Templarios, 'hippies' y peligros de mina
Est¨¢ enclavado en uno de los parajes m¨¢s bellos del Pa¨ªs Valenciano, en el antiguo partido judicial de Pego (compuesto por la Vall de Gallinera, d'Ebo, de Laguar, d'Alcal¨¤, Benigembla, Parcent, Murla, Sagra, Tormos...), donde los campos de arroz y de naranjos contrastan con las sierras ¨¢speras y cimas ocres. A ocho kil¨®metros de Pego y a tres de L'Atz¨²via, est¨¢ Forna, con su castillo ¨¢rabe, cuadrado, de macizas paredes y cuatro torres, con un aljibe, mamposter¨ªa, ladrillo y dependencias comunales, que perteneci¨® a Al-Azrak, el gran caudillo morisco de la Marina Alta.
Desde la cima de un cerro, el castillo medieval controla la entrada en las tierras interiores. Es una fortaleza estrat¨¦gica, de conquista, que permite desvelar la hermosura del paisaje que rodea a la alquer¨ªa morisca de Forna, un peque?o municipio fusionado a L'Atz¨²via desde 1911, con un importante legado ibero-romano, y cuyo destino ha soportado los avatares del tiempo.
En los 70, una mina de grava horad¨® la base de cerro del castillo y lo puso en peligro
Entre 1800 y 1850, Forna alberg¨® a trescientos habitantes. Su poblaci¨®n m¨¢xima. En 1977, en sus cuatro calles apenas viv¨ªan ocho familias hasta que llegaron los ingleses y la colonizaron, rehabilitaron las casas y confirieron al enclave una vitalidad social y gastron¨®mica desconocida hasta entonces. Las fiestas montadas por los nuevos vecinos de Forna, con nombres tan sonoros como Jim o Kevin, fueron legendarias para los j¨®venes de la comarca.
Vista desde la fortaleza, la alquer¨ªa de Forna parece una lengua de fachadas blancas, mecida por los naranjos cultivados en ordenada paz. Pero, cuidado. No nos enga?emos. La realidad del castillo no ha sido nunca pl¨¢cida. Incluso en un lugar tan emocionante para los esp¨ªritus libres, tan alejado del tumulto urban¨ªstico, aparece la piqueta insaciable del negocio. En los a?os setenta, una mina de grava propiedad de Arenas Forna, una compa?¨ªa creada por empresarios de la comarca, comenz¨® a horadar la base del cerro donde est¨¢ el castillo y la tierra, al abrirse, puso en peligro la integridad de la fortaleza. Sus muros compactos comenzaron temblar y el deterioro encendi¨® las alarmas. En la incipiente transici¨®n democr¨¢tica, tras la muerte de Franco, fue detenida la extracci¨®n de arenas y trasladaron la mina a una loma cercana. Visible queda la herida en la tierra, el zarpazo desnudo rodeado de verdor, el desgarro.
Desde las alturas del castillo, en plena edad media, Al-Azrak prepar¨® la conquista de Alcoi; tambi¨¦n la orden de los Templarios utiliz¨® la fortaleza como residencia se?orial durante un corto periodo. Hasta que fue adquirido por el ayuntamiento de L'Atz¨²bia y declarado Bien de Inter¨¦s Cultural, el baluarte de Forna fue comprado por un extranjero e incluso sirvi¨® para cobijar a los hippies que llegaban a Forna para dedicarse a la recogida de la naranja. As¨ª eran denominados, pero se trataba de chicos y chicas de clase media, venidos desde la meseta con sus sacos de dormir, para trabajar como temporeros.
Lo que no consigui¨® la dureza del tiempo y de la historia, ha estado a punto de lograrlo la desidia y la dejadez oficial, ayudadas por la erosi¨®n de la lluvia. Desde 2003, se ha puesto en marcha un plan municipal para rehabilitar el castillo de Forna. Pero no tienen prisa. La belleza no acude a votar.
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