Violencia y amor
No hay duda de que el Guernica es una pintura "propagand¨ªstica", cuya finalidad expl¨ªcita era denunciar la violencia b¨¦lica del fascismo. Pero ello no quiere decir que sea s¨®lo eso, o que su mensaje se agote con la mera enunciaci¨®n de su contenido pol¨ªtico. La verdad es que Picasso lo ejecut¨® sirvi¨¦ndose del repertorio de temas, mitos y obsesiones que hab¨ªa venido empleando durante los a?os anteriores a la Guerra Civil, pues es obvio que el toro enfurecido, la yegua agonizante, y la espectadora nocturna de una lucha ancestral, fueron, entre otras cosas, ingredientes habituales en la etapa surrealista del pintor. Picasso era reconocido entonces en los c¨ªrculos vanguardistas parisienses como el "genio ib¨¦rico" por excelencia, y de ah¨ª que le encargaran dise?ar la portada del primer n¨²mero de la revista Minotaure (1933). Fueron a?os de gran intensidad emocional, con episodios sentimentales desgarradores que se reflejaron en el tratamiento de los entes mitol¨®gicos que pint¨®. As¨ª el Minotauro, o el toro de una corrida imaginaria, aparec¨ªan como verdugos y como v¨ªctimas, cerca de una mujer (a veces era una ni?a) que sol¨ªa tener los rasgos de su amante Marie-Ther¨¨se Walter. Herido de muerte, amante furioso (o ambas cosas a la vez), este animal era con frecuencia un autorretrato velado, una figura ambivalente lacerada por el dolor y la pasi¨®n.
Es extraordinario que este universo se mantuviera inc¨®lume cuando Picasso decidi¨® ilustrar con un gran cuadro la masacre de Gernika. All¨ª estaban los personajes de sus innumerables batallas amorosas, pero en aquella corrida m¨ªtica no hab¨ªa ya v¨ªctimas gozadoras y verdugos sufrientes pues todos los actores del drama sucumb¨ªan por igual ante la violencia ciega del bombardeo a¨¦reo. Las reglas del juego amoroso se romp¨ªan abruptamente, mostr¨¢ndose el grado de suprema brutalidad alcanzado por el fascismo. Y as¨ª es como Picasso pudo hacer una obra claramente coyuntural, sin traicionar un ¨¢pice su propio universo po¨¦tico. Se trata de un caso excepcional de confluencia entre la vanguardia art¨ªstica y las exigencias de la lucha pol¨ªtica, pues ninguna de ambas instancias impuso a la otra una desnaturalizaci¨®n de sus objetivos. Al contrario: la denuncia de la barbarie asesina se hac¨ªa m¨¢s efectiva con los mitos y met¨¢foras surrealistas, mientras que, por otra parte, la noble causa militante daba fuerza moral a las creaciones y lenguajes experimentales.
Todo ello sigue intacto, casi setenta a?os despu¨¦s. Y no me refiero s¨®lo a la lamentable actualidad de las matanzas de civiles perpetradas desde el aire (triste herencia que la ideolog¨ªa militar nazifranquista leg¨® a la cultura "democr¨¢tica" contempor¨¢nea) sino a las lecciones art¨ªsticas. El Guernica nos ense?¨® que el mejor arte de denuncia no soporta forzadas imposiciones exteriores, y surge cuando los lenguajes son congruentes con los objetivos. Pero lo m¨¢s vivo de aquel ejemplo es la esperanza: de la herida abierta de la yegua sale un p¨¢jaro (o un caballo alado en alguno de los bocetos preliminares), el guerrero muerto tiene en su mano una flor, una mujer alumbra la escena con su l¨¢mpara, en medio de la noche tenebrosa; y el toro enfurecido, en la parte posterior izquierda (un autorretrato escondido de Picasso), va a reaccionar con una respuesta ejemplar. Yo dir¨ªa que es el ¨¢lter ego de todos nosotros, aqu¨ª y ahora, dispuesto a luchar para que la barbarie no aniquile lo que queda del amor.
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