Carrera hacia las tinieblas
No es el derecho de Israel ni de ning¨²n otro pa¨ªs a defenderse lo que est¨¢ en juego en esta nueva escalada militar en Oriente Pr¨®ximo; es el derecho de cualquier pa¨ªs, incluido Israel, a defenderse as¨ª. Mientras la comunidad internacional sigue paralizada, m¨¢s de 500 civiles han perdido la vida en Gaza, L¨ªbano e Israel, al tiempo que los miles de refugiados y supervivientes, sobre todo en los territorios ¨¢rabes, por ser abrumadoramente los m¨¢s castigados, se encuentran en una situaci¨®n desesperada. Por lo dem¨¢s, el balance de v¨ªctimas inocentes no deja de crecer de hora en hora. Tambi¨¦n el de bajas militares.
Ante una tragedia de estas proporciones, resulta descorazonador asistir al espect¨¢culo de estos d¨ªas, en nuestro pa¨ªs y fuera de nuestro pa¨ªs: dirigentes pol¨ªticos, adem¨¢s de periodistas e intelectuales, que no emplean la fuerza de sus palabras y de sus argumentos para unirse en la exigencia de un cese inmediato de las hostilidades o, cuando menos, de aquello a lo que obliga la ley internacional -el respeto sin excepciones de la poblaci¨®n civil y de sus suministros b¨¢sicos-, sino que se lanzan a defender a quienes consideran los suyos en esta refriega, como si se tratase de hacer apuestas en un espect¨¢culo de gladiadores. Si la comunidad internacional ha estado paralizada, si las grandes potencias han sido incapaces de cualquier iniciativa que no desemboque en una declaraci¨®n de circunstancias, como la que ha salido de Roma, no es porque no tengan instrumentos para poner fin a esta sangrienta llamarada, sino porque han estado empe?adas en una tarea diferente, que consiste en invocar ambiciosos fines geoestrat¨¦gicos para justificar medios repugnantes. Esta subversi¨®n y este desprecio hacia una de las pocas reglas de conducta capaces de impedir que el uso de la fuerza se convierta en una ilimitada licencia para matar y destruir es lo que ha arrastrado la controversia hacia un terreno cenagoso; un terreno en el que lo ¨²nico que importa es distinguir las matanzas aceptables de las matanzas que no lo son, poner a un lado las v¨ªctimas inocentes y a otro lado los da?os colaterales y, en resumidas cuentas, condenar a nuestros enemigos y respaldar a nuestros aliados. Respaldarlos por encima, incluso, de que sus acciones aniquilen familias enteras, dejen poblaciones en ruinas y amontonen pilas de cad¨¢veres sobre los que, al final, uno de los contendientes plantar¨¢ la escalofriante bandera del ganador.
Si al final de esta crisis triunfa la idea de que Israel, o Hezbol¨¢ o el ej¨¦rcito de cualquier otro pa¨ªs que se pueda ver envuelto en esta sangr¨ªa tiene derecho, no a defenderse, sino a defenderse as¨ª, habr¨¢ que levantar acta de defunci¨®n para las grandes palabras y los grandes ideales que hab¨ªamos enarbolado hasta ahora. Porque, seg¨²n cre¨ªamos saber, una de las pocas lecciones aprendidas en la batalla m¨¢s mort¨ªfera de todos los tiempos, en la batalla contra el nazismo, era la renuncia a la guerra total. Esto es, la renuncia a esa manera de conducir las hostilidades en la que un ni?o agarrado a la mano de su madre se convierte en un objetivo militar con el mismo t¨ªtulo que un acorazado, un autom¨®vil cargado con los tristes pertrechos de los que huyen lo mismo que un cuerpo de ej¨¦rcito al ataque, o un edificio de viviendas en el que reza aterrorizada y a oscuras una familia de Haifa o de Beirut lo mismo que un cuartel general del que emanan ¨®rdenes devastadoras. Durante los ¨²ltimos a?os hemos asistido, impert¨¦rritos, a una sutil transformaci¨®n de esta renuncia que ingenuamente hab¨ªamos tomado por un principio moral, al que luego se dar¨ªa forma jur¨ªdica en las Convenciones de Ginebra y, a continuaci¨®n, rango de derecho internacional obligatorio. Al parecer, se trataba de otros tiempos, en los que ¨¦ramos m¨¢s ciegos o m¨¢s cobardes, o en los que, qui¨¦n sabe, quiz¨¢ ten¨ªamos m¨¢s complejos. En esta nueva era que se nos pintaba con radiantes colores, y gracias al progreso de la industria militar -gracias, en concreto, a ese perturbador avance que son los misiles inteligentes-, la renuncia a la guerra total ha dejado de ser un principio moral y se ha convertido en un simple problema t¨¦cnico. Puesto que se ha afinado tanto la punter¨ªa, la guerra ya no es ni puede ser total, sino quir¨²rgica. Ahora bien, si alg¨²n habitante de las inmediaciones del quir¨®fano perece en el transcurso de las operaciones, como sucede cada vezcon mayor frecuencia, sus deudos tendr¨¢n que conformarse con aceptar las m¨¢s sinceras disculpas: los cr¨ªmenes de guerra han dejado de existir, no porque no se cometan cr¨ªmenes, sino porque parece haberse olvidado que el crimen es un delito, y frente a un delito no valen las disculpas, sino las responsabilidades.
La actual escalada en Oriente Pr¨®ximo ha ido, sin embargo, m¨¢s lejos, mucho m¨¢s lejos en esta degradaci¨®n de una tr¨¢gica experiencia que acertamos a convertir en derecho; tan lejos que, en realidad, se ha vuelto en este asunto a la casilla de salida, como si la nueva era se confundiese con los m¨¢s remotos tiempos de barbarie. Es decir, ni principio moral ni problema t¨¦cnico: ?por qu¨¦ renunciar a la guerra total si, en resumidas cuentas, es la forma mejor y, adem¨¢s, la m¨¢s segura de hacer la guerra, hasta el punto de que se llama guerra a lo que, en realidad, no se diferencia de una singular caza de conejos, en la que se tira a ciegas contra los arbustos y luego se deplora las muchas piezas que han sido abatidas? ?O c¨®mo se deber¨ªan denominar, si no, esas ofensivas en las que aparecen, por un lado, bater¨ªas de un ej¨¦rcito o de unas milicias disparando y, por el otro, criaturas ensangrentadas entre los escombros de lo que fueron sus casas? Basta con que la comunidad internacional o, al menos, algunos de sus miembros afirmen que una parte tiene derecho a defenderse, a defenderse y punto, para que la lecci¨®n que cre¨ªamos haber aprendido en la batalla m¨¢s mort¨ªfera de todos los tiempos sea arrojada sin mayores contemplaciones a la vastedad siniestra del olvido, de donde s¨®lo ser¨¢ rescatada, podemos estar seguros, cuando todo se haya vuelto a reducir a humo, cad¨¢veres y ruinas. A las pocas horas de iniciarse los primeros intercambios de fuego, cada contendiente en Oriente Pr¨®ximo ya estaba en condiciones de asegurar que replicaba al otro, y que s¨®lo hac¨ªa con la poblaci¨®n del enemigo lo mismo que el enemigo hac¨ªa con la suya. Ante cualquier ob¨²s lanzado desde una posici¨®n segura contra un n¨²mero indeterminado de civiles, una porci¨®n creciente de dirigentes pol¨ªticos, adem¨¢s de periodistas e intelectuales, se sigue limitando a preguntar ?qui¨¦n ha sido? Todo lo dem¨¢s, desde el juicio pol¨ªtico hasta el juicio moral, viene impl¨ªcito en la respuesta, como si en relaci¨®n con Oriente Pr¨®ximo se hubiese empezado a declinar una siniestra variante de aquel with my country, right or wrong.
El desarrollo de esta nueva guerra marcar¨¢ el destino de Israel. Pero marcar¨¢, adem¨¢s, la suerte de la paz y la seguridad mundiales, es decir, el destino de todos. Primero, porque es una guerra que no resuelve nada, sino que agudiza en proporciones iguales el miedo y el deseo de venganza en una regi¨®n de la que, en estos momentos, proceden los mayores riesgos de desestabilizaci¨®n general. Pero segundo, y m¨¢s grave, porque es una guerra que, con el trasfondo de la proliferaci¨®n nuclear en la que est¨¢ embarcada la zona, ha demostrado que la disuasi¨®n convencional ya no es suficiente para mantener el conflicto de Oriente Pr¨®ximo dentro del esquema en el que lleva enquistado m¨¢s de medio siglo. Si la renuncia a la guerra total era el ¨²ltimo baluarte de la raz¨®n y la humanidad en esta enloquecida carrera hacia las tinieblas, hoy ese baluarte ha sido derribado, y la raz¨®n y la humanidad vagan a la espera de que caiga el pr¨®ximo misil inteligente, confundidas con los civiles que huyen del horror. ?Qui¨¦n ha sido? Volver¨¢ a ser la pregunta cuando alcance su equ¨ªvoco objetivo. Y si, dentro de la l¨®gica que impone la guerra contra el terrorismo y el derecho a defenderse, la respuesta fuese que no ha salido de las filas de los nuestros, lo lamentaremos y expresaremos la m¨¢s en¨¦rgica condena. Pero si la respuesta fuese la contraria, y hubiesen sido los nuestros los que hubieran acabado con la raz¨®n y la humanidad en cualquier ciudad o carretera, una m¨ªnima coherencia con lo que se ha dicho y hecho hasta este momento obligar¨ªa a ponerse en pie y a aplaudir con alborozo. E, incluso, a levantar al cielo los pulgares, como se hac¨ªa en Roma para recompensar a los gladiadores que alcanzaban la victoria despu¨¦s de un buen espect¨¢culo.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es escritor.
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