El drama de G¨¹nter Grass
Disiento de la opini¨®n de Vargas Llosa, expuesta en su art¨ªculo G¨¹nter Grass, en la picota (EL PA?S, 27 de agosto de 2006). Aunque pueda errar en mi interpretaci¨®n, entiendo "las proporciones desmesuradas que ha tomado en el mundo la revelaci¨®n, hecha por ¨¦l mismo", de su alistamiento voluntario en la temible Waffen-SS, un secreto guardado por G¨¹nter Grass durante 60 a?os.
?Por qu¨¦ esta revelaci¨®n ahora? Descarto la tan banal como maliciosa interpretaci¨®n, hecha por algunos, de que G¨¹nter Grass busca la publicidad para sus memorias. Vender¨¢ m¨¢s, sin duda, tras el esc¨¢ndalo, pero ese plus en las ventas, ?justificar¨ªa razonablemente el esc¨¢ndalo de su declaraci¨®n y, lo que es m¨¢s grave, el deterioro -justificado desde mi punto de vista- de su imagen p¨²blica, naturalmente que no la de escritor en tanto tal, sino la de su yo moral -el supery¨®, para acogerme a un t¨¦rmino freudiano que todos conocemos- de Alemania, con seud¨®podos tambi¨¦n por fuera de ella?
No; no es presumible esta hip¨®tesis economicista, por demasiado costosa e ininteligente. Porque es precisamente en esa faceta moral, la m¨¢s importante para muchos, y desde luego para ¨¦l, en donde se ha producido el deterioro de su imagen, y supongo que, aunque no un¨¢nimemente, con caracteres definitivos e irreversibles.
Las razones para esta tesis son, a mi modo de ver, varias. En primer lugar, ¨¦l se ha esforzado en presentarse ante los dem¨¢s como una conciencia moral (pod¨ªa haberse limitado meramente a ofrecer la del gran narrador que es), olvidando que nadie est¨¢ justificado para sermonear al mundo, como un Mois¨¦s que baja del Sina¨ª con las Tablas de la Ley entre sus manos, para decir a todos lo que se debe hacer, porque justamente es lo que ¨¦l cree que se debe hacer. En segundo lugar, porque, aunque no dudo de las muchas virtudes que deben adornar a G¨¹nter Grass, ni ¨¦l ni nadie debe proclamarlas. Las virtudes se practican, pero no se exhiben. Son los dem¨¢s, en todo caso, los que las descubrir¨¢n y colocar¨¢n entonces al virtuoso en el pedestal de los hombres heroicamente ejemplares, pero discretos. Dec¨ªa William James, el gran psic¨®logo de Harvard, a finales del XIX, que lo que ¨¦l denominaba yo social, es decir, la imagen p¨²blica de cada uno, "est¨¢ en la mente de los dem¨¢s". Y as¨ª es, a?ado yo, por muchos esfuerzos y pr¨¦dicas que cada cual haga para que los dem¨¢s acepten la buena imagen que en general uno tiene de s¨ª mismo.
Por ¨²ltimo, la raz¨®n por la que considero definitivo e irreversible el deterioro de su imagen estriba en un hecho que ¨¦l mismo ha puesto de manifiesto; a saber: minti¨®. No se limit¨® a ocultar, esto es, callar lo que hizo, sino que en su lugar afirm¨® haber sido lo que no fue: miembro de una bater¨ªa antia¨¦rea del Ej¨¦rcito regular. La mentira confesada facilita la hip¨®tesis -inverificable y que, por tanto, quedar¨¢ como permanente sospecha- de que pudo haber otras mentiras, y a¨²n m¨¢s graves (?por qu¨¦ no, si minti¨® antes?) y no confesadas. Desde ah¨ª, el deterioro definitivo de su imagen a que he hecho referencia, la p¨¦rdida de su credibilidad y la imposible restauraci¨®n de la misma.
?Y por qu¨¦ su declaraci¨®n ahora? Aqu¨ª solo caben conjeturas. La m¨¢s veros¨ªmil es que, como todos los que llevan el peso oculto de la culpa, haya temido que en cualquier momento alguien la revelara, y, ante esa eventualidad, lo menos malo, o lo que es igual, lo m¨¢s inteligente, es descubrirla antes por s¨ª mismo. Pi¨¦nsese por un momento lo que hubiera significado para G¨¹nter Grass el que alguien hubiera denunciado su secreto antes que ¨¦l. La confesi¨®n p¨²blica ofrecida es, repito, m¨¢s inteligente, y desde luego m¨¢s rentable que la temida denuncia.
Hace ya m¨¢s de un siglo, Dostoievski escribi¨® una frase euf¨®nicamente feliz, pero absolutamente inexacta: "Si Dios no existiera, todo estar¨ªa permitido". No es as¨ª. Por desgracia, a lo largo de los siglos, la creencia en Dios no ha evitado el que los desmanes de muchos creyentes sean equiparables, en cuant¨ªa y calidad, a los de muchos incr¨¦dulos.
Lo que s¨ª puede asegurarse es que si los dem¨¢s no existieran, todo estar¨ªa permitido. Porque son "los otros" los que componen la conciencia de cada cual. En mi libro La culpa recog¨ª una conclusi¨®n de Freud: "La culpa es siempre culpa social", una formulaci¨®n equiparable a la de William James, aunque en otra esfera de la vida humana.
El drama de G¨¹nter Grass viene a sumarse al de muchos miles de alemanes (y no alemanes). Es uno de los m¨¢s graves de nuestra historia contempor¨¢nea. Pensemos en P¨ªo XII, Kurt Waldheim, Martin Heidegger, Francis Genoud, Leni Riefenstahl y muchos m¨¢s, algunos de los cuales se contienen en el impresionante volumen de Guitta Sereny El trauma alem¨¢n. Como entre nosotros, espa?oles, lo fue el de Dionisio Ridruejo, Luis Rosales o Pedro La¨ªn Entralgo. Como presumiblemente lo hubiera sido para muchos de nosotros si hubi¨¦ramos venido al mundo en un d¨ªa y una hora tan desafortunados.
Carlos Castilla del Pino es psiquiatra y escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.