La vitalidad del vencido
La portada de este sorpresivo librito nos muestra la foto de un decimon¨®nico joven barbado, no mal parecido. Es el abogado y poeta canario Domingo Rivero (1852-1929), que en ese momento (1872), con levita y aire tardorrom¨¢ntico, est¨¢ en Londres y tiene 20 a?os. Los poemas que leeremos a continuaci¨®n, de este espa?ol insular del que yo ignoraba todo (y que Brines introduce en un pr¨®logo c¨¢lido y l¨ªrico), nada tienen que ver, en principio, con el joven de la portada, pues Rivero -de modesta vocaci¨®n tard¨ªa- empez¨® a escribir hacia 1900 y s¨®lo public¨® poemas en revistas dispersas, antes de su muerte -con 77 a?os- en 1929, y nunca un libro en vida. Lo que ahora se nos ofrece como un descubrimiento fuera de Canarias (donde s¨ª estaba editada su obra, como En el dolor humano) es una antolog¨ªa bajo el t¨ªtulo de su m¨¢s c¨¦lebre soneto Yo, a mi cuerpo. La obra de un hombre que se siente pobre y viejo ("y pobre y solo espero el sue?o de la muerte") escrita, sobre todo, en la d¨¦cada de 1910 y comienzos de la siguiente... En los 36 poemas que se nos ofrecen -siempre con rima consonante, muchos sonetos- vemos a un hombre solitario, doliente y muy melanc¨®lico, que pareciendo no esperar nada de la vida ("en esta lucha est¨¦ril por la vida") posee, sin embargo, el raro vitalismo de los vencidos.
YO, A MI CUERPO
Domingo Rivero
Presentaci¨®n de Francisco Brines
Acantilado. Barcelona, 2006
61 p¨¢ginas. 7 euros
Su tono mezcla un vago fon
do de tard¨ªo romanticismo (un B¨¦cquer menos alado) con un modernismo atenuado, poco esteticista, y finalmente ese amor a lo sencillo, a las cosas gastadas ("Humildes muebles m¨ªos, gastados por el uso"), a la melancol¨ªa como compa?era que nos recuerda siempre el ideal no alcanzado o perdido, los hijos muertos, las ilusiones derrotadas, la prosa de lo rutinario, que son caracter¨ªsticas b¨¢sicas de lo que se ha dado en llamar posmodernismo, y que tuvo en la obra del franc¨¦s Francis Jammes un claro referente. No, Domingo Rivero, aunque solitario, no estuvo literariamente solo. La poes¨ªa de Alonso Quesada, en las islas, y la peninsular de Andr¨¦s Gonz¨¢lez-Blanco, Fernando Fort¨²n o ?ngel Mar¨ªa Pascual, entre tantos, como los argentinos Evaristo Carriego o Francisco L¨®pez Merino, le son muy pr¨®ximas, lo que no quiere decir que las conociera. S¨ª sabemos que ley¨® a Unamuno (le dedica un sobrio camafeo de idea parnasiana en su destierro en Fuerteventura) y desde luego al mucho m¨¢s lujoso Tom¨¢s Morales, que fue su amigo, y sobre el que escribe tres poemas al menos. Adem¨¢s traduce bien un c¨¦lebre soneto ('The soldier') del ingl¨¦s Rupert Brooke, imagen del bello m¨¢rtir joven en la I Guerra Mundial, un soneto intimista y patri¨®tico. Porque -aunque algo al bies- en la poes¨ªa del viejo Rivero tambi¨¦n aparece la preocupaci¨®n espa?ola, un claro desd¨¦n por la dictadura de Primo de Rivera y por ese tiempo para ¨¦l (que fue rom¨¢ntico) sin energ¨ªas. Por ello recuerda -en otro camafeo sobrio- haber conocido en Par¨ªs al libertario Ferm¨ªn Salvochea (tan mentado por Baroja) y evocando su imagen de "ap¨®stol y soldado", la contrapone a "esta Espa?a sumisa y so?olienta". Sin fe, con escasa esperanza, modesto, pobre, amante de las cosas usadas y sencillas, la human¨ªsima, c¨¢lida y clara poes¨ªa de Domingo Rivero nos descubre nada menos que un coraz¨®n fraterno, un hombre a la altura del hombre, y desde luego a un notable poeta posmodernista -todos se quer¨ªan sencillos y menores- al que ser¨¢ ya imprescindible recordar en las antolog¨ªas. Feliz encuentro.
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