La ¨²ltima batalla de Castro / y 3
Fui a ver a Mariela Castro al Instituto Nacional de Educaci¨®n Sexual, Cenesex, que se encuentra en una vieja mansi¨®n del siglo XIX con un amplio porche y un jard¨ªn lleno de ¨¢rboles, en el barrio de Vedado. Mariela, una mujer atractiva y de aspecto relajado de treinta y tantos a?os, es directora de Cenesex desde el a?o 2000. Conversamos sentados en un peque?o despacho del piso superior.
"Mucha gente cree que hemos podido hacer lo que hemos hecho por las relaciones familiares", dijo. "Al contrario, a veces, las relaciones familiares son un obst¨¢culo en la vida; no puedo hacer mis propuestas a trav¨¦s de mi padre o mi madre, porque ninguno de los dos lo permitir¨ªa. Cualquier cosa tengo que hacerla a trav¨¦s de los cauces oficiales. Lo que ocurre es que, cuando acudo a esos cauces oficiales, la gente no sabe c¨®mo reaccionar, debido a mi familia. Preguntan: '?Qu¨¦ dice tu padre sobre esto?', y yo contesto: No importa lo que diga mi padre".
"El mayor obst¨¢culo de Castro para asegurarse que su plan de sucesi¨®n le sobreviva es EE UU"
El disidente Oswaldo Pay¨¢ ha criticado por ser una intromisi¨®n excesiva la t¨¢ctica de EE UU de canalizar dinero a la oposici¨®n
Abel Prieto, ministro de Cultura: "El prestigio social del artista, el intelectual y el escritor han crecido enormemente"
Mariela Castro quer¨ªa incorporar a los travestis a la Batalla de la Ideas. "Ser¨ªa positivo que tuvieran una funci¨®n social"
Hace tres a?os, me cont¨® Mariela, varios travestis se le quejaron de que la polic¨ªa les acosaba, y le pidieron ayuda. "Me dio verdadera l¨¢stima, porque pens¨¦ que la revoluci¨®n ten¨ªa unas cuantas propuestas muy hermosas, pero cambiar la mentalidad de la gente lleva mucho m¨¢s tiempo del que a veces nos gustar¨ªa". Cuando hay problemas con la polic¨ªa, "vamos directamente a la comisar¨ªa", explic¨®. "La verdad sea dicha, el nivel cultural de los polic¨ªas no siempre es bueno". Habl¨® con el Ministerio de Defensa -que dirige su padre-, pero, seg¨²n me dijo, al principio le cost¨® convencerle de que era necesario un cambio.
En los a?os sesenta y setenta, el Ej¨¦rcito, controlado por Ra¨²l, presid¨ªa unos campos de triste fama denominados con las siglas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producci¨®n), en los que se "rehabilitaba" a homosexuales, como Reinaldo Arenas, el difunto autor de Cae la noche -adem¨¢s de otros cubanos en paro y religiosos-, mediante trabajos forzados. Durante los a?os ochenta se impon¨ªa la cuarentena obligatoria a los hombres seropositivos en unos asilos m¨¦dicos llamados coloquialmente sidatorios. En el ¨²ltimo decenio, las pol¨ªticas oficiales se han relajado, pero a¨²n no existen leyes que protejan la libertad sexual. Mariela me dijo que su equipo legal estaba elaborando un informe que propon¨ªa cambios espec¨ªficos en el c¨®digo penal y civil; por ejemplo, que los transexuales que se hayan sometido a operaciones de cambio de sexo puedan casarse y tener los mismos derechos de herencia y pensiones que los c¨®nyuges heterosexuales. Me cont¨® que su pr¨®ximo proyecto era garantizar esos mismos derechos para los gays, lesbianas y bisexuales.
Antes, sin embargo, Mariela quer¨ªa incorporar a los travestis a la Batalla de las Ideas. "Me parece que ser¨ªa positivo que tuvieran una misi¨®n social", explic¨®. Dijo que ya hab¨ªa dos grupos de travestidos que hab¨ªan terminado su formaci¨®n como trabajadores sociales de salud sexual. "Cada vez que tenemos una ceremonia de graduaci¨®n, les dejamos que monten uno de sus espect¨¢culos de travestismo, todo el espect¨¢culo, tal como les gusta. Puede que no coincida con mis gustos est¨¦ticos", dijo sonriendo, "pero s¨ª con los suyos, y eso lo respetamos".
Tanto Mariela Castro como Ricardo Alarc¨®n dan a entender que la Batalla de las Ideas ha iniciado una especie de apertura social y cultural. Durante nuestra cena en el Nacional, Alarc¨®n mencion¨® que se hab¨ªa ofrecido a inaugurar una exposici¨®n reciente de fotograf¨ªas de Robert Mapplethorpe en La Habana. "A algunos les llam¨® la atenci¨®n", dijo. Otra cosa es la apertura pol¨ªtica: durante cuatro d¨ªas de marzo de 2003, a partir de la v¨ªspera de que Estados Unidos invadiera Irak, las autoridades cubanas detuvieron a 78 disidentes, entre ellos sindicalistas, activistas de derechos humanos y periodistas; muchos siguen a¨²n en la c¨¢rcel. No obstante, el Gobierno parece sincero en sus iniciativas relacionadas con las artes -por ejemplo, hay un mont¨®n de nuevas escuelas de arte y danza, as¨ª como programas de extensi¨®n educativa-, en parte como instrumento para apartar a los j¨®venes cubanos de las calles.
Abel Prieto, ministro de Cultura, me explic¨®: "El deseo de cultura y el prestigio social del artista, el intelectual y el escritor han crecido enormemente. Hubo un tiempo en que los padres pensaban que las artes iban a volver homosexuales a sus hijos o putas a sus hijas, pero ahora todo el mundo quiere tener un artista en la familia".
Prieto mide m¨¢s de 1,80 metros y, con sus patillas y su melena hasta el hombro, ofrece una imagen incongruente para un alto funcionario del Partido Comunista. Una de las cosas de las que m¨¢s se enorgullece es haber dado a una de las plazas de la Vieja Habana el nombre de Parque Lennon, con una estatua del homenajeado (en los a?os sesenta, la m¨²sica "decadente" de los Beatles estaba prohibida). Habla sin tapujos del uso de programas pirateados en la televisi¨®n estatal: "No pagamos derechos por el material televisivo, estamos sometidos a un bloqueo. As¨ª que, por ejemplo, tomamos muchas cosas del Discovery Channel". Cuando visitamos el principal museo de arte de La Habana, un grupo de admiradores le sigui¨® de galer¨ªa en galer¨ªa.
Prieto me hab¨ªa dicho que el mundillo art¨ªstico de La Habana era cada vez menos convencional y m¨¢s "perturbador", aunque no vi muchas pruebas de ello en el museo. Sin embargo, un par de d¨ªas despu¨¦s visit¨¦ una exposici¨®n alternativa organizada por alumnos de la Escuela de Bellas Artes. Sus obras eran mucho m¨¢s pol¨ªticas que las que hab¨ªa visto en otros lugares de la ciudad. En una de ellas, una moneda de un peso con el lema oficial, "Patria Libre o Muerte", estaba manipulada de tal forma que dec¨ªa "Patria Libre o Suerte". En una zona de la sala hab¨ªa un viejo magnetof¨®n de cinta y un altavoz por el que sonaba sin cesar un extracto de un discurso patri¨®tico de Castro; delante hab¨ªa un cartel que dec¨ªa: "H¨¢blame s¨®lo de b¨¦isbol".
El mayor obst¨¢culo de Castro para asegurarse de que su plan de sucesi¨®n le sobreviva es Estados Unidos, que lleva casi 50 a?os tratando de obligar a que Cuba lleve a cabo una transici¨®n. En todo ese tiempo, la relaci¨®n entre Washington y la comunidad de exiliados de Miami ha sido, con mucha frecuencia, enfermizamente estrecha. Durante los primeros a?os de Gobierno de Castro, la pol¨ªtica estadounidense se centr¨® en derrocarle por la fuerza o asesinarle. La CIA estableci¨® una oficina en Miami -la mayor de las que dedic¨® a operaciones clandestinas- y reclut¨® a miles de exiliados para formar una organizaci¨®n paramilitar que atacaba los intereses cubanos. En los a?os setenta, ese aspecto de las actividades de la CIA, en general, hab¨ªa dejado de existir, pero, para entonces, los anticastristas hab¨ªan formado grupos propios. Grupos de exiliados cubanos vinculados a la CIA cometieron atentados y asesinatos contra Cuba y sus aliados, incluido el asesinato en Washington DC, en 1976, de Orlando Letelier, embajador de Chile en Estados Unidos.
Los m¨¢s inflexibles dentro de la comunidad del exilio cubano en Miami son ya, casi todos, ancianos, pero siguen constituyendo un factor vol¨¢til. Castro ha utilizado el caso de Luis Posada Carriles para afirmar que Estados Unidos aplica una ley del embudo en su guerra contra el terrorismo. Posada Carriles, un cubano con pasaporte venezolano, ha dedicado los ¨²ltimos 45 a?os a intentar matar o derrocar a Castro. En Venezuela se le busca como presunto c¨®mplice en el atentado realizado en pleno vuelo, cerca de Barbados, contra un avi¨®n cubano de pasajeros en el que murieron las 73 personas a bordo, en octubre de 1976. (Los cubanos citan unos documentos de la CIA y el FBI, dados a conocer recientemente, que parecen darles la raz¨®n, y acusan a la agencia de que ten¨ªa conocimiento previo del atentado).
Desde su huida de una c¨¢rcel venezolana hasta -seg¨²n reconoci¨® al Times- la planificaci¨®n de unos atentados contra hoteles en el verano de 1997, que causaron la muerte a un turista italiano, Posada Carriles trabaj¨® en el programa de Oliver North para reabastecer a los contras en Nicaragua. El a?o pasado volvi¨® a aparecer, convoc¨® una rueda de prensa en Miami y Hugo Ch¨¢vez exigi¨® su extradici¨®n. Le detuvieron, pero, al cabo de unos meses, un juez federal dict¨® que, aunque hab¨ªa entrado en el pa¨ªs de forma ilegal, Estados Unidos no deb¨ªa deportarle a Cuba ni Venezuela, dado que pod¨ªa ser torturado. Ahora ha presentado un recurso para que le dejen permanecer en Estados Unidos, bas¨¢ndose en que trabaj¨® clandestinamente para el pa¨ªs durante muchos a?os.
En Miami me entrevist¨¦ con Santiago ?lvarez, un destacado exiliado cubano y estrecho aliado de Posada Carriles, en sus oficinas de Hialeah. ?lvarez, que dirige una empresa de construcci¨®n, es un hombre tosco pero atractivo, de 64 a?os. "Mire, Posada Carriles no es un santo. Es un cubano que lucha por la libertad y ha cometido algunos errores", me explic¨®. "Pero lo que ocurri¨® es que Fidel Castro mont¨® un gran espect¨¢culo".
"Como anticastrista", prosigui¨® ?lvarez, "el intento de Bush de endurecer el embargo me produce cierto placer. Por otro lado, comprendo que aligerarlo un poco podr¨ªa ser la mejor arma contra Fidel. Por ejemplo, si se relajan las restricciones a las visitas a la isla, podr¨ªamos conspirar contra el r¨¦gimen. No creo que Fidel vaya a caer nunca gracias a las actividades de unos cuantos disidentes. Siempre he dicho que habr¨¢ que derrocarlo mediante el uso de las armas".
?lvarez dijo que es preciso atacar mientras Castro est¨¦ todav¨ªa vivo. "Cuando muera Fidel, las reglas del juego cambiar¨¢n", explic¨®. "?Y qu¨¦ ocurre si dura otros 10 a?os? No podemos esperar tanto. Me dar¨ªa verg¨¹enza esperar a que se muera para poder regresar". (Poco despu¨¦s de nuestra entrevista, ?lvarez fue detenido por posesi¨®n ilegal de ametralladoras y un lanzagranadas. Est¨¢ a la espera de juicio).
El senador Mel Mart¨ªnez no quiso comentar directamente sobre el caso de Posada Carriles, porque estaba en los tribunales. Pero neg¨® que tuviera que ver con la guerra contra el terrorismo. "Cuba inici¨® la costumbre de secuestrar aviones, y si Luis Posada Carriles hizo estallar un aparato" -aqu¨ª, Mart¨ªnez hizo una pausa-, "sin aprobar ning¨²n acto espec¨ªfico de violencia, lo cierto es que se produjo una situaci¨®n hostil. No est¨¢ ya en discusi¨®n, s¨®lo que un r¨¦gimen fracasado est¨¢ utilizando este asunto para seguir agitando a la gente. Debemos hablar sobre el futuro, no el pasado".
En diciembre de 2003, el presidente Bush nombr¨® al senador Mart¨ªnez copresidente de la Comisi¨®n para la Ayuda a una Cuba Libre, junto con Colin Powell. Su mandato era encontrar maneras de "acelerar el fin de la tiran¨ªa de Castro" y desarrollar "una estrategia de conjunto para preparar una transici¨®n pac¨ªfica a la democracia en Cuba". El resultado de su trabajo fue un informe de 500 p¨¢ginas, publicado en mayo de 2004, en el que se incluyen directrices para todo, desde c¨®mo instaurar una econom¨ªa de mercado hasta la celebraci¨®n de elecciones. Tambi¨¦n recomienda "obstaculizar la estrategia de sucesi¨®n del r¨¦gimen".
"Trat¨¦ de aprender cosas de Irak, cosas que necesitaran los cubanos", me dijo Mart¨ªnez. "Por ejemplo, deber¨ªa seguir existiendo una estructura de gobierno. En Cuba, como ocurri¨® en Irak, hay quienes tienen las manos llenas de sangre, pero no todos. Y hay cuestiones como la red el¨¦ctrica, la vivienda y la nutrici¨®n. Lo que aprendimos en Irak es que esas cosas se interrumpen en un momento extraordinario".
El informe, que la Administraci¨®n de Bush adopt¨® como estrategia, recomendaba la designaci¨®n de un coordinador para la transici¨®n cubana. La persona nombrada para el nuevo puesto fue Caleb McCarry, que fue responsable del subcomit¨¦ del hemisferio occidental en el Comit¨¦ de Relaciones Exteriores de la C¨¢mara de Representantes. Cuando habl¨¦ con McCarry, dijo: "El encargo que me han dado es el de ser el m¨¢ximo funcionario estadounidense a cargo de planificar y facilitar una transici¨®n verdaderamente democr¨¢tica en Cuba, y trabajar en ese sentido desde ahora". Es, en la pr¨¢ctica, el Paul Bremer para Cuba. Ahora bien, como suced¨ªa en Irak, Estados Unidos tiene el inconveniente de que no puede trabajar abiertamente en la isla y depende de la informaci¨®n de exiliados y disidentes. Y no parece que tenga un candidato para sustituir a Castro.
McCarry dijo que, aunque la transici¨®n estar¨ªa en manos de cubanos, "estaremos presentes para ofrecer nuestro apoyo de forma muy concreta". Estados Unidos ya est¨¢ canalizando dinero y ayuda a la oposici¨®n. Dos importantes disidentes, Oswaldo Pay¨¢ y Elizardo S¨¢nchez, han asegurado que esta t¨¢ctica es contraproducente y la han criticado por ser una intromisi¨®n excesiva. Muchos de los disidentes detenidos en 2003 fueron acusados de recibir ilegalmente fondos estadounidenses (en un discurso, Castro les llam¨® "mercenarios").
McCarry subray¨® que, para el Gobierno, el acceso de Ra¨²l Castro al poder no ser¨ªa un resultado satisfactorio, aunque vaya acompa?ado de reformas econ¨®micas. "Seguiremos ofreciendo nuestro apoyo para una verdadera transici¨®n", dijo. "No es una imposici¨®n. Es una oferta, una oferta muy respetuosa, que respeta el sentimiento nacional cubano".
No todos los exiliados est¨¢n de acuerdo con la pol¨ªtica de Estados Unidos. Dami¨¢n Fern¨¢ndez, un cubano-americano que dirige el Instituto de Investigaciones sobre Cuba en la Universidad Internacional de Florida, me dijo: "Hay ciertas lecciones que aprender de la experiencia de Irak. ?Queremos verdaderamente una transici¨®n, una ruptura clara con el pasado, o queremos una sucesi¨®n, que significar¨ªa conservar parte del viejo Estado y el orden que supondr¨ªa? La verdad es que no es probable que se haga tabla rasa cuando muera Fidel. Pero esta Administraci¨®n tiene la idea de que 'si nos empe?amos, podemos lograr que suceda".
En La Habana, el llamado Plan Bush es objeto habitual de cr¨ªticas en carteles chillones y por parte de los ayudantes de Castro. Felipe P¨¦rez Roque dec¨ªa que el plan estadounidense para la transici¨®n "quitar¨¢ las tierras, las casas y las escuelas a los cubanos para devolverlas a sus viejos due?os de la ¨¦poca de Batista, que volver¨¢n de Estados Unidos".
Los cubanos son receptivos a este tipo de frases. Muchos viven en casas que se confiscaron a sus propietarios cuando huyeron del pa¨ªs, y la perspectiva de quedarse sin hogar por el regreso de los exiliados les asusta. "El d¨ªa que los cubanos se alzaran ser¨ªa cuando lleguen los caballeros de Miami a intentar apropiarse de sus hogares y a dar ¨®rdenes", me dijo un profesor cubano. (Mart¨ªnez, cuyo hogar de infancia es hoy un centro juvenil, dice que podr¨ªa elaborarse un "veh¨ªculo" para devolver las casas a los exiliados o compensarles, pero reconoce que los cubanos de la isla tambi¨¦n tienen derecho a ellas. "Lo ¨²ltimo que deseamos hacer es dar m¨¢s inseguridad a gente que ya ha sufrido", me asegur¨®. "Creo que los exiliados deben tener algo que decir, y creo que ser¨¢ ¨²til porque aportar¨¢n recursos e ideas. Pueden ayudar a impulsar a Cuba hacia el milagro econ¨®mico, que, dadas las cualidades del pueblo cubano, deber¨ªa producirse. Tambi¨¦n tienen su derecho -deber¨ªa decir nuestro derecho- a desempe?ar un papel").
En un discurso pronunciado en marzo, Ricardo Alarc¨®n dijo que el Plan Bush era "anexionista y genocida". Posteriormente, en privado, fue s¨®lo un poco menos categ¨®rico y me dijo que era "profundamente irresponsable, creado por personas que prefieren ignorar la realidad y que tratan de cambiarla a su capricho. Tal vez es una cosa mesi¨¢nica".
"Para nosotros", a?adi¨®, "nuestra relaci¨®n con Estados Unidos es el gran tema, el gran problema. No existe ninguna otra cuesti¨®n que tenga tanta fuerza, que tenga una importancia tan permanente y universal para nosotros, que la normalizaci¨®n de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba". Bajo la Administraci¨®n de Bush se han interrumpido todos los contactos, me dijo, con la ¨²nica excepci¨®n de las reuniones de bajo nivel sobre la pol¨ªtica de inmigraci¨®n de pie mojado, pie seco. "No se hace nada", dijo. "Nada".
Cuba no gan¨® el Torneo Cl¨¢sico de B¨¦isbol, pero estuvo cerca. La noche del ¨²ltimo partido, en el que jug¨® contra Jap¨®n en San Diego, el 20 de marzo, se instalaron grandes pantallas de v¨ªdeo en toda La Habana. Yo lo vi en el Parque Central, en la Vieja Habana, junto con cientos de cubanos. A poco de empezar el partido, cuando Cuba hizo una carrera, la plaza se llen¨® de ruidos y celebraciones. Pero la buena racha de los cubanos no se mantuvo y gan¨® Jap¨®n 10 a 6. Aun as¨ª, al d¨ªa siguiente, las autoridades de La Habana prepararon una gran acogida para el equipo, con una procesi¨®n victoriosa por toda la ciudad, a lo largo de calles ocupadas por j¨®venes pioneros que ondeaban banderas, para culminar en una concentraci¨®n en el estadio deportivo que presidi¨® el propio Fidel Castro.
Las gradas del estadio estaban ocupadas por miles de estudiantes y trabajadores sociales. Un enorme cartel mostraba el rostro de Che Guevara en una versi¨®n pop art de color azul, rojo y naranja. Tambi¨¦n vi a bastantes personas con camisetas rojas decoradas con una imagen de Hugo Ch¨¢vez.
Est¨¢bamos esperando a Fidel. Yo estaba entre un grupo de periodistas cubanos. El primer miembro del Politbur¨® que apareci¨® fue el viejo general Guillermo Garc¨ªa Fr¨ªas, un antiguo campesino y guerrillero famoso por ser un apasionado de las peleas de gallos. Despu¨¦s lleg¨® Ricardo Alarc¨®n. A medida que pasaban los minutos, los estudiantes en el estadio empezaron a gritar: "?Fi-del! ?Fi-del!"; lleg¨® Carlos Lage y luego el hermano de Ch¨¢vez, Ad¨¢n, embajador de Venezuela. De pronto, todo el mundo se puso de pie y, mientras surg¨ªa un nuevo rugido de los j¨®venes espectadores, vi al guardaespaldas de Castro, Jos¨¦ Delgado, un hombre calvo y fornido con ojos preocupados. Si Delgado estaba all¨ª, eso significaba que Castro estaba a punto de llegar.
Castro sali¨® de detr¨¢s de la tribuna y, entre m¨¢s v¨ªtores, se sent¨®. Su secretario personal, Carlos Valenciaga, un hombre p¨¢lido con gafas y una gran cartera negra, se sent¨® detr¨¢s de ¨¦l. La ceremonia comenz¨® inmediatamente. A unos bailarines vestidos con trajes de campesinos guajiros les siguieron otros bailarines modernos, vestidos con mallas amarillas de lycra. Por ¨²ltimo, la selecci¨®n de b¨¦isbol de Cuba sali¨® para colocarse en formaci¨®n; cada jugador daba la mano a un ni?o peque?o de uniforme, mientras un cantante les elogiaba por haber rechazado la oferta de "millones de d¨®lares" por "traicionar a la patria". En los momentos adecuados, Castro, como todos los dem¨¢s, ondeaba una banderita cubana.
Un periodista local se?al¨® a un fot¨®grafo gordo y p¨¢lido y me dijo que era Alexis Castro. Como los dem¨¢s fot¨®grafos, Alexis pas¨® m¨¢s tiempo mirando las tribunas, observando a su padre, que viendo a los deportistas, y de vez en cuando levantaba su c¨¢mara, con su larga lente de zoom, para hacerle fotograf¨ªas.
Uno a uno, los jugadores subieron a saludar a Castro. ?l les dio una palmada en la espalda, sonriente, y les regal¨® unos bates nuevos, entregados por dos mujeres j¨®venes vestidas con casacas militares. Cuando Antonio Castro, el m¨¦dico del equipo, se acerc¨®, su padre y ¨¦l se dieron formalmente la mano. Y entonces lleg¨® el momento de que hablara Castro.
Como si fuera un abuelo que impartiera una rega?ina, Castro dijo que hab¨ªan visto el torneo tantos cubanos que "nuestra red el¨¦ctrica estuvo a punto de derrumbarse". Dijo que lo que hab¨ªa conseguido la selecci¨®n era tremendo. "?El hecho de que una modesta islita del Caribe haya logrado competir contra un pa¨ªs como Jap¨®n en un acontecimiento deportivo internacional, es un hecho de enorme magnitud!".
Despu¨¦s, Castro empez¨® a remover varios recortes que llevaba consigo: se quej¨® de que estaban desordenados. Tard¨® un par de minutos en encontrar lo que buscaba, un art¨ªculo de una de las agencias de noticias internacionales que elogiaba la actuaci¨®n de Cuba en el Torneo Cl¨¢sico, y lo ley¨® en voz alta. Ten¨ªa la voz temblorosa. Acab¨® de leer el recorte y luego ley¨® otro, y otro, y otro, durante m¨¢s de media hora. Los estudiantes de las gradas empezaban a estar claramente aburridos. Muchos se agitaban o hablaban. Algunos se quedaron dormidos. Mientras Castro le¨ªa comentarios del peri¨®dico de Miami El Nuevo Herald, la cadena ESPN y la BBC, me di cuenta de que estaba dando informaciones de fuentes a las que la mayor¨ªa de los cubanos no tiene acceso. Pero si era consciente de la paradoja, no lo demostr¨®. Cuando termin¨® con los art¨ªculos, sigui¨® hablando una hora m¨¢s sobre los logros de Cuba en medicina y educaci¨®n. La agitaci¨®n en el estadio iba en aumento, pero Castro parec¨ªa ignorarla. Intent¨¦ leer las caras de los miembros del Politbur¨® que estaban sentados al lado de ¨¦l, pero s¨®lo pude ver sus expresiones neutras y disciplinadas.
? 2006, Jon Lee Anderson. Este art¨ªculo se public¨® por primera vez en The New Yorker. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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