Dec¨ªamos ayer...
"Ay, pues yo eso no lo s¨¦. Nadie lo sabe. Supongo que vinieron dos y se pusieron a tener hijos y luego vinieron m¨¢s, hicieron casas y as¨ª se form¨® el pueblo". Ni Isidoro Carrillo ni los dem¨¢s habitantes de la aldea tienen muy claro cu¨¢les fueron sus or¨ªgenes, as¨ª que los resumen con la l¨®gica aplastante del "vinieron dos y se quedaron". Pero Isidoro tiene una nieta espabilada de 19 a?os, que estudia en Talavera de la Reina. Se llama Yoana Carrillo y ha recogido en un trabajo de clase esos or¨ªgenes inciertos. A saber, que la aldea empez¨® en la Edad Media con agujero en el suelo, una especie de cueva en la que viv¨ªan unos hombres encargados de vigilar las monta?as y avisar al castillo m¨¢s cercano si alg¨²n peligro se presentaba.
Yoana, la joven cronista, cuenta m¨¢s cosas. Que su pueblo es la leche, que no hay mejor sitio para pasar las vacaciones y que tienen que reivindicar muchas cosas. Por ejemplo, que hay un alcornoque sin baronesa que el Ayuntamiento del que dependen se quiere cargar para construir una nueva calle. "Es que las autoridades nos han dejado un poco de lado y no nos tienen demasiado en cuenta", asegura Manuel, un se?or que encuentra versos de santa Teresa, san Juan de la Cruz y Fray Luis de Le¨®n para explicar cualquier cosa que ocurre a su alrededor.
En el bar de Sabino, los hombres mayores cierran un juego de cartas con una discusi¨®n amistosa. "Que si t¨² ten¨ªas el as de copas, que si no lo has echado, que a santo de qu¨¦ viene levantar falso testimonio. En fin, que no jugamos m¨¢s y a otra cosa. A preparar la fiesta de la noche, donde todo lo que se recaude ir¨¢ a parar a una aldea de Per¨² que vive en la miseria". En la fiesta habr¨¢ concurso de tortilla de patatas, de ajedrez y de cartas. "En esta ¨¦poca no hay sitio como este pueblo", dice uno de los ancianos que ocupan la barra del bar, "pero no se conoce lo que hacemos pol¨ªticamente, culturalmente, socialmente... usted ya me entiende".
Por la tarde, los habitantes de la aldea se esconden del sol y se encierran en sus casas antes de la fiesta. Tambi¨¦n se ha escondido la rana de la fuente, una intrusa que lleva all¨ª toda la vida asustando a los burros que van a beber y que nadie ha sido capaz de capturar. Pero eso pertenece al apartado de las leyendas. Este pueblo no ha sido conocido por ellas sino por las historias reales de sus habitantes, que durante algunos a?os les han hecho tener pesadillas. Ahora ya no las tienen, pero saben que son recordados en otras tierras por esos malos sue?os. Esta aldea se llama Puerto Hurraco, y a sus habitantes les gustar¨ªa olvidar y que todos olvidaran. "A veces es bueno seguir como si las cosas no hubieran pasado", dice Manuel, "como Fray Luis cuando regres¨® despu¨¦s de la c¨¢rcel y dijo aquello de dec¨ªamos ayer...".
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