M¨¢s all¨¢ del horror del 'burka'
El matrimonio forzado, la violencia dom¨¦stica y la falta de trabajo, principales preocupaciones de las afganas
Casi un quinquenio despu¨¦s de que las tropas norteamericanas, al frente de una coalici¨®n internacional, derrocaran al r¨¦gimen talib¨¢n -supuestamente, entre otros motivos, para liberar a las afganas de la opresi¨®n-, la mayor¨ªa de las mujeres de Afganist¨¢n siguen enclaustradas bajo el burka. Miles de fotograf¨ªas de mujeres ocultas bajo un manto azul o blanco que, a la altura de los ojos no deja que penetre la luz m¨¢s que a trav¨¦s de un bordado de diminuto calado, dieron la vuelta al mundo como s¨ªmbolo de la barbarie del Gobierno del mul¨¢ Omar, protector de Osama Bin Laden.
Todo hac¨ªa presagiar, o as¨ª lo daban a entender los funcionarios estadounidenses, que el odioso burka se erradicar¨ªa tan pronto como los soldados del Pent¨¢gono entraran en Kabul. Cinco a?os despu¨¦s, sin embargo, esos mismos funcionarios miran a otro lado cuando un burka se cruza en su camino y la gran mayor¨ªa de las afganas ha perdido la esperanza de tener acceso a la sanidad, la educaci¨®n y el trabajo.
"En la tradici¨®n pasht¨²n, la mujer s¨®lo sale de casa dos veces. Una, cuando deja la casa del padre para entrar en la del marido. La otra, despu¨¦s de muerta"
En abril pasado, en una entrevista para EL PA?S con la entonces ministra de Asuntos de la Mujer, Masuda Yalal, esta m¨¦dica de profesi¨®n culp¨® a las tropas extranjeras de haber olvidado su compromiso con la mujer afgana. Yalal responsabiliz¨® a Occidente del abandono en que viven la mitad de los 25 millones de afganos, ya que, como financiadores del Gobierno de Hamid Karzai, "deb¨ªan exigirle que cumpliese con la Constituci¨®n afgana", recientemente aprobada.
Igualdad ut¨®pica
La nueva Carta Magna no es violada en ning¨²n art¨ªculo con tanta impunidad como en el que establece la igualdad entre el hombre y la mujer. La tan cacareada democracia de Afganist¨¢n apenas ha logrado beneficiar a un pu?ado de mujeres. La gran mayor¨ªa sigue inmersa en unas tradiciones que la esclavizan y la dejan indefensa frente a todo tipo de abusos y violaciones de los derechos humanos, desde la violencia dom¨¦stica al matrimonio forzado, pasando por poder ser compradas, vendidas o transmitidas como parte de una herencia.
Habiba Sarabi, actual ministra de Asuntos de la Mujer, que es tambi¨¦n vicepresidenta de HAWCA (Asistencia Humanitaria para Mujeres y Ni?os de Afganist¨¢n), est¨¢ empe?ada en la reconstrucci¨®n de escuelas, convencida de que la educaci¨®n de la mujer es fundamental para promover su liberaci¨®n. Pero, con una poblaci¨®n rural que asciende al 80% del total, se enfrenta a tremendas dificultades porque en el campo la tradici¨®n tiene un peso mayor y en muchos casos son las mismas mujeres las que se oponen a que sus hijas vayan a la escuela.
La situaci¨®n m¨¢s aberrante la padecen las pashtunes, etnia mayoritaria a la que pertenece el 50% de la poblaci¨®n afgana y que puebla tambi¨¦n la llamada Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP) de Pakist¨¢n. Nada explica mejor su drama que las palabras que en 1988 me dijo en Peshawar, la capital de NWFP, un taxista para explicar que no se viera una sola mujer por las calles de esa ciudad, que ya ten¨ªa un mill¨®n de habitantes. "Nosotros somos pashtunes y en la tradici¨®n pasht¨²n la mujer s¨®lo sale de su casa dos veces. Una, cuando al casarse abandona la casa del padre para entrar en la del marido. La otra, despu¨¦s de muerta para que la entierren", afirm¨® ufano.
La terrible sentencia fue pronunciada con el orgullo de quien explica la realidad de un pueblo tan arraigado a sus costumbres y a sus creencias como a la tierra que defendi¨® de invasores desde los tiempos de Alejandro Magno. Los brit¨¢nicos no lograron conquistar esta encrucijada de altaneras y peladas monta?as entre Oriente y Occidente, pero trazaron a golpe de tiral¨ªneas una frontera que distribuy¨® a los pashtunes entre dos Estados diferentes, aunque hasta ahora nadie ha logrado impedir que la crucen seg¨²n su conveniencia.
El integrismo isl¨¢mico que, seg¨²n EE UU, hab¨ªa enclaustrado a las afganas bajo el burka, no es sino un eslab¨®n m¨¢s de la cadena de principios at¨¢vicos de las etnias y tribus de la zona. Pueblos que sin quererlo se han visto expuestos a otras culturas, desde la comunista sovi¨¦tica a la liberal occidental, y que han sido y son utilizados, primero por los intereses de las grandes potencias y despu¨¦s por la misma globalizaci¨®n.
Ahora, s¨®lo en la capital se percibe una cierta liberalizaci¨®n, aunque ¨²nicamente en los barrios en los que viven los funcionarios que se enriquecen con la ayuda occidental, y en la universidad, a la que han vuelto muchas j¨®venes. Pero tanto las pashtunes como las tayikas comentaban que, aunque en el campus se limitan a llevar un pa?uelo para cubrirse la cabeza, cuando vuelven a sus ciudades de origen, y con frecuencia en el mismo Kabul, se ocultan bajo el burka "para no dar que hablar". Muchas consideran esta vestimenta como una "barrera protectora" y no entienden la "obsesi¨®n de Occidente" contra este manto. Al igual que Masuda Yalal, las j¨®venes entrevistadas dijeron sentirse mucho m¨¢s preocupadas por la falta de oportunidades y empleo.
El Ej¨¦rcito Rojo se fue de Afganist¨¢n humillado, como un siglo antes sucedi¨® a las tropas del imperio brit¨¢nico. Los afganos son gente dura, guerreros desde tiempo inmemorial que defienden con furia su tierra, pero en los 10 a?os que los sovi¨¦ticos permanecieron en Kabul, la vida en la capital dio un giro de 180 grados. La revoluci¨®n comunista introdujo a las afganas en el mundo. Cuando el 15 de febrero de 1989 salieron de Kabul los ¨²ltimos soldados sovi¨¦ticos, las afganas paseaban por las calles con faldas por la rodilla, algunas conduc¨ªan; hab¨ªa profesoras de universidad, de instituto o de escuela, funcionarias, estudiantes, m¨¦dicas y enfermeras. Algunas ten¨ªan sus propios talleres textiles, otras iban de tiendas o restaurantes, solas o con su familia. En fin, estaban relativamente integradas en la sociedad.
La bomba integrista
En comparaci¨®n con el Peshawar de entonces, aquella normalidad parec¨ªa un milagro. Pero la obsesi¨®n de EE UU contra el comunismo hab¨ªa puesto en marcha la bomba del integrismo isl¨¢mico, y, en la radicalizaci¨®n del islam, la mujer lleva la peor parte. De lo que aguardaba a las afganas bajo el nuevo r¨¦gimen daba una idea la entrevista a dos muyahidin que, tras a?os de lucha en las monta?as, fueron enviados a Peshawar a transmitir un mensaje al mando pol¨ªtico exiliado en esa ciudad paquistan¨ª. Al preguntarles qu¨¦ pensaban hacer cuando acabara la guerra y entraran en Kabul, respondieron: "Violar a todas las mujeres que nos encontremos, porque son comunistas y no se merecen otra cosa".
Kabul se mantuvo pr¨¢cticamente intacta. Los bombardeos del Ej¨¦rcito Rojo y de las Fuerzas A¨¦reas afganas se hac¨ªan sobre las monta?as horadadas de guerrilleros y ¨¦stos no ten¨ªan capacidad m¨¢s que para escaramuzas y emboscadas en las carreteras, ya que a¨²n no se hab¨ªan puesto de moda los atentados indiscriminados en el centro de las ciudades. Entonces no se ve¨ªan burkas m¨¢s all¨¢ del gran bazar, el enorme mercado en cuyas estribaciones se colocaban sentadas en el suelo del arc¨¦n, y con frecuencia rodeadas de varios chiquillos costrosos, campesinas viudas y hu¨¦rfanas de muyahidin que sobreviv¨ªan de la caridad.
Nada m¨¢s irse los sovi¨¦ticos, la capital afgana se sumergi¨® en un riguroso toque de queda, mientras el cerco muyahidin se estrechaba y sus obuses hac¨ªan acto de presencia en los barrios perif¨¦ricos. Cuando, dos a?os despu¨¦s, los muyahidin entraron en Kabul y los que hab¨ªan sido socios de conveniencia se vieron en la tesitura de repartirse el poder -para lo que se enzarzaron a ca?onazos en las calles de la capital afgana-, se destruy¨® la ciudad y se implant¨® la barbarie. Cientos de miles de mujeres aterrorizadas por la situaci¨®n recurrieron al burka como pantalla de protecci¨®n, mientras por doquier se radicalizaba el islamismo y se confund¨ªa religi¨®n y tradici¨®n. En 1996, los talibanes encontraron el terreno abonado para encerrar definitivamente a las mujeres y concentrarse en poner orden entre los hombres. Lo hicieron en nombre de Al¨¢, pero podr¨ªan haberlo hecho en nombre de patria y cultura.
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