La estrella fue Thielemann
Con 'El ocaso de los dioses' termina en Bayreuth un 'Anillo del Nibelungo' wagneriano sensacional en lo orquestal, aceptable en lo vocal e insuficiente en lo teatral.
Con El ocaso de los dioses (G?tterd?mmerung) culmin¨® en Bayreuth la tetralog¨ªa de la esperanza, despu¨¦s del fracaso de la de 2000 y la divisi¨®n de opiniones de la de 1994. La ¨²ltima jornada elev¨® m¨¢s, si cabe, al director de orquesta Christian Thielemann y hundi¨® al de escena Tankred Dorst, incapaz de resolver de forma convincente todos los conflictos dial¨¦cticos que ¨¦l mismo hab¨ªa planteado en las etapas anteriores. Las voces se mantuvieron en la l¨ªnea habitual. No hubo ninguna que sobresaliese por encima del nivel correcto del reparto en su globalidad, tal como hab¨ªa sucedido en El oro del Rin gracias a Andrew Shore, en La valquiria con Adrianne Pieczonka y en Sigfrido con Gerhard Siegel. El p¨²blico dict¨® su veredicto al final estableciendo con precisi¨®n su nivel de aceptaci¨®n: aclamaciones delirantes para la orquesta y su director, aplausos c¨¢lidos para las voces y abucheo para el equipo esc¨¦nico. El clima de ¨¦xito fue muy superior al de los dos Anillos anteriores de hace 6 y 12 a?os.
La direcci¨®n de actores se acerc¨® al desprop¨®sito; los figurantes iban de lo incomprensible a un exotismo fr¨ªo
La orquesta efectu¨® una lectura detallista, transparente hasta el ¨¦xtasis, sin abusar de ning¨²n efecto, filigranesca
Hab¨ªa mucha expectaci¨®n en esta edici¨®n de la tetralog¨ªa wagneriana en Bayreuth. La necesidad de la confirmaci¨®n de un director musical alem¨¢n en lo m¨¢s alto del universo wagneriano era evidente. Los ¨²ltimos treinta a?os eran de dominio "extranjero" en las premi¨¨res de la obra m¨¢s ambiciosa de Wagner. Un franc¨¦s, Pierre Boulez, estuvo al frente de la responsabilidad musical en el Anillo del centenario en 1976, y despu¨¦s vinieron un h¨²ngaro, Georg Solti; un argentino, Daniel Barenboim; un estadounidense, James Levine, y un italiano, Giuseppe Sinopoli. La irresistible ascensi¨®n de Christian Thielemann en Bayreuth a partir de 2000 con obras como Los maestros cantores y Tannh?user hab¨ªa generado a partes iguales expectaci¨®n e ilusi¨®n. La experiencia previa con el Anillo en Berl¨ªn hace unos a?os y la solidez de sus trabajos discogr¨¢ficos wagnerianos recientes alimentaban el deseo. La hora de la verdad supon¨ªa pasar la prueba de fuego de Bayreuth. Y Thielemann la ha pasado con la m¨¢xima nota. El veterano Joachim Kaiser establec¨ªa incluso alg¨²n tipo de relaci¨®n con Furtw?ngler en su rese?a de La valquiria del prestigioso S¨¹ddeutsche Zeitung de M¨²nich, mientras otro peri¨®dico de referencia en Alemania como el Frankfurter Allgemeine Zeitung se rasgaba las vestiduras a prop¨®sito de su direcci¨®n musical en Sigfrido. El p¨²blico tambi¨¦n manifestaba su incondicionalidad a cada aparici¨®n del maestro para saludar. Lo curioso de Thielemann es que todo lo estaba consiguiendo con una lectura detallista, sin sobresaltos, transparente hasta el ¨¦xtasis, sin abusar de ning¨²n efecto, filigranesca. De cirug¨ªa est¨¦tica, como dec¨ªa un distinguido cr¨ªtico cercano a mi localidad.
Importante asimismo fue la soberana respuesta orquestal, hasta tal punto que una pifia en una trompa al comienzo de uno de los actos de El ocaso se recibi¨® con benevolencia, como si se tratase de un gesto humano consecuencia del cansancio y del calor. Wolfgang Wagner dice que no ponen aire acondicionado en la sala porque se desafinan los instrumentos. Es una opini¨®n, pero el calor que reina en la sala en d¨ªas como los pasados es tremendo. El sufrimiento s¨®lo se compensa con actuaciones como la que estos d¨ªas han brindado los cuerpos estables del teatro: la orquesta, con una concentraci¨®n, un sentido r¨ªtmico y un virtuosismo ejemplares, y el coro, con una intervenci¨®n primorosa en el segundo acto de El ocaso de los dioses. Cuando en una ¨®pera, y m¨¢s si es de Wagner, la base est¨¢ tan bien servida, se lleva ya mucho camino por delante. Por ello, un reparto vocal que se mueve en los terrenos de la correcci¨®n -salvo un par de casos aislados, en los personajes de Siegmund y Gutrune, que estuvieron bajo m¨ªnimos-, como el de esta edici¨®n, es acogido con comprensi¨®n por el p¨²blico e incluso con benevolencia en papeles como el de Waltraute a cargo de Mihoko Fujimura. De la ¨²ltima jornada, se puede destacar la solidez de Hans-Peter K?nig como Hagen, el empuje de Linda Watson como Brunilda a pesar de su debilidad en el registro agudo y el coraz¨®n de Stephen Gould como Sigfrido, a¨²n teniendo en cuenta su irregularidad y sus dificultades en algunos pasajes.
La realizaci¨®n esc¨¦nica fue otra historia y no acab¨® de cuajar, aunque se apuntaron buenos detalles en el planteamiento de Sigfrido. Pero la remontada con El ocaso no solamente no lleg¨®, sino que la ¨²ltima jornada desmoron¨® alguno de sus hallazgos. El director Tankred Dorst es un octogenario de gran prestigio en el teatro alem¨¢n, que, por las razones que sean, jam¨¢s hab¨ªa trabajado en una ¨®pera. Un debut en estas condiciones se las trae. ?Que c¨®mo se puede encargar un trabajo de esta envergadura a un debutante? Bueno, son las cosas de Wolfgang Wagner que, ante la espantada del cineasta Lars von Trier a mitad de carrera, tom¨® una de esas decisiones que suponen una huida hacia delante. No le ha salido bien en esta ocasi¨®n. La ¨®pera tiene unas exigencias esc¨¦nicas muy diferentes a las del teatro de prosa y, por su tratamiento tan diferente del tiempo requiere unas condiciones r¨ªtmicas y est¨¦ticas muy particulares. Dorst quiso decir demasiadas cosas, pero le falt¨® capacidad de s¨ªntesis, una escenograf¨ªa evocadora y una direcci¨®n de actores apropiada salvo en el caso de Sigfrido. En El ocaso se movi¨® en los l¨ªmites del desprop¨®sito desde el primer acto, con multitud de figurantes en una gama que iba de lo incomprensible -uno vestido de gallo- hasta el exotismo fr¨ªo de las maniqu¨ªes. A la muerte de Sigfrido o a la inmolaci¨®n de Brunilda les falt¨® grandeza po¨¦tica. La faena la remat¨® con la evacuaci¨®n de una casa de vecinos ante un incendio en paralelo con el ocaso de los dioses. Corrieron los figurantes en medio de una algarab¨ªa, no se sabe por qu¨¦, y al final se quedaron inm¨®viles, sin que se entienda tampoco a cuenta de qu¨¦, con lo que la atenci¨®n de la conclusi¨®n de la obra qued¨® difuminada en una banalidad. La escenograf¨ªa de Frank Philipp Schl?ssmann tampoco ayud¨®, salvo en un par de cuadros. En general, fue poco sugerente en su concepci¨®n "fe¨ªsta". La intenci¨®n realista en un sentido mat¨¦rico y actual no es desafortunada, sin embargo. Tal vez les falt¨® tiempo, tal vez corrijan detalles o enfoques de aqu¨ª al a?o que viene o a los siguientes hasta 2010. No en vano se trata de un work in progress. En cualquier caso, en el trabajo esc¨¦nico predomina cierta confusi¨®n en las intenciones y cierta falta de acabado en las soluciones pl¨¢sticas y est¨¦ticas, aunque haya un pu?ado de ideas interesantes.
Una vez m¨¢s, el p¨²blico sigui¨® con aut¨¦ntico fervor las representaciones del teatro de la verde colina de Bayreuth. Si hay un Festival que se ajusta al concepto de "excepcionalidad" que mantiene Georg Steiner como piedra angular de este tipo de manifestaciones, ¨¦ste es seguramente el de Bayreuth, porque al margen de las programaciones, de los artistas invitados o de cualquier otro tipo de consideraci¨®n, supone la experiencia ¨²nica de vivir algo que solamente se puede vivir aqu¨ª y es el resultado de una de esas "locuras" -la construcci¨®n de un teatro a la medida de un tipo de m¨²sica- que hacen avanzar el progreso art¨ªstico. Ello explica que sea el teatro en que la demanda supera a la oferta con mayor descaro y que los sufridos espectadores esperen hasta ocho o diez a?os para obtener una localidad. Eso, y el mito de Wagner, inalterable al paso del tiempo.
El Festival de Bayreuth programa tambi¨¦n, altern¨¢ndose con El anillo del Nibelungo las dos producciones con las que se inaugur¨® en las dos ¨²ltimas ediciones: Trist¨¢n e Isolda, con Nina Stemme y Robert Dean Smith, en la puesta en escena de Christoph Marthaler, y Parsifal, con Alfons Eberz, en la realizaci¨®n esc¨¦nica de Christoph Schlingensief.
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