Medias verdades
Tiene uno la sensaci¨®n, y la tienen muchos otros, a izquierda y a derecha, de que lo que se ha dado en llamar "la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica" o no significa nada o significa muy diferente cosa para unos y otros. Se dir¨ªa que, cuando la realidad es compleja, y el nudo de la guerra civil y el franquismo es todav¨ªa el m¨¢s apretado y dif¨ªcil de deshacer que tienen los espa?oles entre manos, algunos sienten una irresistible atracci¨®n por la soluci¨®n gordiana, o sea, la de partirlo con el filo de una espada o de un decreto.
Si yo no lo interpreto de modo abusivo, parece que hoy se entiende por memoria hist¨®rica ¨²nicamente lo que les sucedi¨® a los que perdieron la guerra civil y sufrieron, tras ella, la persecuci¨®n del R¨¦gimen de Franco. Es decir, ha querido formularse ese prop¨®sito civil como una "discriminaci¨®n positiva de la memoria": tras haber sido machacados durante cuarenta a?os con recuerdos, desagravios y vindicaciones en una sola direcci¨®n, tenemos derecho a recordar, desagraviar y vindicar ¨²nicamente en la contraria, parece dec¨ªrsenos.
Las historias de la zona nacional acalladas o desconocidas hasta ahora son tantas y tan dram¨¢ticas, que encogen a¨²n el ¨¢nimo y espantan el entendimiento, pero al mismo tiempo algunas resultan tan lejanas ya, que muchos las encuentran irresistiblemente embellecidas, "como una novela". Se ha dicho que no se ha escrito a¨²n la gran novela de la guerra civil espa?ola, nuestra Guerra y paz. Esa, francamente, hoy por hoy, en Espa?a, no se le aceptar¨ªa ni a Tolstoi, tan cervantino, ni a Cervantes, tan espa?ol.
Hace veinticinco a?os dos j¨®venes se embarcaban en una tarea desproporcionada y de porvenir dudoso: editar, entre otros contempor¨¢neos, a escritores del pasado reciente que ten¨ªan la caracter¨ªstica com¨²n de haber hecho o vivido la guerra civil espa?ola, unos en un bando y otros en otro. En ning¨²n caso se trataba de literatura pol¨ªtica, sino de libros que reputaban literariamente sobresalientes. En cuanto llegaron a las librer¨ªas los primeros ejemplares de Rosa Kr¨¹ger, de S¨¢nchez Mazas, algunos reaccionaron con nerviosismo, y aunque esa novela iba acompa?ada de otros libros de escritores notoriamente de izquierda y exiliados, como Giner de los R¨ªos, Jim¨¦nez Fraud o Ram¨®n Gaya, devolv¨ªan los paquetes sin abrir a una editorial que hab¨ªa tenido la impertinencia de incluirlos en una que se llam¨® "Biblioteca de Autores Espa?oles". No les entraba en la cabeza que pudiera firmarse un armisticio en la literatura espa?ola, y tampoco comprend¨ªan que se editara la novela de un excelente escritor de derechas que llevaba muerto casi veinte a?os, bien porque cre¨ªan que ese libro contaminaba los de sus compa?eros, bien porque la palabra "espa?oles" les parec¨ªa muy apropiada para escritores fachas, pero insuficiente a esas alturas para quienes hab¨ªan sido despojados de ella por los vencedores que les mandaron al exilio. Incluso el adjetivo "facha" desactivaba el sustantivo "escritores", como en aquel ox¨ªmoron del que hablaba Baroja a prop¨®sito del peri¨®dico El Pensamiento Navarro. De modo que se ahorraron leer a S¨¢nchez Mazas (hasta que lleg¨® la moda veinte a?os despu¨¦s) y optaron por la soluci¨®n gordiana: el ostracismo.
Aunque el dogma qued¨® tocado, todav¨ªa quedaron muchos (en la izquierda, pero tambi¨¦n en la derecha) que cre¨ªan que haber perdido la guerra garantizaba el no ser un mal escritor, lo mismo que haberla ganado era incompatible con serlo bueno, y trataron de frenar esa "evidencia" asustando a la gente con un gran surtido de vade retro, como hac¨ªa el jesuita Ladr¨®n de Guevara en su c¨®mico y rid¨ªculo Novelistas malos y buenos, y haciendo circular el infundio de que esos dos muchachos eran hijos de Sat¨¢n, o sea, fachas. La calumnia se mostr¨® tanto o m¨¢s eficaz justamente porque no ten¨ªa ning¨²n fundamento, y aunque ellos dos hubieran confesado que segu¨ªan siendo de izquierda, no hubiese servido de nada; ya nadie estaba interesado en saber: se hab¨ªa conculcado un principio sagrado en las guerras sucias: al enemigo, ni agua. ?Y para qu¨¦ hablar de literatura pudiendo hacerlo de pol¨ªtica, de la pol¨ªtica de "los nuestros", contra los pocos que defend¨ªan que en literatura "los nuestros" son todos, si son los mejores? La soluci¨®n gordiana pas¨® primero por cortar en dos mitades la historia, quedarse con una y supeditarla a la otra. Bastaron dos o tres libros (literarios, hay que insistir) de escritores de derechas frente a treinta o cuarenta de izquierda, para que la editorial Trieste, que unos pocos consideran hoy piadosamente m¨ªtica y ejemplar, quedara apestada para siempre.
Uno podr¨ªa pensar que eso hab¨ªa cambiado y que el cerrilismo espa?ol habr¨ªa ido cediendo poco a poco, pero se ve que no. Hace unos meses public¨® uno un manual de tipograf¨ªa espa?ola. En ¨¦l, tratando de espulgar los lugares comunes, se afirma algo que sabe cualquier persona que se haya paseado por las librer¨ªas de viejo: de 1939 a 1959 se edit¨® en Espa?a, desde unpunto de vista tipogr¨¢fico, tan bien o mejor que en tiempos de la Rep¨²blica, y desde un punto de vista industrial mejor y m¨¢s que en todo lo que se llevaba de siglo. Claro que entonces, ?qu¨¦ haremos con todas esos bonitos embustes de quienes nos han querido presentar a aquella Espa?a durante a?os como un pa¨ªs comatoso? Comprende uno que la tentaci¨®n de postularse como resurrector de la Patria es grande, pero para ello hay que pasar antes por certificar su muerte, y as¨ª un gran n¨²mero de benem¨¦ritos luchadores antifranquistas (en muchos casos ni tan luchadores ni tan antifranquistas) han llegado a creerse de buena fe que hasta que ellos no llegaron, la Patria sesteaba o agonizaba.
Cierto que Espa?a de 1939 a 1959 era un lugar siniestro en el que los escritores resist¨ªan de modo an¨®malo (del mismo modo que no siendo lugares siniestros muchos de los pa¨ªses del exilio, los escritores exiliados sufr¨ªan igualmente su propia anomal¨ªa), pero ello no quita para comprender que nuestra literatura, industria literaria y tipograf¨ªa de entonces no viv¨ªan uno de sus peores momentos. Ocultar esa verdad no beneficia a nadie y declararla no justifica el franquismo, salvo que se sea muy idiota para entenderlo as¨ª, como le ha ocurrido a cierto cr¨ªtico de resorte, que una vez m¨¢s ha tratado de recurrir a la soluci¨®n gordiana, o sea, la de Ladr¨®n de Guevara, que al igual que este no ha dudado en acompa?ar su vade retro con una bater¨ªa de insidias y falsedades. Y s¨ª, se puede criticar a la izquierda sin dejar de ser de izquierda, aunque el temor a la verdad nos haga sentirnos m¨¢s c¨®modos viendo enemigos cortados por el patr¨®n de nuestra propia tonter¨ªa, como hac¨ªa el jesuita, amigo tambi¨¦n de las medias verdades.
Por todo ello, no sabe uno cuando se habla de memoria hist¨®rica, qu¨¦ es lo que queremos recordar, ya que cuando nos disponemos a recordarlo todo, puede aparecer por el horizonte una sotana que trata de impedirlo con acusaciones risibles o miserables, seg¨²n por donde se tomen.
Durante el franquismo, un R¨¦gimen sin ninguna legitimidad record¨® y honr¨® ¨²nicamente a las v¨ªctimas de su propia facci¨®n, enga?¨¢ndolas o minti¨¦ndolas incluso, si eso le conven¨ªa. Hoy, con una democracia legitimada y firme, ser¨ªa grav¨ªsimo y peligroso que se cayera en sim¨¦trico error, s¨®lo que con las v¨ªctimas del otro bando. La democracia tiene la obligaci¨®n moral de hacer la historia de todos, por lo mismo que un historiador de derechas deber¨ªa abordar, por ejemplo, los cr¨ªmenes de la represi¨®n en M¨¢laga o Badajoz, y uno de izquierdas no ceder a la derecha en exclusiva la visi¨®n de la represi¨®n revolucionaria en el Madrid de las checas. A diferencia de la derecha, que no parece querer ver ni en pintura nada de lo ocurrido entre 1939 y 1975 por miedo a tener que asumir sus graves y a menudo criminales responsabilidades, cierta izquierda autoritaria querr¨ªa recordar ¨²nicamente "lo suyo", un "suyo" que no siempre es veros¨ªmil ni cre¨ªble, como no sea hermose¨¢ndolo con la distancia y la leyenda, o incluso false¨¢ndolo sin escr¨²pulos, si con ello su victimaci¨®n logra ser mayor y los r¨¦ditos que de ella piense obtener, m¨¢s saneados. La realidad no se comprende con medias verdades. Abramos las fosas que a¨²n quedan en las cunetas, por decencia y respeto a las v¨ªctimas, desde luego, pero tambi¨¦n todas aquellas otras fosas mentales donde siguen enterradas las ideas m¨¢s reaccionarias y jacobinas, ya que la ¨²nica memoria hist¨®rica posible ha de llevarnos a comprender que aquellos muertos son todos "nuestros muertos", como nuestra es una historia que algunos se empe?an todav¨ªa en partir con mandobles justicieros, para poder decir una vez m¨¢s: blanco, negro. Y no, raramente logramos vivir en paz como no sea en la amplia gama de los grises, de los matices, de las contradicciones, libres de todo prejuicio, de todo inter¨¦s y de todo resentimiento, y al menos cuando hablemos del pasado, este deber¨ªa empezar a ser un nudo m¨¢s f¨¢cil de aflojar y deshacer, sin tener que recurrir por en¨¦sima vez a la espada. El pasado no est¨¢ hecho de mitades, tuya o m¨ªa, sino de un todo que no es ni tuyo ni m¨ªo, sino de todos.
Andr¨¦s Trapiello es escritor.
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