Secreto a voces
VOY HACIA el teatro Espa?ol y llevo en el coraz¨®n un secreto. Hay pocas personas a las que se lo he contado porque quiero disfrutar de mi secreto sin que se vea enturbiado por el juicio ajeno. Lo he contado en casa, claro, donde se han sorprendido, pero no mucho porque saben que soy partidaria de meterme en l¨ªos. Se lo he contado tambi¨¦n a Luis Landero porque ama el teatro y es partidario de que yo me meta en l¨ªos. Se lo he contado a Javier C¨¢mara, que me dijo: est¨¢s loquita y te vas a cagar, ya ver¨¢s, de gusto y de miedo. Se lo cont¨¦ a Paco Valladares porque es el que me llev¨® a ver la funci¨®n de Black el Payaso. Se lo cont¨¦ a F¨¦lix de Az¨²a, que me dijo: suerte t¨² que a¨²n puedes cambiar de profesi¨®n, aunque habr¨¢s visto que ya se te ha adelantado Vargas Llosa. Se lo dije a Empar Moliner y me contest¨®: t¨ªa, qu¨¦ de puta madre. Se lo cont¨¦, por resumir, a los partidarios de ciertas travesuras. No quer¨ªa que nadie me quitara la idea de la cabeza. Voy al teatro Espa?ol con mi secreto. Nerviosa, con una culebrilla que me cruza el est¨®mago. Entro por la puerta de artistas, los porteros me saludan como si lo fuera y yo me siento como si lo fuera. Como si lo fuera subo a maquillarme, me siento en una de las butacas y las maquilladoras, como si fuera una m¨¢s de la troupe que representa en el Espa?ol la zarzuela Black el Payaso, me empiezan a poner pasta blanca sobre la cara, a borrarme mis cejas y pintarme unas altas y negr¨ªsimas y una boca sonriente y roja. Dibujan sobre mi rostro dos l¨¢grimas negras. Yo tarareo la canci¨®n de Black: "Yo soy un payaso sin patria ni hogar/ que r¨ªe la vida queriendo llorar". A mi lado se maquillan el jefe de pista diminuto, la mujer barbuda, la princesa, los funambulistas, la equilibrista. Voy pregunt¨¢ndoles sobre sus vidas, como cuando era joven y pateaba Madrid como reportera y pensaba que el mundo estaba hecho para que yo lo viera. En el pasillo suenan las voces tremendas de los cantantes que calientan la voz, la sastra supervisa los trajes, las peluqueras nos ponen las pelucas. Es como si me hubiera colado en la rutina diaria de una familia en la que cada uno se amolda disciplinadamente al papel que le asign¨® el director. A veces cuentan cosas de su vida privada, pero parece que siempre hay una distancia entre lo que sucede fuera del teatro y lo que ocurre dentro. Este verano escrib¨ª un art¨ªculo en el que expresaba un raro deseo: formar parte de esta troupe de payasos que cantan el precioso musical de Soroz¨¢bal. Aqu¨ª estoy. Como ellos est¨¢n locos, me han invitado; como yo estoy loca perdida, ando por los pasillos vestida de payasa y con el coraz¨®n lati¨¦ndome porque ya me toca salir a escena. El director, Nacho Garc¨ªa, se ha disfrazado tambi¨¦n para guiarme por el escenario y yo voy, como si fuera su delf¨ªn, haciendo lo que me va diciendo: "Ahora mira a la princesa con emoci¨®n, ahora cantaremos el himno de Orsonia". Me veo a m¨ª misma, como si fuera otra persona, llev¨¢ndome la mano al coraz¨®n y cantando con los coristas el himno patri¨®tico de un pa¨ªs regido por un payaso. Un argumento que algunos entienden especialmente simb¨®lico en un Soroz¨¢bal republicano que sufri¨® el castigo de la dictadura. Para m¨ª, el argumento tiene la emoci¨®n del presente. En el mismo Madrid que vive estos d¨ªas el espectacular aterrizaje de la pel¨ªcula de m¨¢s presupuesto del cine espa?ol, representada por unos actores que pertenecen a esa otra categor¨ªa brillante de los peliculeros, estos otros, los cantantes, la gente del circo y los figurantes de teatro, se afanan en el espect¨¢culo de la emoci¨®n diaria del p¨²blico, sin grandes atenciones medi¨¢ticas, pero esclavos de una profesi¨®n que atrapa al que la prueba. "No la puedo retener junto a m¨ª, dec¨ªa Anton Chejov sobre su novia, ha probado el veneno del teatro". Hoy es la ¨²ltima representaci¨®n, y la ¨²ltima siempre es rara: los m¨²sicos improvisan peque?as gamberradas para hacer re¨ªr a los cantantes, el director de orquesta se disfraza de payaso, el director de la obra tambi¨¦n. Yo siento, tal y como me avisaron, la presencia espectral del p¨²blico, la respiraci¨®n colectiva que sale del agujero negro de la cuarta pared. S¨¦ que en la primera fila est¨¢ la madre de los hermanos Gas, que no se pierde ni una sola de las representaciones de esta funci¨®n en la que trabajan sus dos hijos. En algunos palcos est¨¢n las familias de los cantantes y los m¨²sicos, esos m¨²sicos que tocan el viol¨ªn disfrazados de payasos. Cuando entr¨¦ en el teatro llevaba en mi coraz¨®n este secreto. En parte lo llevaba en secreto para disfrutar de la experiencia a mis anchas, pero tambi¨¦n porque no sab¨ªa si estaba bien o mal lo que estaba haciendo, si era adecuado o l¨®gico, si en el papel que me ha tocado desempe?ar en la vida esto estar¨ªa bien visto. Pero despu¨¦s de pasarme unas tardes aqu¨ª, en el caser¨®n de la plaza de Santa Ana, viendo la entrega al oficio que tiene toda esta gente que pertenece a la categor¨ªa antigua y rara de los c¨®micos, me da verg¨¹enza haber sentido verg¨¹enza. Por eso quiero contarlo. Eso es lo que pienso cuando las chicas del coro me cogen de las manos y me empujan para hacer la reverencia y saludar. Nada hay comparable a este aplauso. Nada. Cuando baja el tel¨®n, llega el momento del adi¨®s. La familia se rompe. Todos se prometen una amistad que no siempre ser¨¢n capaces de cumplir. Algunos empiezan a llorar. Y yo, como los ni?os que lloran cuando ven llorar a otro ni?o, tambi¨¦n.
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