Una panor¨¢mica ¨ªntima
Setecientos metros sobre la cota del mar son suficientes para tenerlo claro. No hay pregunta sobre nuestra identidad que no tenga respuesta desde aqu¨ª, en la vertiente sur del Cabe?¨® d'Or, donde est¨¢ la entrada a las cuevas del Canelobre (Candelabro, en valenciano). Es como si, de golpe, pudi¨¦ramos distinguir con frialdad, desde una distancia prudente para que no duela, los rasgos de nuestro rostro en el espejo. Toda la realidad de la huerta alicantina, o de sus restos a la deriva hacia los campos de golf, y de las concentraciones costeras entre El Campello y el cabo de Santa Pola, aparece ante nuestros ojos como un espect¨¢culo clarificador.
Situadas a cinco kil¨®metros de Busot (donde no hay l¨ªnea fusteriana, s¨®lo las ruinas de un castillo musulm¨¢n, algunas urbanizaciones de chal¨¦s adosados, almendros en cultivo y algarrobos resistentes), las cuevas de Canelobre contienen en sus entra?as la mayor concentraci¨®n de estalactitas y estalagmitas del Pa¨ªs Valenciano. Su oquedad es tan grande como la nave de una bas¨ªlica y las formas de su interior adquieren figuraciones fant¨¢sticas. De ah¨ª viene el candelabro que le da nombre, el casco del centuri¨®n, la medusa, la m¨¢scara de carnaval o el elefante que muchos reconocen entre las sombras. La imaginaci¨®n al poder.
La cuevas se usaron de f¨¢brica de motores de aviones y polvor¨ªn en la Guerra Civil
El turismo consigui¨® que Canelobre dejara de ser un privilegio de los arque¨®logos, visitantes exclusivos de las cuevas desde 1900. La luz el¨¦ctrica abri¨® paso a la fantas¨ªa popular. Y tambi¨¦n a una historia m¨¢gica. Los ¨¢rabes cre¨ªan que en el coraz¨®n del Cabe?¨® hab¨ªa oro y lo buscaron sin ning¨²n resultado conocido. Si los romanos hab¨ªan dado a la sierra el nombre de cap d'auri por algo ser¨ªa. Algunos que interpretan los mitos griegos libremente, con teor¨ªas fascinantes, se han atrevido a insinuar que Homero hizo viajar a Ulises hasta aqu¨ª, que el vellocino de oro debe seguir oculto bajo estas latitudes, y que los argonautas de Jas¨®n inspiraron las supuestas excavaciones romanas en busca del precioso metal. Leyendas magn¨ªficas en las que uno acaba creyendo.
Vale la pena no poner demasiadas puertas al campo, si tenemos en cuenta el car¨¢cter "utilitarista" demostrado por nuestros semejantes. No olvidemos que, antes de su actual acondicionamiento para conciertos y visitas tur¨ªsticas, las cuevas de Canelobre fueron usadas como f¨¢brica de motores de aviones, dep¨®sito de armamento y polvor¨ªn b¨¦lico durante la Guerra Civil del 36. El destino no quiso que los del otro bando las convirtieran en objetivo militar.
Canelobre es para muchos un s¨ªmbolo. Desde su mirador, podemos distinguir las cimas monta?osas que envuelven L'Alacant¨ª, una comarca volcada al mar como punto final de todas las riadas posibles. El observador interesado reconocer¨¢ de inmediato la hermosa muralla levantada a su alrededor por la Carrasqueta, la sierra de Migjorn, el Maigm¨®, el Vent¨®s, la sierra del Sit, Boter, Les ?guiles, la Serra Mitjana, Fontcalent... y, al fondo, junto a la ciudad diminuta, la Serra Grossa, acosada por edificios delgados como lanzas, y el monte Benacantil, con su fortaleza herida por los viejos bombardeos desde el mar.
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