En defensa propia
Aunque el trazo grueso y la exageraci¨®n truculenta son el pan nuestro de cada d¨ªa en los comentarios pol¨ªticos de los medios de comunicaci¨®n espa?oles, las descalificaciones que ha recibido la proyectada asignatura de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa superan ampliamente el nivel de estridencia habitual. Los m¨¢s amables la comparan con la Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional franquista y otros la proclaman una "asignatura para el adoctrinamiento", mientras que los feroces sin complejos hablan de "educaci¨®n para la esclavitud", "catecismo tercermundista" y lindezas del mismo calibre. Muchos convienen en que si entra en vigor esta materia, el totalitarismo est¨¢ a la vuelta de la esquina: como una imagen vale m¨¢s que mil palabras -en especial, para los analfabetos, claro-, el suplemento piadoso Alfa y Omega del diario Abc ilustraba su denuncia de la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa con una fotograf¨ªa de un guardia rojo enarbolando el librito tambi¨¦n bermejo del camarada Mao. En fin, para qu¨¦ seguir.
Con tales planteamientos, no puede extra?ar que algunos cl¨¦rigos y otros entusiastas recomienden nada menos que la "objeci¨®n de conciencia" docente contra semejante formaci¨®n tir¨¢nica (desde que no hay leones en la arena, los voluntarios para el martirio se van multiplicando). Quienes abogamos desde hace a?os profesionalmente -es decir, con cierto conocimiento del tema- por la inclusi¨®n en el bachillerato de esta asignatura que figura en los programas de relevantes pa¨ªses democr¨¢ticos europeos podr¨ªamos sentirnos ofendidos por esta retah¨ªla de dicterios que nos pone quieras que no al nivel abyecto de los sicarios propagandistas de Ceaucescu y compa?¨ªa. Pero lo cochambroso y ra¨ªdo de la argumentaci¨®n empleada en estas censuras tremendistas demuestra que su objetivo no es el debate te¨®rico, sino el m¨¢s modesto de fastidiar al Gobierno y halagar a los curas integristas, por lo que har¨ªamos mal tom¨¢ndolas demasiado a pecho.
La objeci¨®n m¨¢s inteligible contra esta materia viene a ser que el Estado no debe pretender educar a los ne¨®fitos en cuestiones morales porque ¨¦sta es una atribuci¨®n exclusiva de las familias. Como ha dicho monse?or Rouco, la asignatura culpable no formar¨ªa a los estudiantes, sino que les transmitir¨ªa "una forma de ver la vida", que abarcar¨ªa "no s¨®lo el ¨¢mbito social, sino tambi¨¦n el personal". Francamente, no me resulta f¨¢cil imaginar una formaci¨®n educativa que no incluya una forma de ver la vida, ni una educaci¨®n de personas que omita mencionar la relaci¨®n entre la conciencia de cada cual y las normas sociales que comparte con su comunidad. Pero de lo que estoy convencido es de que la ense?anza institucional tiene no s¨®lo el derecho sino la clar¨ªsima obligaci¨®n de instruir en valores morales compartidos, no para acogotar el pluralismo moral, sino precisamente para permitir que ¨¦ste exista en un marco de convivencia. Los testigos de Jehov¨¢ tienen derecho a explicar a sus hijos que las transfusiones de sangre son pecado; la escuela p¨²blica debe ense?ar que son una pr¨¢ctica m¨¦dica para salvar vidas y que muchas personas escrupulosamente ¨¦ticas no se sienten mancilladas por someterse a ellas. Los padres de cierta ortodoxia pueden ense?ar a sus hijos que la homosexualidad es una perversi¨®n y que no hay otra familia que la heterosexual; la escuela debe informar alternativamente de que tal "perversi¨®n" es perfectamente legal y una opci¨®n moral asumible por muchos, con la que deben acostumbrarse a convivir sin hostilidad incluso quienes peor la aceptan.
Los alumnos deben saber que una cosa son los pecados y otra los delitos: los primeros dependen de la conciencia de cada cual; los segundos, de las leyes que compartimos. Y s¨®lo los fan¨¢ticos creen que no considerar delito lo que ellos tienen por pecado es corromper moralmente a la juventud. Por otro lado, es rotundamente falso que la moral sea un asunto estrictamente familiar: no puede serlo, porque nadie vive solamente dentro de su familia, sino en la amplia interacci¨®n social, y no ser¨¢n s¨®lo sus parientes quienes tengan
que soportar su comportamiento. Hace tiempo escrib¨ª que las democracias deben educar en defensa propia, para evitar convertirse en semillero de intransigencias contrapuestas y de ghettos incomunicados de dogmas tribales. Nada veo hoy en Espa?a ni en Europa que me incline a cambiar de opini¨®n.
Resulta verdaderamente chocante que la oposici¨®n considere la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa un instrumento doctrinal que s¨®lo puede beneficiar al Gobierno. Deber¨ªan ser los m¨¢s interesados en preparar futuros votantes bien formados e informados que no cedan a seducciones demag¨®gicas. En un art¨ªculo que analiza muy cr¨ªticamente la situaci¨®n pol¨ªtica actual en nuestro pa¨ªs ("C¨®mo se estropean las cosas", Abc, 18/7/06), ?lvaro Delgado-Gal se pregunta: "?Estamos los espa?oles educados democr¨¢ticamente? La pregunta es pertinente, ya que la buena educaci¨®n democr¨¢tica no se adquiere as¨ª como as¨ª, ni florece, como las malvas, en terrenos poco trabajados". No parece por tanto que tronar contra la asignatura que pretende remediar estas carencias sea demasiado l¨®gico.
Al menos los cr¨ªticos deber¨ªan distinguir entre la necesidad de este estudio, que es evidente, y la orientaci¨®n tem¨¢tica que finalmente reciba, sobre la que puede haber mayores recelos y objeciones. En cualquier caso, la menos v¨¢lida de ¨¦stas es sostener que cada familia tiene el monopolio de la formaci¨®n en valores de sus v¨¢stagos... mientras se expresa preocupaci¨®n por la posible apertura de escuelas de orientaci¨®n isl¨¢mica en nuestro pa¨ªs. O nos preocupa el silencio de Dios o nos alarma el guirigay de los dioses, pero todo a la vez, no. Los mismos que reclaman homogeneidad entre los planes de estudio de las diferentes autonom¨ªas no pueden negar al ministerio su derecho a proponer un com¨²n denominador ¨¦tico y pol¨ªtico en que se base nuestra convivencia. Tambi¨¦n por coherencia, quienes exigen a Ibarretxe que sea lehendakari de todos los vascos y no s¨®lo de los nacionalistas no deber¨ªan censurar que Gallard¨®n se comporte como alcalde de todos los madrile?os y no s¨®lo de los heterosexuales. Por lo tanto, produce cierta irritada melancol¨ªa que el l¨ªder de la oposici¨®n, tras una conferencia en unos cursos de verano dirigidos por el cardenal Ca?izares, afirmase (seg¨²n la prensa) que "la laicidad y la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa llevan al totalitarismo". Vaya, hombre: y seguro que la electricidad y el bid¨¦ son causantes de la decadencia de Occidente.
Sin duda, hay muchos malentendidos en torno a la asignatura pol¨¦mica que deber¨¢n ser cuidadosamente discutidos. Como vivimos en una ¨¦poca enemiga de las teor¨ªas, cuyo santo patrono es Campoamor ("nada es verdad ni mentira, todo es seg¨²n el color..., etc."), es de temer que predomine ante todo el af¨¢n pr¨¢ctico de lograr comportamientos recomendables. Pero a mi juicio, la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa no deber¨ªa centrarse en fomentar conductas, sino en explicar principios.
Para empezar, en qu¨¦ consiste la ciudadan¨ªa misma. Podr¨ªamos pregunt¨¢rselo a los inmigrantes, por ejemplo, pues lo que vienen a buscar en nuestros pa¨ªses -sean m¨¢s o menos conscientes de ello- no es simplemente trabajo ni a¨²n menos caridad o amparo, sino precisamente ciudadan¨ªa; es decir, garant¨ªa de derechos no ligados a la etnia ni al territorio sobre los que poder edificar su vida como actores sociales. Los ne¨®fitos oyen hablar a todas horas de las carencias de nuestro sistema, pero no de sus razones ni de la raz¨®n de sus l¨ªmites. La ciudadan¨ªa exige constituir un "nosotros" efectivo que no sea "no a otros", por utilizar el t¨¦rmino propuesto anta?o por Rubert de Vent¨®s. Ser ciudadano es estar ligado con personas e instituciones que pueden desagradarnos: obliga a luchar por desconocidos, a sacrificar nuestros intereses inmediatos por otros de gente extra?a pero que pertenece a nuestra comunidad, y a asumir como propias leyes que no nos gustan (por eso es imprescindible intervenir en pol¨ªtica, ya que luego el "no en mi nombre" es un subterfugio ret¨®rico y equ¨ªvoco). Vivir en democracia es aprender a pensar en com¨²n, hasta para disentir: algo que con la moda actual de idolatrar la diferencia no resulta precisamente f¨¢cil ni obvio.
No soy de los que dan por hecho el despedazamiento de Espa?a a corto plazo, pero la verdad es que tambi¨¦n veo apagarse m¨¢s luces de las que se encienden. Con una izquierda cautiva de los nacionalistas y una derecha cautivada por los obispos, la imbecilizaci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs es m¨¢s que probable. Afortunadamente, gran parte de la ciudadan¨ªa no se siente obligada al cien por cien a alinearse con unos o con otros. Hay votantes del PSOE que consideran injustificable la mesa de partidos que nadie se molesta en justificar y votantes del PP que prefieren el tel¨¦fono m¨®vil a las palomas mensajeras, a pesar del comprobado parentesco de ¨¦stas con el Esp¨ªritu Santo. A los hijos de todos estos relapsos les vendr¨¢ muy bien aprender Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, aunque no sea la panacea m¨¢gica de nuestros males. Para tantos otros, ay, llega la asignatura demasiado tarde.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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