El sol de medianoche
Hay un breve pero siempre m¨¢gico momento de consuelo del que disfrutamos los que, por desgracia, necesitamos llevar gafas. Es el que se produce cuando el ¨®ptico nos da unas nuevas, con la graduaci¨®n actualizada seg¨²n la vista que hemos perdido. Nos las ponemos y, de pronto, vemos relucir ante nosotros un nuevo mundo de colores brillantes y formas cristalinas.
Esa misma sensaci¨®n es la que aguarda a todos, con gafas o sin ellas, cuando se sube a una colina en medio de Reikiavik, en un d¨ªa de sol y pocas nubes. La pureza incontaminada del aire, barrido por vientos ¨¢rticos, y la baja inclinaci¨®n del sol -que proporciona todo el d¨ªa esa luz de amanecer o atardecer que tanto gusta a los fot¨®grafos profesionales- ofrecen la lente perfecta al ojo: casi se pueden contar los bordes dentados de las monta?as que est¨¢n a 200 kil¨®metros, y los azules marinos y amarillos de las casitas de juguete, como de Lego, que componen el centro de la ciudad adquieren un tono m¨¢s vivo.
El panorama de la isla de Hrisey es tan sobrecogedor que elimina la idea de objetividad
Akureyri tiene su propia orquesta sinf¨®nica, su propia universidad y un gran hospital
Una de esas ma?anas, atravieso esta ciudad sin tr¨¢fico hasta Morgunbladid, el New York Times de Islandia. Voy porque quiero que alguien me cuente las noticias del d¨ªa. Yo no puedo ni tratar de imaginar lo que dice el peri¨®dico, ni mucho menos lo que oigo en la radio o en la televisi¨®n. El island¨¦s es impenetrable. No s¨®lo tiene letras que no existen en nuestro abecedario (?,?,?), y lugares con nombres como Kirkjubaejarklaustur, sino que, adem¨¢s, no se detecta pr¨¢cticamente ninguna ra¨ªz latina o anglosajona. Es una lengua antigua y extraordinariamente estable, que prueba lo escasa que fue la intervenci¨®n humana en Islandia durante los 700 a?os desde que cedi¨® la soberan¨ªa a Noruega hasta que la recuper¨® de Dinamarca en 1944. La lengua sigue siendo hoy la misma que en el siglo XIII, cuando se escribieron las famosas sagas. Si la violencia de los viejos relatos vikingos no fuera tan extrema -son habituales las escenas en las que se cortan cuerpos por la mitad con hachas-, un ni?o de ocho a?os podr¨ªa leerlas hoy perfectamente, seg¨²n dicen.
Me hab¨ªan contado que Morgunbladid es un peri¨®dico conservador, leal al Gobierno del momento, que siempre es una coalici¨®n dirigida por la derecha. Por eso me sorprende, al llegar a la nueva sede del peri¨®dico -espaciosa para un peri¨®dico con una tirada de 50.000 ejemplares-, descubrir en la recepci¨®n una mesa visiblemente llena de ejemplares de la revista Gay Pride.
El director de Morgunbladid est¨¢ de vacaciones y el subdirector estaba ese d¨ªa en casa cuidando de un hijo enfermo, as¨ª que le toca al jefe de sucesos ser mi gu¨ªa y acompa?ante. Se llama ?rlygur Steinn Sigurjonsson y es alto, p¨¢lido y musculoso, tal como sugiere su nombre. La noticia m¨¢s destacada del d¨ªa, acompa?ada por una fotograf¨ªa en la parte superior del peri¨®dico, es la de una mujer israel¨ª que trata de batir un r¨¦cord: quiere ser la primera persona que d¨¦ la vuelta a Islandia navegando en kayak. La segunda noticia de portada tambi¨¦n habla de israel¨ªes, los que est¨¢n batiendo r¨¦cords con sus ataques en L¨ªbano. Luego est¨¢ la historia de una disputa entre Groenlandia y Dinamarca relacionada con el petr¨®leo y, en las noticias locales, una informaci¨®n sobre una gasolinera en Reikiavik a la que se ha obligado a cerrar porque no tiene los papeles en orden. Bastante m¨¢s interesante, pens¨¦, aunque hab¨ªa quedado relegada a la ¨²ltima p¨¢gina, era la historia de un m¨¦dico en la segunda ciudad de Islandia, Akureyri, que ha realizado unas investigaciones que parecen indicar que cuanto m¨¢s gordo es un ni?o, menos probabilidades tiene de ir bien en el colegio.
Le pregunto a ?rlygur -un tipo taciturno, pero dotado de la misma seguridad firme y serena que estoy descubriendo en todos los islandeses con los que me encuentro- qu¨¦ noticias va a dar hoy que tengan que ver con delitos. Para ser estrictos, ninguna, me responde. Va a contar los ¨²ltimos datos sobre accidentes de motocicleta, pero ¨¦sos son sucesos que, m¨¢s que ser cuesti¨®n de delitos, o incluso negligencia, son pura estupidez. "Se ha apoderado del pa¨ªs la man¨ªa de las motos", dice ?rlygur. "Es otro ejemplo m¨¢s de lo ricos que nos hemos hecho de repente. Entre enero y mayo del a?o pasado importamos 600 grandes motos nuevas, la quinta parte de las importaciones totales durante los ¨²ltimos 50 a?os. Es sobre todo gente de 40 y 50 a?os, que se encuentra con un mont¨®n de dinero y no sabe c¨®mo utilizarlo".
La otra historia en la que est¨¢ trabajando ese d¨ªa ?rlygur tambi¨¦n tiene que ver con Israel. Y es, una vez m¨¢s, una noticia de la secci¨®n nacional. Resulta que la mujer del presidente naci¨® en Israel, aunque tiene pasaporte brit¨¢nico. Hace poco ocup¨® los titulares cuando la retuvieron varias horas en el aeropuerto de Tel Aviv por no tener pasaporte israel¨ª. La televisi¨®n mostr¨® im¨¢genes de ella enrabietada con los agentes uniformados de la inmigraci¨®n israel¨ªes. Hoy, ?rlygur est¨¢ escribiendo sobre su inminente adquisici¨®n de la nacionalidad islandesa.
Parece una buena idea. Debe de haber m¨¢s brit¨¢nicos e israel¨ªes que har¨ªan lo mismo si pudieran. Sobre todo ahora que est¨¢ a punto de quedar eliminada del territorio island¨¦s la ¨²ltima amenaza imaginable contra la seguridad nacional.
Una de las grandes noticias de los ¨²ltimos meses en Islandia, me dice ?rlygur, es la relativa a la decisi¨®n de Estados Unidos de retirar su base militar de Keflavik, en un brazo de tierra volc¨¢nica al oeste de Reikiavik. Dado que Islandia es un pa¨ªs que no dedica ni un c¨¦ntimo de sus impuestos a gastos militares, la base estadounidense ha sido el ¨²nico medio de defensa del pa¨ªs desde la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de ese tiempo, peri¨®dicamente, ha habido manifestantes de izquierdas acampados delante de la base para pedir que se cerrara el Guant¨¢namo island¨¦s. Pero ahora que la base va a desaparecer, los islandeses no est¨¢n seguros de si eso es bueno o malo. Lo cual resulta curioso porque, en estos tiempos, con un Estados Unidos desatado en su guerra contra el terrorismo isl¨¢mico, la base de Keflavik parecer¨ªa el ¨²nico objetivo island¨¦s capaz de interesar a los Bin Ladens de este mundo.
Parte del problema, explica ?rlygur, se debe a la mala educaci¨®n de Estados Unidos. La base siempre existi¨® en virtud de un acuerdo conjunto entre los dos pa¨ªses, pero el Gobierno de Bush se limit¨® a anunciar un d¨ªa que se iba, sin previo aviso, y no hubo m¨¢s que hablar. Recuerdo lo que me dijo el futbolista Gudjohnsen de que Islandia es un pa¨ªs peque?o que cree que es grande, y puedo comprender por qu¨¦ es posible que los islandeses se hayan incorporado a la larga lista de pa¨ªses de todo el mundo y de todos los tama?os que se sienten molestos por la prepotencia de la que ha hecho gala Estados Unidos en a?os recientes. Entre otras cosas, porque el Gobierno de derechas de Islandia, en la ¨¦poca de la guerra de Irak, se uni¨® a Espa?a, Reino Unido, Costa Rica, las islas Marshall, Micronesia y las islas Salom¨®n (entre otros Estados) en la "coalici¨®n de los dispuestos". (The Washington Post llam¨® al que era entonces embajador island¨¦s ante EE UU, Helgi Agustsson, y le pregunt¨® si su pa¨ªs iba a enviar tropas. "Agustsson solt¨® una sonora carcajada escandinava", inform¨® el Post, "y dijo: ?Qu¨¦ ocurrencia tan graciosa!").
Una vez que se pas¨® la decepci¨®n inicial con los norteamericanos, explica ?rlygur, se inici¨® un debate pol¨ªtico sobre si Islandia afronta alg¨²n tipo de amenaza; y el Gobierno sostuvo que s¨ª, que hab¨ªa una amenaza terrorista. ?rlygur parece estar de acuerdo conmigo en que hay alguien que tiene muy poco claras las cosas, pero, cuando le pregunto si existen planes para sustituir a las fuerzas estadounidenses, me dice que el ministro de Exteriores ha estado viajando por Europa con el fin de obtener apoyos a las tropas de otros miembros de la OTAN, y que los franceses, en un momento dado, parec¨ªan haber estado interesados en llenar el hueco dejado por Estados Unidos. ?Alguien ha pensado en la posibilidad de crear de una vez un Ej¨¦rcito island¨¦s? ?rlygur me observa como si estuviera loco. "?Dios m¨ªo, no! ?Ning¨²n pol¨ªtico de ning¨²n partido ha sugerido nunca algo semejante!".
?sa es la raz¨®n de que Islandia pueda tener lo que el embajador brit¨¢nico, Alp Mehmet, llama un "fant¨¢stico sistema de salud, que no tiene nada que envidiar a ning¨²n otro, y un sistema educativo tambi¨¦n fant¨¢stico". Mehmet, el primer embajador musulm¨¢n brit¨¢nico en el mundo, me asegura mientras nos tomamos un t¨¦ que su pa¨ªs podr¨ªa aprender muchas cosas de Islandia. Y no s¨®lo en cuanto al sistema del Estado de bienestar. "Tambi¨¦n son estupendos en los negocios", dice. "De no estar en ning¨²n sitio hace 10 o 20 a?os, han pasado a estar pr¨¢cticamente comprando Dinamarca y Gran Breta?a". ?Una especie de reconquista vikinga? "Podr¨ªa llamarse as¨ª", se r¨ªe. "Pero las empresas islandesas ya dan trabajo a entre 100.000 y 120.000 brit¨¢nicos en Gran Breta?a, y tambi¨¦n han comprado la mayor cadena de grandes almacenes de Dinamarca, para desolaci¨®n de los daneses". Ser¨ªa raro que no les hubiera molestado. Es como si Bolivia comprara El Corte Ingl¨¦s. "El KB Bank island¨¦s", a?ade el embajador Mehmet, impresionado hasta el asombro por el pa¨ªs anfitri¨®n, "fue el banco que m¨¢s r¨¢pidamente creci¨® en todo el mundo el a?o pasado. Y tendr¨ªa usted que ver la responsabilidad social que muestran aqu¨ª los adolescentes, y qu¨¦ actitud tan benevolente existe hacia las j¨®venes que se quedan embarazadas cuando todav¨ªa est¨¢n estudiando, y cu¨¢nta igualdad hay entre hombres y mujeres...".
En resumen, el embajador brit¨¢nico parece tan convencido como Victoria Abril y la madre de Eidur Gudjohnsen de que Islandia es el mejor pa¨ªs del mundo. Mis opiniones empiezan seriamente a consolidarse en ese sentido despu¨¦s de mis tres o cuatro primeras comidas en Reikiavik. Un local que escog¨ª al azar se define de forma asombrosamente humilde como pizzer¨ªa, pero sirve una sopa de salm¨®n al curry de una ligereza maravillosa y un pescado fresqu¨ªsimo del oc¨¦ano ?rtico de carne rosada que en la industria se llama charr, rodeado de puerros. Despu¨¦s voy a un sitio que me ha recomendado un amigo island¨¦s llamado Vid Tjornina, en el que como pescado crudo marinado en lim¨®n, con jengibre, soja y wasabi, seguido de bacalao y cocinado con aceitunas, tomate y cebolla, hecho con tanta frescura y destreza como si hubiera estado en Bilbao. Y en Laekjarbrekka, donde voy a cenar, la sopa de esp¨¢rragos y langosta, el carpaccio de reno y el caviar negro y rojo tienen el delicioso acompa?amiento de una botella de un magn¨ªfico vino surafricano, Klein Constantia Sauvignon Blanc.
Tengo que hacer un esfuerzo constante para recordar que ¨¦sta es una ciudad en la que, como no dejan de decirme, hace 20 a?os no hab¨ªa m¨¢s que dos restaurantes; lo que la gente consideraba una buena comida era abadejo cocido con patatas, y una cena festiva consist¨ªa en pollo con patatas fritas y vodka. Tambi¨¦n tengo que recordar, mientras me tomo un skyr -una especie de yogur cremoso island¨¦s-, con pannacotta de fresa y sorbete de ar¨¢ndano, que es la hora de la cena, y no del almuerzo. Al acabar es medianoche y el sol sigue visible en el cielo; est¨¢ bajo, pero a¨²n visible. Parec¨ªa a punto de ponerse desde antes de sentarme a la mesa, pero ah¨ª sigue colgado tentadoramente sobre el horizonte, hasta que por fin, hacia la una de la ma?ana, se oculta moment¨¢neamente para reaparecer medio minuto despu¨¦s, en el instante oficial del amanecer. Uno responde a tanta magia con un asombro infantil, y con algo del deleite travieso de un ni?o al que han permitido quedarse con los mayores mucho despu¨¦s de la hora de ir a dormir. Salgo del restaurante y me mezclo con los j¨®venes que se disponen a disfrutar de otro fen¨®meno del que no dejo de leer y o¨ªr hablar, la famosa vida nocturna de Reikiavik. Cuatro chicas de unos 19 a?os caminan calle abajo vestidas con zapatos de tac¨®n, minifaldas y camisetas atadas al cuello. Van vestidas como si estuvieran en Torremolinos. Tienen que ser islandesas. Hace 12 grados de temperatura y todos los extranjeros llevamos chubasquero.
Eso es precisamente lo que llevo puesto a la ma?ana siguiente cuando subo al avi¨®n de h¨¦lice que se dirige a Akureyri, en la costa norte y en el extremo sur del fiordo m¨¢s largo de Islandia. Mientras iniciamos el descenso veo por la ventana el paisaje m¨¢s imponente, desolador y hermoso que he visto nunca. Cr¨¢teres rocosos y largas y gigantescas cimas de lava negra y desnuda, que alternan con largos dedos de hielo. Deshabitado e inhabitable, como el 90% del pa¨ªs. Pero descendemos bajo las nubes y el espect¨¢culo se vuelve verde, todo lo verde que puede llegar a ser Islandia, y, mientras se preparan las ruedas para el aterrizaje, veo caballos pardos y manchas blancas que son ovejas. Del borde del fiordo, de forma completamente an¨®mala, sale un barco de pasajeros enorme, un ferry -seg¨²n me entero en las tiendas de recuerdos de la ciudad- lleno de jubilados estadounidenses. Estamos pr¨¢cticamente en el fin del mundo y, sin embargo, descubro que Akureyri tiene su propia orquesta sinf¨®nica, su propia universidad y un gran hospital que atiende tambi¨¦n a los enfermos en la parte oriental de Groenlandia. Cuenta adem¨¢s con bares que sirven lattes, capuccinos y macchiatos -la aportaci¨®n m¨¢s reciente de Italia a la globalizaci¨®n- y m¨¢s camareras que hablan ingl¨¦s a la perfecci¨®n.
Alquilo un coche y conduzco durante media hora hacia el norte, por el borde occidental del fiordo, hasta llegar a Arskogssandur, donde dejo el coche y tomo el ferry a la isla de Hrisey. Aqu¨ª tengo una cita con un autor island¨¦s que, seg¨²n me han dicho, puede ofrecerme una visi¨®n de Islandia m¨¢s c¨¢ustica que la que he recibido hasta ahora. Empezaba a preocuparme, despu¨¦s de tres d¨ªas de visita, que estuviera cre¨¢ndome una imagen demasiado rosa de esta remota isla; que no estuviera cumpliendo mi deber period¨ªstico de tener en cuenta todos los puntos de vista.
Sin embargo, el panorama desde el ferry, una peque?a embarcaci¨®n blanca que llega a la isla de Hrisey en 15 minutos, es tan sobrecogedor que elimina de mi cabeza cualquier idea bald¨ªa de objetividad o equilibrio. Me rodean un mar de cristal y unas monta?as de pendientes verdes -de todos los matices de verde imaginables- que bajan suavemente hacia las aguas de azul intenso o muestran un brusco descenso en rocosos acantilados de v¨¦rtigo. Una l¨ªnea de nubes corta las monta?as por la mitad, y lo que se ve por encima de ellas pertenece a un escenario totalmente distinto: cimas desnudas, oscuras, de contornos redondeados, manchadas de glaciares blancos, que producen el efecto de un cuerpo de caballo de color blanco y marr¨®n. A trav¨¦s de la lente de este aire puro y esta luz islandesa fotog¨¦nicamente perfecta, el espect¨¢culo es inmenso y majestuoso. Haldor Laxness, un escritor del que no me averg¨¹enza decir que no hab¨ªa o¨ªdo hablar jam¨¢s antes de ir a Islandia, es un novelista y poeta que obtuvo el Premio Nobel en 1955, fundamentalmente por una obra ¨¦pica -la novela islandesa por excelencia- llamada Gente independiente, y ha escrito con m¨¢s pasi¨®n que nadie sobre el paisaje extraterrenal de su pa¨ªs. Como revela este fragmento de un libro titulado Luz del mundo: "Donde el glaciar se eleva hacia el firmamento, la tierra deja de ser de este mundo y se vuelve celestial; all¨ª no puede haber penas, de modo que ya no es necesaria la alegr¨ªa, s¨®lo manda la belleza, m¨¢s all¨¢ de todo reclamo".
MA?ANA:CAP?TULO TRES. Lo mejor de Europa y de EE UU
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
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