres de mi pa¨ªs, una misma luz endurece vuestros cuerpos, una misma sombra les da reposo; dulcemente eleg¨ªacas en vuestras metamorfosis. Un mismo sufrimiento agrieta vuestros labios, y vuestros ojos han sido labrados por el mismo ¨²nico orfebre. Vosotras, que fortific¨¢is las monta?as, que convenc¨¦is al hombre de que es hombre, a la ceniza de que es f¨¦rtil; al paisaje, de que es inmutable. Mujeres de mi pa¨ªs, vosotras, que en el caos reencontr¨¢is lo perdurable".
Veladas o descubiertas mujeres de L¨ªbano, que deben vivir y a las que debemos rescatar de esta locura, para que sigan manteniendo los pies en el suelo, la mente febril que busca soluciones cotidianas, y esa rabia bendita con la que se enfrentan a los reporteros gritando: "?Por qu¨¦? ?Por qu¨¦ nos hacen esto? ?Qu¨¦ culpa tenemos nosotras y nuestros hijos?".
Mujeres de Trabluse, Saida, Tiro, Jezzin, Beirut... tan dadas a dar vida y a conservarla, tan templadas por el sufrimiento.
Cambiando de tercio, hoy es lunes, pero parece domingo o viernes, la ciudad est¨¢ cerrada y el museo, de nuevo, ha sido aislado. El largo camino de anta?o vuelve a ser un desierto amenazador, ahora rematado por alambradas de pinchos, pilones de cemento, soldados y tanquetas. Resplandece a lo lejos, bajo el sol, el paciente museo que encierra las anteriores vidas de este pa¨ªs tan dif¨ªcil de entender y tan f¨¢cil de amar. O viceversa.
Luego he ido a Hamra, que tiene el 80% de sus tiendas cerradas. Y eso pone el alma en los pies porque, cuando Hamra se deshamra, eso significa que caen los ¨²ltimos bastiones de la esperanza. Hay dos tiendas abiertas especialmente conmovedoras: una de perfumes truchos, es decir, falsos (pongamos un Chianel, un Dioret), que permanece sin luz (no hay electricidad, salvo para quienes poseen generador), con una dependienta, Mara, que dice que no quiere clientes, sino no estar sola. Y hay un comercio de lencer¨ªa que me ha hecho re¨ªr y llorar al mismo tiempo, porque est¨¢ especializado en tallas grandes y, al paso que vamos, voy a necesitar recambios. Les advierto que son tallas grandes muy sexys, como de ponerte a parar camioneros. La propietaria, Nadine, me ha mostrado unos cors¨¦s que s¨®lo piden un par de l¨¢tigos.
Y hablando de mujeres. Ayer, en el hospital Sahel, en Ghobeiry, al sur de Beirut, periodistas extranjeros se arremolinaban en torno al m¨¦dico, pidi¨¦ndole datos y detalles. Yo le dije a una de las mujeres presentes: "?Y usted?". "Yo soy s¨®lo enfermera". S¨®lo enfermera, dijo. Se llama Aida. En otra sala, dos s¨®lo enfermeras contemplaban las noticias de la televisi¨®n, y en un banco cercano se encontraba el cochecito de un beb¨¦, vac¨ªo. "La enfermera, su madre, lo ha sacado a pasear, ahora que no hay bombas". Duermen aqu¨ª desde que empez¨® el asedio.
Mujeres de este pa¨ªs. Salvadlas. Comprendo que es imposible declarar a Israel pa¨ªs gamberro, pero bien hubiera podido exigir el se?or Solana una zona de seguridad -aunque en el territorio de Israel, no en L¨ªbano-, y ponerles la FINUL, la Fuerza Interina de Naciones Unidas en L¨ªbano, all¨ª, a abanicarles hasta que olviden los veinte ojos por pesta?a.
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