Indiscutida permanencia
La noticia cierta o la leyenda urbana de una inminente nueva novela de Thomas Ruggles Pynchon Jr. (alguna vez alumno de Vlad¨ªmr Nabokov en Cornell University, por m¨¢s que el ruso haya manifestado en m¨¢s de una ocasi¨®n no guardar memoria alguna de ¨¦l; Vera, en cambio, asegur¨® recordar su particular caligraf¨ªa) no s¨®lo vuelve a poner a este escritor tan fantasmal como s¨®lido en boca y ojo de todos, sino que, adem¨¢s, se convierte en la excusa perfecta para discutir o alabar una obra rara e irrepetible pero no por eso menos influyente y viva.
Es decir: cada vez que Pynchon (c¨¦lebre tambi¨¦n por su perfil tan secreto como el de Salinger, con la diferencia de que Pynchon nunca lleg¨® a participar de los ritos de la vida literaria) anuncia la salida de un nuevo libro suyo no es que Pynchon vuelva, sino que vuelve a poner de manifiesto su indiscutida permanencia. Una solidez invisible que le ha ganado el respeto de la Academia (Harold Bloom lo considera uno de los cuatro grandes de su pa¨ªs junto a DeLillo, McCarthy y Roth) y la adoraci¨®n de sus fans. As¨ª, lo mejor de ambos mundos: las alturas de las listas de best sellers y tambi¨¦n, dicen, las puertas cada vez m¨¢s abiertas del Nobel.
El influjo de Pynchon se las ha arreglado para sentirse en disc¨ªpulos pr¨®ximos y directos como Don DeLillo y Salman Rushdie y buena parte de los -durante los a?os setenta- llamados "superficcionalistas" y m¨¢s tarde "posmodernos", entre los que se contaron Gass, Barth, Barthelme, Gaddis. Pero tambi¨¦n Pynchon ha irradiado a fondo a quienes hoy por hoy comienzan a tomar el relevo. Pensar en David Foster Wallace, Donald Antrim, Jonathan Lethem, Neal Stephenson, George Saunders, Richard Powers, William T. Vollmann, David Mitchell, Steve Erickson, Rick Moody y siguen las firmas a las que, en m¨¢s de una ocasi¨®n, Pynchon les dedic¨® generosas frases para sus portadas.
De ser cierta y estar pr¨®xima, Against the day no es esa novela sobre la vida y amores de Sof¨ªa Kovalevskaya o aquella otra con Godzilla de protagonista que en ocasiones se rumorearon, sino, parece, otra novela hist¨®rica poco ortodoxa como lo fueron en su momento El arco iris de gravedad (1973, ganadora del National Book Award pero considerada "ilegible" por los jurados del Pulitzer) y Mason y Dixon (1997). Una cosa es m¨¢s o menos segura: no importa el tema -como V (1963), La subasta del lote 49 (1969) o Vineland (1990)-, estar¨¢ surcada por corrientes de entrop¨ªa pop-paranoica y conjeturas sociocient¨ªficas entrando y saliendo de personajes pose¨ªdos por su singular y muy reconocible visi¨®n de las cosas. Seres que no podr¨ªan vivir en las novelas de ning¨²n otro. Y que por eso, felices a lo largo de sus p¨¢ginas, suelen ponerse a cantar en los momentos menos pensados alegres y complejas canciones cuyas letras podr¨ªan ser f¨®rmulas de una ciencia inexacta pero precisa -el cr¨ªtico James Wood la bautiz¨® como "realismo hist¨¦rico"- que s¨®lo ¨¦l conoce y maneja y escribe y acaso escenifica desde las sombras.
Pynchon -como ese otro genio irrepetible, Kurt Vonnegut- empieza y termina en s¨ª mismo pero est¨¢ en todas partes desde hace ya mucho tiempo. Cuando se trat¨® de ir a recoger el Premio Nacional de Literatura por El arco iris de gravedad, Pynchon (ampar¨¢ndose en que nadie conoc¨ªa su rostro, del que s¨®lo circulan un par de fotos adolescentes) envi¨® a un stand-up comedian para que se hiciera pasar por ¨¦l. Promediando la absurda ceremonia, un nudista cruz¨® el escenario. A?os despu¨¦s, alguien asegurar¨ªa que Pynchon era el Unabomber. Varias veces se le ha avistado y se le han adjudicado -bajo seud¨®nimo- p¨¢ginas de escritores suicidas. Lejos de todo, invitado a todas partes, Pynchon prefiri¨® en su momento aparecer y poner su voz en un par de episodios de Los Simpson.
As¨ª en su vida como en sus libros.
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